domingo, 20 de diciembre de 2020

Caminatas otoñales bajo un suave sol bermejo

Ramón, el hijo de los Pérez, es pelirrojo, saca buenas notas y juega al pimpón. Adelita, hija del señor Gómez, padre soltero, escribe endecasílabos, merienda Nocilla y ya tiene tetas, también tiene estrabismo divergente y un chubasquero azul turquesa. Los dos vecinitos juegan a menudo en el descampao que hay detrás del caserón de la señá Blasa y a Fabián le gustan esas excursiones con Adelita porque, como es bizca, mientras se la chupa le vigila la bici. Un sábado que no había futbol y aprovechó el señor Gómez para hacer turismo intermunicipal, de guantes, sombrero y bastón, claro es, alargó mucho el paseo, se fue por los atrases, les pilló en plena refriega y molió a garrotazos a Ramón, treinta y siete garrotazos le arreó, criaturita. A la bici del tundido no volvieron a durarla dos semanas los manguitos.

La gente del pueblo tiene sus cosas, claro, y los hay muy brutos, auténticas bestias silvestres, cabrones con ojos y pintas en el lomo, pero también tenemos vecinos como don Simón, que es tierno y bueno, tan tierno y bueno es, fíjate, Marialuisa, que no me haces ni puto caso cuando te hablo, que no hay mañana de domingo que no le lleve los churros al concejal de urbanismo.
- ¡Hala, que tierno y bueno es!
- ¡Mucho!

En la línea de Cardones, casi llegando a la linde con Peralta, los martes y jueves impares de cada mes hay carrera de gilipollas; esto es, se reúnen los gilipollas rubios los martes, los gilipollas morenos los jueves (siempre impares, se ha dicho) y los gilipollas calvos según les de y corren en círculo hasta que se marean y echan el bofe. Es cosa bonita de ver cuando se les cruza un escopetero mortificado por las deudas o por la hemorroide recurrente y le dan un cabezazo o le pisan un juanete, con qué naturalidad replantean los corredores el circuito y como de alegres y de melodiosas suenan las postas cuando les encuentran el costillar.
- ¿De verdad lo encuentra usted gracioso?
- Bueno, mujer, de algo habrá que reírse, ¿no?
- Pues sí, visto así...

Siempre hay algún subalterno que intenta colarse de matute pero los organizadores no se lo permiten, buenos son ellos. Recordemos que al gilipollas se le conoce por su voz engolada, por su pose altanera, por su cinturón por encima del ombligo, por su mirar huidizo, siempre hacia el sombrero de con quien conversa -en el caso de que no hable solo-, o donde debería estar éste en caso de que el contertulio sea señora, pobre o pez, por el alardeo constante de su filiación política y sus filias y fobias en esta materia, por su verbo plomizo y su tostón constante y, sobre todo, por la total carencia de sentimientos hacia su interlocutor.
- ¿No tienen sentimientos hacia él?
- Muy pocos, casi ninguno.
- ¿Y los hay de derechas e izquierdas?
- Y hasta de centro, si me apuras. Nada más parecido a un gilipollas de derechas que un gilipollas de izquierdas, desengáñate.
- ¿Y apolíticos?
- También.

Doña Casilda, cuando aquella moda del vegetarianismo que a tantos carniceros baldó, pedía un pincho de verde en la terraza del casino para acompañar el vermú y en casa canturreaba consignas vegetales mientras se freía unos chorizos. Doña Casilda era de natural pánfilo, casi lela, aunque con buen corazón y buena pierna. Sus sobrinos, los dos hijos de Manuela, su hermana, que tenía nombre de vicio solitario pero que era casta y temerosa de Dios, iban a visitarla los viernes para que les hiciese un bocadillo de sobrasada y les diese quince duros, y cuando se duchaba doña Casilda la espiaban por un ventanuco mientras silbaban Only you y se la cascaban alegremente.
- ¿Se la cascaban con mucha alegría?
- Sí, Marialuisa, y con mucha devoción.
- ¿Y con dos dedos?
- Sí, con dos dedos y con guantes de fregar.

Don Sené tenía un gorrino y le daba por el culo, al gorrino, claro, lo contrario sería perversión. A don Sené le gustaba mucho hablar del tema de follar, hablaba de ello sin desmayo con sus amigos, con sus vecinos, con sus feligreses, con sus hijos, con sus nietos, y no había homilía, cumpleaños o asamblea vecinal en que no lo sacase.
- ¡Yo en este pueblo he follado más que nadie! ¡Preguntad, preguntad por cada casa, ya veréis...!
- Ay, don Sené, calle, por favor... demonio de hombre...

El campo es más apacible, más acogedor, más fragante y más conciliador en esta época del año, sin los calores de antes ni los fríos de después. Cae la fina lluvia y caminamos con la mirada gacha y los cojones colganderos, el tedio, el desgobierno y el hastío es lo que tienen, cae la fina lluvia entre tus muslos, morena, y yo me acuerdo mucho de aquella coplilla que cantaba Venancia, la de los Chenchos, cuando se iba tras una tapia a mear.
- ¿Y como era la coplilla?
- Bien bonita.

Venancia, la de los Chenchos, tuvo, tiempo ha, sus romances y sus amoríos y sus empotramientos con don Sené, y con el párroco anterior a don Sené, y con el párroco anterior al anterior, se conoce que le tiraba la curia a Venancia. Venancia, en vida de Cosme, su difunto, que murió de asco, también alternó la Iglesia con el profesorado, el alguacilado y el parque de bomberos, ahora está ya algo mayor y cocina pistos y reza novenas. Cosme, su difunto, se dio al anís aquejado de impericia conyugal, burlas parroquiales en forma de toques de clarín anunciando salida proferidos por don Sené en cuanto el astado esposo atravesaba el portón de la iglesia y cornamenta sui generis. Venancia excusaba su comportamiento mientras despachaba jureles diciendo a la clientela que ella la fidelidad se la pasaba por el higo porque su marido era un cabestro y un borracho y que le podía partir un rayo y ella una hembra de rompe y rasga y una pionera.
- ¿Más pionera que las gallinas?
- ¡Huy! ¡Mucho más! ¡Donde va a dar!
- ¿Y se excusaba ante propios y extraños?
- Y ante mancebos de botica, si era menester.

Tampoco le estuvo mal empleado a Cosme, no. Los jóvenes, más a menudo de lo que sería conveniente, desoyen los consejos de sus padres, se los pasan por ahí, por donde no les da el sol, Marialuisa, corazón, tú no te me pierdas, y a Cosme los suyos no dejaron de advertirle de que como iba a cargar con esa hiena, mismamente tal y como también pasó a su hermana Chelo, que era alta, rubia y con marido subnormal, Joaquín el Liendre, que cuando se sentaba a jugar las siete y media con los concejales del pecé se persignaba y al barajar las cartas silbaba por lo bajini el Cara al sol.
- ¿Lo silbaba con mucha entonación?
- Y con mucho sentimiento
- ¿Y lo hacía por joder?
- Of course.

A Chelo Joaquín el Liendres la engañó con cursiladas, Chelo era muy engañable, era como las mariposillas que revolotean por culpa de un mal querer, y así la fue. Joaquín en la alcoba la llamaba fresita, naranjita, meloncitos, mandarinita, así de seguido y durante mucho rato, hasta que la confundió y la pobre ya no sabía si era su novia o si era un fruitti. Los hay que en el lecho son poéticos, delicados, asépticos, sentimentales, los hay también que son cursis, viles, engañosos, tarascas y tarambanas, y los hay que somos unos guarros. Joaquín está bien donde está, en la cárcel, por estafador, por gaznápiro, por escuchapedos y por cantamañanas.

Andrés, el menor de los diecisiete hijos de Facundo el Fecundo, era dado a soñar. Soñaba que se empiernaba con doña Asunción, viuda de Fermosillo, maestra de escuela y milfa más que aparente. Andrés se la zurra al bies, con las manos o los pies, del derecho y del revés, menudo es, de soslayo, a la remanguillé, se la mueve con mano o pie firme, conocimiento y dedicación y en un visto y no visto se puede hacer una y dos y hasta tres. Andrés es de la creencia de que ciertos humores en salva sea la parte retenidos pueden cuajarse o coagularse y formar quesos, e incluso explosionar y reventar las gónadas, con todo lo aparatoso que la situación conlleva según donde se encuentre el interfecto.
- Semen retentum venenum est.
- Demanda natura, mon chéri, demanda natura.

Andrés, siempre según quienes le han visto en sus cueros, no nos vayamos a confundir, calza una herramienta como la manga de un abrigo, y cuando aquello se arma debe de ser algo digno de mención por sus calibres, longitudes y turgencias, cuando aquello se estira, tú me entiendes...
- ¿Cuando se estira como pata de perro envenenao?
- Sí, algo así.
- ¿Y le asoma por el cuello de la camisa?
- Bien pudiera ser.
- ¿Y usted cree que si Andrés llegase se la chuparía él solo?
- ¡Huy! ¡Sería un no parar!

Andrés no ha tenido el éxito con las mujeres que él hubiese deseado porque el pobre es muy bajito, casi minúsculo, además de que al jodío le afea un poco esa cara que tiene, pero tú ya sabes que donde un caballero español no llega con la mano llega con la punta de la espada. No mejor suerte tuvo Manolo, quien fuera vecino tuyo allá por tus mocedades. Manolo se volvió muy moderno y muy bienqueda cuando pasó la temporada aquella trabajando en la capital, y al regresar al pueblo pasaba las tardes paseando por las calles con los brazos levantados mostrando la sobaquera teñida de azul y vociferando "al varón castración" con voz tronante y bien templada. Una tarde le agarraron unos mozos que venían de entresacar y nos quedamos sin concejal de festejos, pero se pudo volver a dormir la siesta en concordia y suave paz.
- ¿Y le dolió mucho?
- Bueno, algo debió de escocerle, digo yo.

 A Manolo esos delirios y determinadas compañías le llevaron a la confusión. Aún hoy se hace chanza en el casino sobre cuando sus amigos de la capital venían a visitarle y celebraban conciertos de música mental, como hacía la china esa que se casó con el yeyé, el bítel. Se reunían en la nave del Nemesio, el hermano de su padre, Clemente Displicente, apodado así porque era asquerosito el hijoputa, disponían unas cuantas alpacas en círculo, tantas como número de asistentes, se sentaban en ellas en perfecta comunión con la naturaleza y comenzaba la función: engendraban unas músicas en sus cabecitas y en sepulcral silencio se movían y se balanceaban acorde a ellas, a las suyas propias y a las que imaginaban que imaginaban sus compañeros, y no pocas veces estallaban en llantos y suspiros de emoción al verse rodeados de tanta creatividad, belleza y sentimiento como sospechaban que allí se daban cita. A Manolo no le entusiasmaba mucho aquello, le contó en confianza una noche de coñases a Tereso (el que padecía almorrana persistente, también denominada incordio anal, y se la aliviaba con frascas de Jumilla, emplastos y frigodedo), porque decía que él no escuchaba nada, pero que seguía la corriente por el qué dirán.

A doña Asunción, viuda de Fermosillo, maestra de escuela y milfa más que aparente, de la que te hablé antes pero tú estabas escuchando la radio, a doña Asunción, viuda de Fermosillo etcétera etcétera etcétera, decía, la cortejó una temporada el conde Virilo, aquel ilustre mojabragas que heredó el caserón de los Pinto y que la decía ojos verdes tienes cada vez que la cedía el paso en el café de la calle Mayor. Doña Asunción, viuda de blablablá e indefensa ante el lujo, el porte y la lisonja se dejó impresionar por el tórtolo e, incluso por unos meses, hicieron vida marital, cohabitaban, yacían juntos, folgaban, y él, tan aficionado al regüeldo estertóreo y la siesta pedorra, disimulaba las incontinencias aerofágicas que padecía ocasionalmente doña Asunción de tál y tál diciéndola amorosamente al oído te ronca el culo, cordera, y cosas bonitas así, hasta el día en que la doña descubrió a su doño escribiendo una muy perfumada carta a Chelo, la de Joaquín el Liendre, y se dijo a si misma hasta aquí he llegao. He soportado tus modales en la mesa, tus decibelios en la alcoba, tu desconsideración y tu falta de gusto en el tálamo, cuando no te quitas los calcetines para el acto y eructas mientras bombeas, pero esto no. Esto es flagrante contubernio cabronil. Soy yo mucha mujer para pasar estas fatigas por un bígamo que traga como un pato, que ronca como un bucéfalo y que folla como un hortera.
- ¿Pero, salvando pormenores, al menos el noble se empiernaba con gracia y donaire?
- Con gracia y donaire no, antes bien era descuidado en los detalles, ya se ha dicho, pero sí con ahínco, y mucho. Cuando el conde Virilo rompía a follar era el aquí fue Troya de la folladuría, un autentico garañón. El conde Virilo se empiernaba como un condenado.
- ¿Como un condenado a galeras?
- Sí. Tal que así.
Aquella noche la pobre la pasó en el caserón, pero fue la última. A la mañana se despertó pronto, se vistió mientras él aún dormía, le miró tiernamente, le dejó un beso en la frente, una rosa en la mesilla y un chorongo en el azucarero y se despidió de tan novelesco mascachapas para siempre.
- ¿Para siempre del todo?
- Para siempre jamás.

Cae la fina lluvia, morena de mis entrañas, y quisiera entretener aún más las horas con este retablo de estampas y aconteceres que te detallo contándote la historia de Rosalía, la que quería cagar y no podía y un día cagó y todo el culo se la vio, mas se me hace tarde, el camino es largo y la obligación no espera, bizcochito, así que me temo que he de marchar.
- ¿Y no me va a decir antes de irse qué pasó con la bici de Ramón, señor obispo?
- A la bici del baldado, tetorroncilla mía, ya no la queda ni el dibujo de la rueda.

 

Félix García Fradejas

Diciembre 2020