lunes, 24 de octubre de 2011

EL CERDO

A don Federico le gustaba tocarles el culo a los niños. Don
Federico era un profesor de 3º de E.G.B. de sesenta años de un
colegio masculino, casado no se sabe por que extraño
encantamiento con una mujer veinte años mas joven que el, y
además de muy buen ver, a la que no ponía un dedo -ni nada
parecido- encima desde cierto día que entro al servicio del
colegio a lavarse las manos -los alumnos y los profesores
compartían los mismos baños- y vio por la rendija de un retrete
mal cerrado a un niño de unos diez años meneándosela. Parece
ser que la visión le toco el alma, pues no entro a reprenderle
por una acción tan indigna de un niño temeroso de Dios -
también daba clase de religión- sino que se quedo espiándole
hasta que acabo la faena. Desde entonces, cada vez que sacaba
a un alumno a su mesa a leer la lección, mientras el crío leía el
se entretenía dándole palmadas y palpándole el culete, y los
niños, como niños que eran, lo tomaban por un gesto cariñoso,
como una palmada en la espalda. También, cada vez que los
chavales estaban en el vestuario después de la clase de
educación física, acudía allí como cochino al maíz con
cualquier excusa gilipollas para ver si podía pillar a alguno en
pelotas, y si pillaba a alguno y este te tapaba al verlo entrar le
decía que no debía de tener vergüenza, que allí eran todos
chicos y todos tenían lo mismo, que debía verle a el como un
padre, etcétera…
Don Federico también daba clases particulares en su casa a
varios alumnos suyos que el consideraba necesitaban una
atención suplementaria -con el consiguiente desembolso
monetario de los sufridos padres-, y con esto y su sueldo de
maestro le permitía vivir a el y a su mujer -no tenían hijos- muy
holgadamente.
Un día que Inocencia -la mujer de don Federico- estaba
haciendo limpieza general descubrió encima de un armario una
caja que no recordaba haber puesto allí, la bajó y vio que
contenía cuatro vídeos porno de menores que su marido
pretendía ocultar de esa forma tan barata.
-¡Federico! ¡¿Qué es esto?! -gritó ella desde el dormitorio.
-¿Qué es que? -pregunto asustado don Federico.
Fue Inocencia hasta el salón con las películas y se las enseño.
-¡Esto!
-¡Que cojones tienes tu que mirar en mis cosas, mala puta!
-¡Eres un puto pervertido! -dijo ella al borde del llanto- ¡Te
tenia que denunciar! ¡Así que es por esto por lo que ya no se te
levanta conmigo, y yo como una pobrecilla pensando que te
estabas quedando impotente y sin atreverme a decírtelo para
que no te sintieras mal! ¡La enfermedad la tienes en la cabeza!
¡Canalla! ¡Hijoputa!
¡ZAS! La dio una hostia en la cara que la tiro al suelo. No era
la primera vez que la pegaba -eran las únicas veces que la
ponía la mano encima- pues el consideraba, y no tenia ningún
reparo en admitir, que cuando la parienta de uno se ponía tonta
lo mejor era darla dos hostias para que se la quitase la bobada.
-¡Hijo de puta! -dijo Inocencia, histérica, en el suelo- ¡Esto no
te lo consiento mas veces! ¡Ahora mismo me voy donde mi
hermana y no me vas a volver a ver mas el pelo en tu puta
vida! ¡Cabrón!
-¡Pues vete a tomar po´l culo! ¡Tres cojones que me importa! -
estaba bien jodido con que ella hubiera descubierto “su
secreto”-
-¡Y como se te ocurra hablar de las películas… Te mato!
De modo que ella cogió una maleta, metió cuatro vestidos y
cuatro cosas mas y se fue, con una crisis de histeria y un ojo a
la funerala.
Esa noche don Federico la paso atacado de los nervios, mas
porque su mujer hubiera descubierto sus películas y se fuese
del mirlo que porque se hubiese marchado. Estaba acojonado
pensando en lo que ocurriría si sus amigotes, el profesorado y
sobre todo los padres de los alumnos se enterasen de su afición
a los culitos tiernos aunque todavía no se hubiese comido
ninguno, cosa que también le jodía lo suyo, de modo que se fue
al mueble-bar, agarro la botella de coñac para calmar la
ansiedad y se echo un pelotazo al coleto, luego se dispuso a dar
un repaso general y completo a su filmoteca y asi se paso la
noche, viendo como violaban a críos pequeños, soplando la
berza y matándose a pajas.
Cuando despertó tenia una resaca de mil pares de cojones.
Estaba en el sofá y todavía tenia la chorra de la mano. Eran las
nueve de la mañana del sábado y a las once y media tenia que
dar clases particulares a cuatro alumnos suyos y las putas ganas
que tenia de hacerlo con lo de su mujer en la cabeza y el
resacón que le venia grande, de modo que les llamo por
teléfono para decirles que esa mañana no había clase, que se
encontraba indispuesto y que al sábado próximo ya
recuperarían.
Se dio una ducha y fue al salón a recoger los videos -no sabia
para que- para volverlos a esconder, y cuando llego allí vio que
algo no le cuadraba, había tres videos encima de la mesa y el
cuarto dentro del magnetoscopio, como a el le gustaba
llamarlo, un par de pañuelos de papel al lado del sillón
conteniendo los resultados del calentón nocturno y ¡Faltaba la
puta botella de coñac!
-¡Cagüendios! -bramo.
No estaba en la mesa, ni en el mueble-bar, ni debajo del sofá ni
de los sillones ni en ningún puto sitio donde se le ocurriese
mirar.
-¡Donde cojones estas! -decía, cada vez mas mosqueado.
Fue hasta la cocina y allí se la encontró rota en el suelo en mil
pedazos que también se encontraban en la mesa -donde
posiblemente la había estampanado- y en las sillas, sin
acordarse de haberlo hecho -aunque suponía por que lo había
hecho, se conocía bien- y después de un par de reniegos y un
par de dioses fue a por el cepillo y el recogedor -la fregona no
hacia falta, no había dejado una gota- y limpio aquel destrozo,
cagándose en su puta madre.
-¡Ding Dong! -llamaban a la puerta.
-”¡¿Y ahora quien hostias es?!” - pensó don Federico.
Fue hasta la mirilla creyendo que podría ser su mujer,
arrepentida de haberle levantado la voz, y cuando miro vio a
Luisito. “Me cago en la puta. Se me había olvidado este”
pensó, dándose cuenta de que solo había avisado por teléfono
para que no vinieran a tres alumnos de los cuatro, así que abrió
la puerta contrariado porque este mocoso venia en autobús de
un pueblo a diez kilómetros y no era plan de mandarle por ahí a
cascarla.
-Buenos días, don Federico -dijo el niño.
-Hola Luisito, majo -contesto Don Federico- Veras, he llamado
a tus compañeros para decirles que no vinieran porque estoy un
poco malito y no me he dado cuenta de avisarte a ti, pero como
ya me encuentro un poco mejor y tu no vives aquí te voy a dar
clase, anda, majo, pasa, no te quedes ahí.
Fue Don Federico por el pasillo hasta la cocina, que es donde
daba las clases, detrás de Luisito -rubio, pelo largo y rizado,
ojos azules, muy guapo. Uno de sus preferidos, y no
precisamente por sus notas ni por su rendimiento en la escuela,
y una vez allí le puso unas cuantas operaciones de matemáticas
para que las fuera haciendo mientras que el iba un momento al
baño porque se le había olvidado afeitarse.
-A ver si me tienes estas cuentas acabadas para cuando termine
de acicalarme, Luisito, majo.
“Que guapo es este niño. Y que culo mas redondito tiene, el
jodio” pensaba don Federico mientras se desbarbaba con un
acarajotamiento enorme -dos cortes se había hecho ya-.
-¡AYYY! -chillo Luisito desde la cocina.
-¿¡Qué pasa!? -pregunto don Federico alarmado desde el
lavabo.
-¡Me he clavado un cristal en el culito! -dijo Luisito. Era muy
cursi, cosa que ponía a cien a su maestro. -¡Me sale mucha
sangre! ¡Venga a vérmelo, por favor, don Federico!
Al oír aquello a don Federico le dio un vuelco al corazón. Echo
a correr por el pasillo bamboleando sus ciento quince kilos de
peso como un globo lleno de agua clamando para sus adentros
“Santiago y cierra España”.
-¿Qué te ha pasado, hijo mío? -pregunto don Federico
resoplando, apoyado en el marco de la puerta. La carrera le
había matado.
-He ido a sentarme en esta otra silla que estaba mas cerca de la
ventana y al sentarme me he clavado un cristal en el culito.
Míreme a ver lo que me he hecho, por favor… -gimió Luisito,
al tiempo que volviéndose de espaldas se bajaba el pantalón y
el calzoncillo y le ensañaba el culo a su preceptor.
A don Federico al ver aquello unos sudores le iban y otros le
venían. Se agacho a ver la herida -no era gran cosa- y empezó a
palpar las nalgas a Luisito.
-No es mucho, Luisito, pre-precioso.¿Te duele cuando te
aprieto? -pregunto baboseando el examinador, que notaba
como se le llenaba el gallumbo de carne.
-Si. -sollozaba Luisito- Pero solo es en el carrillo derecho. No
se por que me aprieta también el otro.
Don Federico ya estaba fuera de si, y empezó a morder el culo
del niño. Siguió así un rato, sujetando a Luisito que se resistía
y chillaba hasta que, preso de entusiasmo garañón, le
sodomizo.
Esa misma tarde don Federico cogió el coche y se fue a un
pinar a intentar relajarse y ordenar sus pensamientos. Paseo
entre los arboles intentando convencerse de que el niño no
hablaría -le había dicho que si lo contaba le expulsarían del
colegio, que pensara en su pobre madre, y que además perdería
a sus amiguitos y seria el hazmerreír de todos los niños, que le
pegarían por mariquita- y después se puso a recordar como
penetro al crío, lo que le había costado meterla en un orificio
tan pequeño, los gritos del niño -¡Mama! ¡Auxilio! ¡Mama!
¡Auxilio! chillaba- y la sangre del culo del chiquillo
empapándole la polla hasta que se empalmo otra vez y se fue
detrás de un árbol a sacudírsela.
Héctor “Bolángano” era un hijo de puta en toda la extensión de
la palabra. Acababa de cumplir cuatro meses de prisión merced
a una mano de hostias que había pegado a un bakaladero bajito
y payasón que se había atrevido a vacilarle en un bar. No era la
primera vez que Héctor “Bolángano” -le llamaban así los
demás presos por el rabo que gastaba, el animal- daba con su
ciruelo entre rejas; ya antes había estado seis años preso por
asesinato. Cierta ocasión en que había llegado a casa dos días
antes de lo previsto de un viaje, fue camionero, sin avisar para
dar una sorpresa a su mujer y a su hijo que acababa de cumplir
un año la sorpresa se la llevo el cuando entro en su domicilio y
oyó gemidos, fue hasta su dormitorio que era de donde
provenían y se encontró con un compañero de oficina de su
costilla poniéndola a esta una vara por todo lo alto. Lo que
ocurrió a continuación era lo mas probable que sucediese
tratándose de un individuo de carácter sanguíneo como Héctor
que acababa de descubrir su cabronez. Fue a la cocina, cogió
un cuchillo enorme, el mas grande que había alli, regreso a la
alcoba y allí mismo despacho al fulano, y habría proseguido
con su esposa de no haber escuchado el llanto de su hijo en la
habitación de al lado, que Héctor, fuese un hijo de puta o
dejase de serlo, sentía devoción por su vástago, ese niño que
había visto poquísimas veces en los últimos años, que era lo
único que tenía y que quería en el mundo y al que, esa tarde se
lo había contado llorando, le acababan de partir el culo.
Espero toda la puta tarde Héctor en una cafetería enfrente de la
vivienda de don Federico a que este llegase a casa, después de
haber subido y comprobado que no estaba allí, y cuando iba
por la séptima copa de ginebra a palo seco, ante la
incomodidad de los parroquianos que se preguntaban unos a
otros en murmullos que quien era ese tío con pinta de
patibulario, pelaje que no podía negar, que se estaba poniendo
ciego a Larios solo, vio entrar en el portal de enfrente al cabrón
que había violado a su hijo -lo reconoció porque esa misma
tarde Luisito le había enseñado una foto en la que estaba el con
todos sus compañeros de clase y don Federico de fondo-, de
modo que espero a acabarse la copa para dar tiempo al profesor
a entrar en su domicilio y no preparar el folklore en el portal -
cuando se le encendía la sangre perdía el control de sus actos,
pero también sabia conservar la entereza como nadie. Era mas
duro que el pan de ayer- y una vez se la hubo bebido subió a
hacerle una visita.
Estaba don Federico quitándose los zapatos cuando llamaron al
timbre, se asomo por la mirilla para ver quien era, no fuera a
ser su mujer o la policia por el asunto de Luisito, ya que el
padre de este no podía ser por estar encarcelado, pensó, y
viendo a un hombre al que no conocía de nada, con mal
aspecto, eso si, decidió abrirle para ver que pasaba.
-Buenas tardes. ¿Qué quería? -dijo don Federico.
-Buenas tardes. Soy el padre de un alumno suyo -contesto
Héctor apartando al maestro y entrando en la casa- y he venido
a hablar de mi hijo.
-¿Pero que se ha creído? -dijo don Federico, asombrado- ¿Qué
porque sea el padre de un alumno mío eso le da derecho a
entrar en mi casa de esa manera? ¡Es usted un sinvergüenza!
¡Y haga el favor de salir ahora mismo de aquí!
-¡Pero es que mi hijo se llama Luis! -dijo Héctor agarrando del
cuello al cada vez mas acojonado preceptor mientras que con la
otra mano le ponía una navaja en la barriga- ¡Y por mi puta
madre que te vas a acordar de lo que has hecho!
-¡Po-por favor! -balbuceaba don Federico- ¡Yo no le he hecho
nada a su hijo! ¡Esto es una equivocación!
¡ZAS! Una hostia a puño cerrado en toda la cara tiro al maestro
al suelo, mientras Héctor metía ahora una mano en la que ponía
tatuado “Amor de madre” en el pantalón y sacaba una pistola.
-¿Te gustan los niños tiernos? ¿Eh, hijo de la gran puta? ¡Pues
ahora vas a probar a un hombre! -decía Héctor, bajándose la
bragueta del pantalón y sacando una tranca de palmo y medio.
-¡Ahora me la vas a chupar! -seguía diciendo poniéndole la
pistola en la sien- ¡Y cuidadito con morder o te pego los sesos
en la pared!
-¡Pe-pero usted esta loco! -decía el maestro notando el cañón
de la pistola al lado de su ojo y con la verga del padre de
Luisito a diez centímetros de su boca- ¡Que esta hacien…
¡GLUPS!
El vergajazo le llego hasta el gaznate. Don Federico sentía que
se ahogaba al tiempo que rompía a llorar de rabia, de miedo, de
vergüenza y de impotencia.
-¿Te gusta esto, pervertido de mierda? -decía Héctor- ¡Y no
llores, que me estas mojando los güevos!
Luego le dio otra hostia con el cañón de la pistola en la cabeza
y volvió a ir al suelo el profesor.
-Ahora -decía Héctor, guardándose la fusca y sacando de
nuevo la navaja- te vas a bajar los pantalones y te vas a poner a
cuatro patas. ¿Has entendido, corazón?
-Si-si -contesto el maestro. Su voluntad ya estaba
completamente anulada por el terror y la vergüenza y le
obedeció en el acto.
-Así me gusta. Buen chico -le dijo Héctor- Supongo que ya
sabrás que te esperan trescientos gramos de carne magra en
todo el burel… ¿No?
¡¡¡RASSSHHH!!!
El domingo de madrugada la policía encontró el cuerpo sin
vida de don Federico en el piso de este gracias a la denuncia de
un niño que había ingresado en el hospital el sábado por la
noche con una fuerte hemorragia en el ano por desgarramiento
del esfínter. El niño había estado sangrando todo el día y lo
oculto a su madre -que no a su padre- hasta que por la noche
cayo en el salón desmayado. Su madre, aterrada, llamo a una
ambulancia que les llevo al centro de urgencias y allí se
descubrió todo el pastel. A su hijo le han violado, señora, dijo
el medico que le atendió a la madre. Luego, con un policía que
el facultativo había llamado de oficio, y viendo a su madre
descompuesta suplicarle que por favor dijera quien le había
hecho esa monstruosidad, Luisito lo contó todo. Lo de don
Federico y lo de que también se lo había contado a su padre
porque sabia que este le mataría. De este modo fue la policía a
casa de don Federico, a proceder a su detención suponiendo
que el padre del niño no hubiese llegado antes que ellos, cosa
que temían porque Luisito les habia dicho que en cuanto se lo
contó a su padre y le enseño la foto del profesor, a media tarde,
Héctor había salido de casa diciendo “¡Lo mato! ¡Por mi puta
madre que lo mato!”. Además, la policía conocía sus
antecedentes, de modo que no les pillo mucho por sorpresa la
carnicería que se encontraron en el domicilio de don Federico.
El profesor estaba en el suelo, degollado por una navajada que
le iba de oreja a oreja. Tenía además numerosas puñaladas en
el vientre -dieciséis revelo la autopsia- y los pantalones y los
calzoncillos bajados hasta las rodillas. Y lo más curioso fue que,
además de toda la escabechina que le habían preparado,
también le habían amputado el pene, pero este no aparecía por
ninguna parte. Fue en la autopsia cuando se descubrió que,
además de haberle sodomizado brutalmente con un aparato de
dimensiones escandalosas, el miembro del profesor se hallaba
introducido en su propio recto.
A los once meses de los hechos Inocencia se había vuelto a
casar. Esta vez con un hombre de su edad, tambíen amigo de
tocar culos, pero solo el de ella, y que nunca la había levantado
la voz. Ni mucho menos la mano. El día del aniversario de la
muerte de don Federico Inocencia pensó por un momento en
llevarle un ramo de flores a la sepultura, pero al final decidió
que se lo llevase su puta madre.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

MAMA

Mama, el viernes cumplo diez años. ¿Tu crees que vendrá la
abuela? ¿Qué me regalara?
Mama, ¿te acuerdas que ayer te dije que Cati, la niña mas
guapa del colegio, me había sonreído? Hoy la he preguntado si
quería que la acompañase a casa y se ha reido de mi con todas
sus amigas. Y luego han venido Juan y Manuel, esos dos niños
tan malos de mi clase y me han pegado. Doña Cristina les ha
dicho que como se vuelvan a meter conmigo va a mandar venir
a sus padres, y me han dicho que ya se las pagare.
¡Mira! ¿Te gusta lo que he dibujado en la clase de gimnasia?
¡Somos tu y yo viendo la puesta de sol, el día que me llevaste a
ver el mar! Te quiero mucho.
Mama, hoy casi no he comido. Es que me han vuelto a poner
pescado cocido y ya sabes que no me gusta nada. Pero luego
me he comido tres peras.
Mama, este fin de semana echan en el cine Scream. ¡Me
gustaría mas ir a verla! Pero ya sabes.
Anoche me acabe de leer La isla del tesoro. Me ha gustado mas
el libro que la película.
¿Sabes lo que me gustaría que me regalara la abuela? ¡Una
Play-Station! Antes jugaba mucho a la Play-Station con Jorge,
pero como ya no quiere ir conmigo…
¿Sabes, mama? No voy a volver a saludar a Cati. Es muy mala.
¿Por qué me he tenido que enamorar de la niña mas mala del
colegio?
¿Te acuerdas del viejecito que siempre me daba caramelos
cuando me bajabas al parque? ¡Es mas bueno…! ¡Siempre que
me le encuentro en el autobús se levanta para que me siente
yo…!
Mama, este verano no voy a volver al campamento, que el
verano pasado lo pase muy mal.
David, el de mi clase, ya tiene novia. ¿Tu crees que alguna niña
se enamoraría de mi? Yo creo que no.
Esta mañana he entrado a pesarme en la farmacia. He
engordado un kilo. Ahora peso ciento dieciséis. La señora de la
farmacia siempre me sonríe cuando me voy, pero tiene cara de
pena.
Esta tarde, cuando venia a verte, me estaban esperando Juan y
Manuel en la puerta del cementerio para reírse de mi. Me han
pegado y me han llamado monstruo, y luego me han dicho
riéndose que te lo viniera a contar a ti, que tu no me puedes oír.
Mama…¿Por qué yo no tengo amigos?
Mama… ¿Por qué todo el mundo se ríe de mi?
Mama…¿Por qué no me quiere nadie?
Mama…¿Por qué no me muero de una puta vez?
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

EL TEDIO

Llevo seis cigarros en una hora. Fumo demasiado. El concurso
que están echando en la tele es una mierda, no me entretiene lo
mas mínimo. Tampoco me entretiene mirar a la calle desde mi
apartamento. La verdad es que no me entretiene absolutamente
nada en este mundo. Nada.
¿Qué voy a contar? Tengo cuarenta y seis años. Llevo catorce
de ellos cuidando de mi madre, que quedo tetrapléjica desde
que un coche la atropellara cuando estaba cruzando la M-30
fuera del paso de peatones, y durante toda mi vida el principal -
y único- ingrediente a sido el Aburrimiento.
Me llamo Luis Pérez. Siempre he pensado que incluso mi
nombre es gris. Vivo solo con mi madre desde que mi padre
muriera hace treinta y dos o treinta y tres años de un infarto, y
debo confesar que la noticia no me produjo el mas ligero
estremecimiento. Siempre he sido así. Nunca he tenido amigos,
ni novia, ni nada que se lo pareciese. Trabajo en una oficina en
la que mis compañeros me importan lo que mi madre y lo que
el resto del mundo. Nada.
Quiero explicarme: No soy un amargado. Simplemente nunca
he experimentado ninguna emoción ni ningún sentimiento
bueno ni malo, y quiero dejar esto bien claro: Ni bueno ni
malo. Tampoco me preocupa, lo que tal vez constituye lo mas
grave. Pero no me importa.
Soy virgen y no bebo ni tomo drogas. Ya he dicho que nunca
tuve novia. También podría haber ido de putas, o intentarlo con
algún hombre, pero es que el sexo nunca me intereso. Ni la
bebida ni las drogas. Ni nada.
Esta tarde he dado de comer a mi madre, como todas las tardes
y las mañanas y las noches desde hace catorce años. También
la he cortado las uñas. Mas de una vez he pensado mientras la
corto las uñas que ocurriría si la cortara un dedo, si ello me
transmitiría alguna sensación. Hoy lo he hecho.
Cuando la cortaba la uña de un dedo del pie la he cortado -sin
querer- un poco el dedo. Me he decidido. La he cortado el dedo
entero -queriendo- y ha chillado -mi made tiene dañadas las
funciones motrices, no las sensitivas-. Nada.
La he cortado otro dedo. Nada. Ninguna emoción. La he
intentado recordar cuando me hacia regalos o me arropaba
siendo yo pequeño, para ver si de esta manera despertaba en mi
alguna sensación, y pensando en ello la he cortado otro dedo.
Nada.
Mi madre esta llorando. Me pregunta que hago, si me he vuelto
loco, por que la hago esto a ella que siempre me ha querido.
Nada.
Cambio de táctica. Esta vez intento recordar los momentos en
que me ha reñido o me ha castigado siendo yo pequeño
mientras la corto otro dedo. Nada. Sigo sin sentir nada. La he
cortado todos los dedos de pies y manos y me siento a fumar
un cigarro mientras miro como se desangra entre sollozos e
hipos -ya se ha cansado de gritar-. Nada.
Llevo seis cigarros en una hora. Fumo demasiado. El concurso
que están echando en la tele es una mierda, no me entretiene lo
mas mínimo. Tampoco me entretiene mirar a la carretera desde
mi habitación del asilo mental. La verdad es que no me
entretiene absolutamente nada en este mundo. Nada.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

MARTÍNEZ, HOMBRE BOBO

“Es mejor parecer imbécil por guardar silencio que abrir la
boca y eliminar toda posible duda”
Groucho Marx
Martínez, hombre bobo, iba para casa el solito cuando, al dar
una patada a una lata, ocurrió el milagro:
-¿Me das fuego? Dijo una voz a su espalda.
-¿Qué? -dijo Martínez, asustado.
-¿Qué si me das fuego? -contesto. Era una chica.
-¡Si, sí. Toma, toma! -replico Martínez, nervioso. La muchacha
era un bombón. Rubia, pelo largo sobre la cara, gafas de sol a
pesar de que eran las cinco de la mañana.
-¡Gracias, guapo! -le soltó ella.
En ese momento oyó Martínez el claxon de un coche a su
espalda, se volvió a mirar y al darse otra vez la vuelta la
guayaba había desaparecido.
Era Martínez un zagal de veintiocho años, tonto del haba,
fantasmón y apanarrado, del que sus amigos solían reírse dado
que su cociente intelectual solo era calculable por sismólogos;
y lo de guapo era redundear en aquello de que la belleza es
efímera. En su caso, mas efímera imposible.
Aquella noche le costo dormir. No estaba acostumbrado a que
una chica le llamase guapo, ni tan solo a que le llamasen, así
que después de darlo vueltas se levanto de la cama, se encerró
en el servicio y se la meneo mirándose en el espejo; luego
volvió a la cama y se quedo dormidito.
Al día siguiente bajaba Martínez a tomar café mas contento que
de costumbre.
-¡Coño, Martínez, majete! ¡Que sonriente vienes tu hoy! -le
dijo Quique, un amigo suyo, al verlo entrar en el bar. -¿Qué te
pasa? ¿Has follado? -siguió de chufla.
-¡Casi! -dijo Martínez, que al ser un poco estúpido infinito era
incapaz de percibir la ironía- ¡Anoche, cuando iba pa’ casa,
una tía me pidió fuego y me dijo que estaba para comerme!
-¿Y no te la follaste? -le pregunto Quique, que no se lo creía,
pero estaba habituado a las bobadas de su colega.
-¡No, porque tenia prisa! ¡Pero a esa en cuanto la vuelva a ver
cae! -siempre le resultaba favorable su calculo de
follabilidades, otra cosa era que una sola vez hiciese diana.
-¡Pues nos podias invitar a una copa, para celebrar que a lo
mejor te desvirgan de una puta vez! -solto Manolo, otro de la
panda, que estaba a la conversación, sabiendo que Martínez,
además de mentiroso y fanfarrón, era incapaz de aflojar la
mosca.
-¡Y una mierda! -voceo Martínez- ¡Además, yo he follado mas
que todos vosotros juntos!
-Vale, tío… -dijeron Quique y Manolo, casi al unísono.
Esa noche fueron los tres a la discoteca; y mientras Quique y
Manolo se intentaban escaquear del amigo Martínez -si no no
había manera de ligar-, este no hacia mas que mirar a todos los
lados por si veía a la chica que le llamo guapo.
-Voy un momento a la pista -dijo Martínez.
-¡Ahora mismo vamos nosotros! -dijeron los otros, aliviados.
No encontró allí el jodedorcillo a la chavala, y apuraba el
cubata cuando, al dar una patada a un paquete de tabaco vacío
tirado en el suelo, oyó una voz a su espalda.
-¿Me das fuego, guapo?
Se dio la vuelta Martínez cual guapo y vio a una chica morena,
pelo largo sobre la cara, gafas de sol a pesar de que estaban en
una disco con apenas luz, que le resulto familiar. La estudio
mientras sacaba el mechero y… ¡Era ella!
-¡Ten, ten! -dijo el fuegador, nerviosito- ¡Oye! ¿Cómo te
llamas?
-Yo me llamo como tu quieras que me llame. ¿Cómo quieres
que me llame? -le contesto, exhalando el humo.
-¿Qué-que dices? -Martínez se había quedado aturdido por
aquella contestación.
-Que como te gustaría que me llamase.
-No-no se. -tartamudeaba cada vez mas confundido.
-Vamos a hacer una cosa. La próxima vez que nos encontremos
tienes que haber pensado que nombre te gustaría que tuviese,
¡Ah!, y me gustan esos pantalones que llevas; te marcan
paquete de una manera muy… excitante.
Al oír aquello Paquetinez se volvió todo miembro. Se dio la
vuelta para recoger el whisky cola agarrafonado que había
dejado encima de un altavoz y al volverse de nuevo hacia su
enamorada, esta había desaparecido.
-¿Será posible? -se sorprendió.
-¿Pero lo estas diciendo en serio? -pregunto Quique.
-¡Que si! ¡Coño! ¡Que si! -contesto Martínez- ¡Que la he vuelto
a ver, y me ha dicho que la ponga nombre y que vaya rabo
tengo! ¡Y ha vuelto a desaparecer como la otra vez!
-¡Y luego te despertaste! ¿Verdad, majo? -le soltó Manolo-
¡Venga! ¡Vete a tomar po’l culo!
Eran las doce de la noche y Martínez, Quique Y Manolo se
estaban tomando el ultimo chisme -el día siguiente era lunesen
un bar enfrente de la disco. Esa noche Quique y Manolo no
se habían comido nada, y el infantil, para no variar, tampoco.
-¿Y dices -continuo Manolo- que cada vez que das una patada
a algo aparece? ¡La patada te la teníamos que dar a ti en los
cojones, a ver si se te quitaba la bobada!
-Mira, Martínez -le dijo Quique armándose de paciencia- Tu
eres el clásico tío que se inventa malos recuerdos y luego bebe
para olvidarlos, así que vete a dormir la mona que mañana
tienes que madrugar.
Era viernes por la noche otra vez, momento de hacer el mal, y
Martínez volvía a estar tan maquillado de si mismo como
acostumbraba y continuaba haciendo sus declaraciones
habituales, que la poesía es cosa de maricas, que a los maricas
hay que darles de hostias porque no son como los demás, que a
los demás que les den po’l culo porque me importan una
mierda; todos los enlaces posibles por un microcéfalo
imposible, tantas cosas tan sin cosas. El tontorrón mas ilustre
de la comarca defendiendo el titulo. En esas entraron en el bar
una panda de chicas, varias de ellas con minifalda.
-¡Las tías que van así son unas guarras! -proclamo Martínez-
¡Van pidiendo guerra! ¿No las veis?
-¡Cada uno ira como le salga de los cojones! ¡No te jode! -dijo
Quique, ofendido- Además, si dices tu que van pidiendo
guerra, ¿por qué no las entras?
-¡Eso! -le secundo Manolo, que cada vez estaba mas harto de
los comentarios de Martínez.
-¡Iros a tomar po’l culo! ¡Me cago en Dios! ¡Me voy a mear! -
contesto a voz en grito Martínez, como la mayoría de las veces
que le llevaban la contraria.
Entro al servicio con una mala hostia de impresión, y al dar una
patada a la segunda puerta -los meaderos de pared estaban
ocupados- vio que dentro había una chica pelirroja, pelo largo
sobre la cara, gafas de sol a pesar de estar en el lavabo de un
bar ¡Ella otra vez! ¡Y esta vez con una minifalda que a duras
penas la ocultaba las bragas! -las otras dos veces que la había
visto llevaba pantalones.
-Dime, Martínez… ¿Te parezco una guarra? -le pregunto.
-No, no, claro que no -contesto-. Pero, ¿tu que haces aquí
adentro? Llevo mas de una hora en este garito y no te he visto
entrar. ¡Y en el váter de los tíos! ¿Y por que cada vez que te
veo llevas el pelo de un color diferente? ¿Y como sabes mi
nombre? ¿Y…
-¡Tranquilo, tranquilo! -le corto ella- Preguntas demasiado,
amor mío. Por cierto… ¿Ya me has puesto nombre? No. Por tu
cara veo que no. ¿Sabes que me gustaría? Que me follaras
como solo un hombre como tu sabe hacerlo… mmm… me
estoy mojando solo de pensarlo… Pero todo esto no debes
contárselo a tus amigos, que yo se que ya les has dicho lo
nuestro.
-¡Esta bien. Esta bien! ¡Vamos a follar ahora! -Martínez,
berraco.
-¡Por favor! ¡No tan deprisa! ¿Cómo vamos a ponernos a follar
aquí? Mañana a las once de la noche estarás en la puerta del
hotel Caracas, y no te preocupes, tacañín, que todo corre de mi
cuenta. Tu sabes como hacer que aparezca tu hada buena,
¿verdad? ¡Ah! Y no sabes como me ponen los hombres de
traje…
-¡Tóc! ¡Tóc! -golpes a la puerta- ¡¿Vais a salir o que?! -dijo
una voz masculina acuciante.
-¡Ahora mismo, joder! -contesto nuestro héroe dándose la
vuelta hacia el vocinglero. Cuando se giro de nuevo la dueña
de sus desvelos había desaparecido, ante su estupor.
-¿Qué hora es, Manolo? -pregunto Quique.
-Las tres y media. -contesto el susodicho.
-¡Que raro que no hayamos visto a Martínez en toda la noche!
-Me ha dicho Isidro que ha pasado por el Caracas hace un
ratinín y ha visto a Martínez en la puerta, vestido de traje y
dando patadas a una papelera. -apunto el camarero, que les
había escuchado.
-¡Este chico va a dar en gilipollas! -sentencio Manolo.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

LÓPEZ HUERTAS, 36

“Chica de 30 años, morena, 1’77 cms, tendría contactos con
caballeros. +o importa edad, raza ni estado civil. Solo pido
seriedad y fantasía”
Este es el anuncio que tengo, acompañado de mi numero de
buzón, en el teletexto de una cadena televisiva. No hago esto
por dinero, no soy una prostituta, lo hago simplemente por
placer, sin cobrar un duro. Supongo que la gente podría
definirme como ninfómana, pero a mi no me gusta nada ese
termino. ¿Porque me guste el sexo y procure disfrutar de el
siempre que me sea posible no teniendo pareja estable tengo
que ser una enferma o una guarra? No. Pero en esta puta
sociedad es natural que se me vea así, cosa que me da
absolutamente igual. Estamos aquí cuatro días y tres lloviendo,
de modo que nadie va a decirme lo que tengo o no que hacer
con mi vida. Además, si un día no me voy a la cama con nadie
no me pasa absolutamente nada.
Trabajo como químico en un laboratorio farmacéutico y
comparto piso con dos amigas, pero mis contactos los realizo
en un apartamento que tengo en la calle López Huertas. Quizá
mi pasión por el sexo se deba a una reacción subconsciente a
una educación infantil casi -por no decir del todo- dictatorial.
Mi padre era -y lo sigue siendo- un hombre ultraconservador,
ultracatólico, ultraderechista y ultra capullo; no así mi madre,
que era -y también lo sigue siendo- una persona mucho mas
racional e infinitamente mas benevolente -no entiendo como
pudo casarse con un tipo semejante-. Recuerdo que una vez,
siendo yo niña, mi padre amenazo con su paraguas a una pareja
que se besaba en el vagón del metro en el que el y yo íbamos;
en otra ocasión me propino un tortazo y a mi madre unos
cuantos mas al ver el bikini que esta me había comprado,
gritándola: “¡Va a ser una puta -tenia yo doce años- y todo por
tu culpa!”. También recuerdo su enojo la primera vez que vio
el anuncio de Fa, con aquella chica rubia con las tetas al aire,
“¡Esto es lo que nos ha traído la puta democracia!” dijo. Ahora
veo a mis padres una vez por semana, los domingos, que como
con ellos.
Me he apartado un poco del asunto. Estaba hablando de mi
pasión por el sexo. Y no es solamente pasión, sino también
curiosidad y otro montón de cosas. Siempre he pensado en
hacer un estudio sociológico sobre los hombres en el tema de la
jodienda, las diferencias que hay entre unos y otros, los
parecidos, las contradicciones…, pero me temo que no podría
ser muy objetiva, ya que una tiene -naturalmente- sus
preferencias. Por ejemplo, en cuestión de edad prefiero los
hombres que rondan los cuarenta que, generalmente, no solo
buscan su satisfacción. Los muchachos de veinte años van muy
deprisa: cuatro golpes de riñón y ya se han corrido, quedándose
una con las ganas y sin que a ellos les importe lo mas mínimo.
Los cincuentones y sesentones, salvo afortunadas excepciones
-me ha salido un pareado, je, je,- son otro cantar; a casi todos
les cuesta un triunfo mantener mi ritmo en cuanto me salgo del
típico polvo que echan con sus señoras y les hago que me
coman el coño, les propino una mamada en toda regla o les
pido que me la metan por el culo y después todos, casi por
regla general, una vez concluido el revolcón se quedan
dormidos como tostones mientras que yo me tengo que aliviar
sola.
En cuestión de tamaño no tengo ninguna preferencia. Siempre
me ha parecido una gilipollez la excesiva importancia que dan
los tíos al tamaño de su polla. Bueno, tal vez las prefiera algo
grandes, pero siempre que vengan acompañadas de alguien que
las sepa utilizar. Cierta vez estuve con un chico que tenia un
pollón descomunal, supongo que rondaría los treinta
centímetros, y el estaba pagadísimo de si mismo con semejante
vergajo, pero en el momento en que nos pusimos a follar el
chaval se movía con la misma gracia que un saco de garbanzos,
y lo mas memorable del asunto fue que, una vez se corrió,
aquella tranca momentos antes tan impresionante quedo
reducida a un colgajo miserere que daba risa verlo. No nos
engañemos, la diferencia entre una polla tiesa y esa misma
polla floja es evidente, pero yo nunca había visto tanta
disparidad entre un estado y otro de la misma polla, tal vez
debido al enorme contraste, así que el efecto fue cómico. Ni
que decir tiene que aquel machote, viendo la cara que yo ponía,
se cogió un mosqueo de cuidado y salio de mi casa dejando en
ella toda la autosuficiencia con que había entrado allí.
Por ultimo, en cuanto a clasificaciones y preferencias se
refiere, diré que me gustan los mas atrevidos, pero dentro de un
limite, claro esta. No tengo ningún reparo en practicar el sexo
oral, cualquiera de sus modalidades, el coito anal, e incluso he
llegado a citarme con dos hombres a un tiempo para después
llevármeles a la cama a los dos a la vez. También, en una
ocasión en que un contacto me dijo que le gustaría que su
mujer nos acompañara accedí, y el resultado fue un fabuloso
ménage à trois en el que ella y yo nos lo montamos mientras el
nos observaba masturbándose para acabar con el follándome
mientras yo le comía el coño a su mujer; pero de ahí a permitir
que un tío me mee encima, o que me pida que le pegue, o,
incluso, como me han pedido, que cague para que el luego se
lo coma, va un abismo. Tampoco me entusiasman los
tradicionales, los que con una mamada y un cohete urgente al
estilo misionero van arreglados y no les pidas mas, que te
miran con mal disimulado asombro, te dan una palmada en el
culo y te llaman “viciosilla” mientras tu te quedas con las
ganas. Que pereza…
Hoy ha venido a mi apartamento un tipo muy especial. Ha
entrado muy cohibido, y yo al principio me he quedado sin
saber que hacer, pero al momento se ha excitado de una
manera que yo raras veces había visto y, siendo de la clase de
hombres que no me gustan, he decidido darle una lección,
aunque al final no se quien a dado la lección a quien porque si
yo me he esforzado en llevarle hasta la taquicardia sentándome
encima de su polla y cabalgándole como pocas veces había
cabalgado a nadie, el me ha follado con una vorágine que ha
conseguido arrancarme cuatro orgasmos que me han dejado el
coño en un quiero y no puedo para después metérmela por el
culo con la misma intensidad y terminar corriéndose en mi
boca suplicándome que me lo tragara todo. El polvo ha sido de
los mejores que he echado en mi vida, pero el problema viene
ahora, porque no se que cara ponerle el domingo cuando me
siente a comer enfrente de el.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

VICIO

Debo este descubrimiento a un amigo que en cierta ocasión me
dijo: “Tienes tanto hachís en el organismo que el día que no
tengas costo te vas a fumar un ojo”.
Pues bien, ese día llego. Mejor dicho, esos dos días. El día que
me quede sin costo y el día que me fume un ojo. Antes del ojo
ya llevaba fumada buena parte de mi anatomía, como ahora
contare.
Todo comenzó el día que dejaron de fiarme hash. Ya me lo
habían advertido los dos camellos a los que pillaba
habitualmente, que “llevas mu’ mal rollo, colega. Esto así no”,
debido a que me demoraba todo lo que podía en pagarles lo
fumao, hasta que me cortaron el suministro. Tampoco era
cuestión de buscarme marchantes nuevos en el plan que llevo
yo para los negocios, ya lo intente, y me mandaron a cagar, de
modo que me ví en la dolorosa disyuntiva de, o hacer caso a la
atenta observación de mi camarada sobre las supuestas
propiedades psicotrópicas de mi organismo, o fumarme una
mierda. Y yo he sido siempre muy escrupuloso.
Lo primero que me fume fueron los dedos de los pies. ¿Para
que cojones quiere nadie que no sea una masajista tailandesa
los dedos de los pies? En cuanto me fume el primero me di
cuenta de que mi decisión había sido la correcta. ¡Aquello
pegaba como su puta madre! Y, después de toda la jena y toda
la bazofia con que te cortaban el costo, ¿no era eso mas sano?,
así que me fume los otros nueve uno detrás de otro.
Al levantarme después de la fumada me note un poco torpe al
andar, torpeza que atribuí al colocón que llevaba encima. No
fue hasta que me levante de la cama al día siguiente que me di
cuenta que la torpeza no era debida al colocón en si, sino a la
falta de dedos, pero me sudaba la polla.
Seguí por los pies y mas tarde por las piernas. Mis padres
tuvieron que comprarme una silla de ruedas, pero lo que mas
me jodía era que ya no podría ponerme hasta las patas.
Después empecé a fumarme el brazo izquierdo. Al principio
me preocupo pensar en si podría liarme los canutos con una
sola mano, pero yo soy un tío hábil, así que el problema no fue
tal.
Una vez finalizado el brazo izquierdo decidí fumarme por fin
un ojo. ¡Joder. Como ponía! No contento con eso, me fume
también el otro, total, para lo que hay que ver, además, de mi
siempre se ha dicho que me hacia los porros con los ojos
cerrados. Me los fume escuchando a King Crimson, que es el
grupo ideal para fumarte un ojo.
La situación en mi casa se estaba haciendo insostenible, con mi
madre todo el día diciéndome “¡Hijo mío! ¡Te dije que la droga
iba a acabar contigo! ¿No lo puedes dejar?”. Mi padre pasaba
mas de mi. Me miraba desde el sillón y decía “¡Si es que con
este chico no hay manera!”, así que, para no estar todo el puto
día escuchando sermones, me fume las orejas. El principal
problema que veo yo de fumarte las orejas es que luego no te
puedes sujetar las gafas de sol, pero a mi, para la puta falta que
me hacia…
Otro día me fume la nariz. ¡A ver quien me decía después de
eso que iba con el al olorcillo de sus porros!
Mas tarde me fume la polla. Total, con este aspecto follaba
menos que los Ropper, y por otra parte, soy ya mayorcito para
hacerme pajas. Estuve fumando de ella mucho tiempo, ya que
yo tenia un nardo de unas dimensiones importantes. Después
del piper me fume los huevos. Me los corte a ras del culo, pero
con todo y con eso no tuve para mucho; me los debí de cortar
un día que hacia frío.
Seguí fuma que te fuma, arrancándome partes del torso y de la
espalda, pero sin tocarme los órganos vitales, no soy tan
gilipollas.
Después de fumarme los glúteos -ya ni hasta el culo se puede
uno poner- solo me queda el brazo derecho. Esto plantea un
problema: si me le corto -que no se como- ¿Cómo cojones me
le lío? Pero confío que hallare la solución, soy un hombre de
recursos. Además, la necesidad es la madre de todas las
ciencias, y si ni esto consigue detenerme… ¡Me espera un
mundo de posibilidades!
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

PABLO

Eran las once de la noche cuando termino de trabajar. Su
ocupación, pese al reconocimiento de sus compañeros de
profesión que decían de el que era un excelente profesional, se
había convertido para Pablo en una pesada losa, como el resto
de su existencia.
Se encamino al bar de costumbre, pidió el acostumbrado café y
la copa de coñac que no debía tomar -su psiquiatra le había
prohibido el alcohol mientras siguiera con el tratamiento de
antidepresivos, pero le daba exactamente igual- , encendió un
cigarro y, como todas las putas noches, se puso a recordar, y a
maldecirse por ello.
Rememoro, como siempre, el día de su boda con Lola, como se
habían jurado amor eterno, lo maravillosa que parecía la vida
entonces; el la seguía queriendo, pese a todo. También evoco, y
esta vez sin ningún remordimiento por hacerlo, el día del
nacimiento de su hija, Loli, que pronto tomaría su primera
comunión y que se había convertido en su único motivo para
seguir viviendo.
¿Qué daño había causado el a nadie? ¿Qué es lo que había
hecho mal? ¿Por qué tuvo que encontrarse un día a Lola con
otro en la cama? No podía dejar de mortificarse con estas
preguntas “…si hubiera sido yo de otra manera…” Pero no lo
era, y Lola lo sabia. Por eso tuvo que acepar el ultimátum de su
esposa: “Si te conviene, Alfredo se queda con nosotros, si no,
me voy a ocupar de que no vuelvas a ver a tu hija en tu vida,
calzonazos…”
Pero el era demasiado cobarde. Demasiado cobarde para
arriesgarse a perder a su hija y demasiado cobarde para olvidar
a Lola, de modo que tuvo que soportar que el amante de su
mujer viviera con ellos, justificándolo Pablo ante la gente
como que era el hermano de Lola; gente que lo sabia todo y
que lo único que podía hacer era sentir lastima por ese
desgraciado cuya vida ya solo respondía al pretérito. De eso
hacia ya cinco años.
Fue hacia su casa y se acostó, como desde hacia cinco años, en
la cama de los invitados. No se había podido acostumbrar
todavía a escuchar a su mujer joder con Alfredo en la
habitación de al lado -aquello no era hacer el amor, se decía el-,
y como cada noche rezo, rogando una vez mas que todo
finalizase. Los únicos paraísos que existen son los perdidos,
dicen.
A la mañana siguiente se levanto pronto, como de costumbre, y
preparo el desayuno para todos. La primera de las
humillaciones de la jornada. Mientras hacia esto se preguntaba
cuanto tiempo podrían seguir manteniendo el engaño frente a
su hija. Loli siempre -por obligación- se acostaba temprano.
Ella no sabia que su madre y Alfredo, de quien creía que era en
verdad su tío, dormían juntos, aunque Pablo intuyese que la
niña sospechaba algo, pero Loli había heredado el carácter de
su padre, y nunca se atrevería a decir nada.
El día transcurrió como el resto de los días, con las mismas
humillaciones de siempre, aunque en esa ocasión hubo una
mas: Alfredo había descubierto los poemas que escribía Pablo -
tal vez su única afición-, muchos de ellos dedicados a Lola
años atrás, y los leyó con sorna durante la comida, mientras
Lola reía a carcajadas y Pablo agachaba la cabeza y contenía
las lagrimas que afloraban a sus ojos. Loli no decía nada.
Por la tarde Pablo fue a trabajar. Estuvo en su camerino los
cuarenta y cinco minutos habituales y después salio. Espero
fumando un pitillo a que el jefe de pista le presentase y por fin
este lo hizo: “¡Damas y caballeros! ¡Niños y niñas! Con
ustedes… ¡Popó! ¡El payaso mas feliz del mundo!”. Aplausos.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

VILLANCICO EN SEPIA (Basado en un sueño)

El cielo era el que se puede imaginar cualquiera que debe haber
en un desierto: sin una sola nube, no azul, sino de un
blanquecino enfermizo y con un sol también blanco y
abrasador. Pero el paisaje era irreal.
La arena no formaba dunas, sino que se extendía formando una
eterna superficie total y completamente plana, sin un solo
relieve, sin una sola elevación ni una sola hondonada, por
ínfimas que fueran, hasta el infinito. En cualquiera de sus
indefinidas direcciones. Y en la arena, un hombre.
Se hallaba tendido, boca arriba. Era un hombre
desmedidamente vasto y en igual desproporción enjuto, de pelo
y barba largos y rostro demacrado. Su cuerpo se encontraba en
estado de descomposición, poblado por millares de gusanos
que le devoraban, su abdomen y su caja torácica abiertos en
canal. Estaba vivo. Y cantaba.
Mientras las larvas consumían su cuerpo aquel hombre, como
si aquello no le causara ninguna afección, cantaba a viva voz.
Era un villancico compuesto por el, supuse, pues nunca le
había escuchado. En su semblante macilento no se apreciaba
muestra alguna de dolor, solo el esfuerzo por cantar mas alto.
De improviso arribo una multitud de fotógrafos que no hicieron
otra cosa que su función: fotografiar a aquel hombre.
Volvió su cabeza y me miro. Me dirigió una mirada inteligente,
viva, cómplice. Pareciendo adivinar mis pensamientos me
esclareció la razón de su proceder: “Mientras mi cuerpo le
devoran los gusanos, yo compongo villancicos para los que les
alimentaran”, me dijo, y siguió cantando. Yo no comprendí el
significado de sus palabras.
Al instante yo ya no me encontraba allí. Estaba en otro lugar,
una estancia, y tenia entre mis manos las fotografías de aquel
individuo, que yo contemplaba con vértigo. Eran unos retratos
en sepia, pero en ellos no se le veía cantando, sino con la
expresión de una agonía absoluta. En uno en particular miraba
al objetivo, y reconocí la misma mirada que me había
destinado a mi, pese a que el en ninguna ocasión se dirigió a
los fotógrafos. En ese momento volví a escuchar aquel
villancico mezclado con gritos de calvario, pero no dentro de mi
cabeza. Fuera.

jueves, 20 de octubre de 2011

PSICOFONÍA (Basado en un sueño)

Era el invierno del 89. Había salido a comprar una revista de
parapsicología con la que regalaban una cassette con varias
psicofonías grabadas en ella. Al regresar a casa leí la
publicación, pero no escuche la cinta; preferí hacerlo cuando
me acostase, con auriculares y la luz apagada, para darle un
mayor retorcimiento al asunto.
Ya en la cama la escuche en las condiciones que antes he
comentado. Contenía varias psicofonías. En una de ellas se
percibía la voz atemorizada de un niño diciendo “Tengo
miedo”, en otra, una mujer de dicción funestamente átona decía
“Adimensional. Es adimensional”, en otra más una voz lúgubre
y cavernosa en la que apenas se comprendían tres palabras,
inconexas entre si. Todas ellas presentadas por el doctor
Jiménez del Oso, que contribuía al ambiente tétrico. Pero a mí
una de las que mas me impresionó fue la primera. En ella se
escuchaba la conversación de dos personas de la cual era
imposible discernir algo; al poco tiempo, mientras continuaba
el dialogo inaccesible, comenzaba a sonar una especie de
soplido, como una fuga de aire y, súbitamente, una tercera voz
que decía, en un tono aterrado y con abrumadora urgencia,
“¡San José!”.
Cuando escuché la cassette hasta el final apagué el equipo de
música y me acurruque en la cama, completamente acojonado
como estaba hasta que, después de mucho rato, conseguí
dormir…
Me ví en una cripta situada a quinientos kilómetros bajo la
superficie terrestre -en la lógica absurda de un sueño tenía
conocimiento de esa profundidad, sin que nada me lo indicara- en
la que una luz mortecina procedente de ningún punto me
permitía ver lo que allí había: cientos o quizá miles de ataúdes,
formando un laberinto.
Caminé durante no sé cuanto tiempo, observando el monótono
lugar, hasta que, de improviso, comencé a advertir una
conversación de la cual no podía diferenciar un solo término y
que me era familiar; anduve hacia donde estimaba que
procedían las dos voces, sin ningún temor -otra vez la
incoherente lógica de los sueños-, hasta qué llegué a un
habitáculo colosal en el cual no había mas que una sobria y
añosa tumba emplazada en el centro. De allí provenía la
conversación que ya yo había reconocido.
Por un orificio del tamaño de una moneda en un flanco del
sepulcro comenzó a surgir una columna de un humo negruzco,
pesaroso, malsano, acompañada de un sonido siseante que
también reconocí.
Empecé a retroceder, sin perder de vista la lóbrega emanación
que a su vez tomó mi curso, aunque angustiosamente pausada.
Entonces corrí.
Cuando me encontraba ya muy lejos de ella me detuve, y me
gire a vigilarla recostado contra un herrumbroso paredón. De
repente la imposible nube acudió hacia mi con una prontitud
inconcebible, conformando mientras en su extremo algo
semejante a una cabeza. Cuando estuvo casi a mi altura el
rostro ya se hallaba completamente definido: era el semblante
famélico de un hombre de pelo y barba enmarañados que,
deteniéndose a apenas un palmo de mi cara , me grito demente:
¡SAN JOSÉ!.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

METÁFORA

Su silueta era una melodía. El se había embriagado ya tantas
veces de ella que conocía como a su propio ser, o como le
hubiese complacido conocer a su propio ser, hasta la mas
recóndita comisura de la arrebatadora geografía de aquella
mujer, pero no por ello dejaba de maravillarse cada vez que se
aventuraba en su confortable misterio.
La beso. Sus lenguas iniciaron una danza húmeda, frenética,
clandestina, mordisqueo sus labios con la violenta
irresponsabilidad del niño que por amarla lastima a su mascota,
hasta que una delatora gota de sangre rodó por ellos.
Se tumbaron en la cama, desnudos, piel contra piel, trazando
con sus movimientos arabescos solo comprendidos por los
amantes, de fondo sonaba tenue 7 Seconds de Neneh Cherry.
El lamió sus turgentes pezones, los pellizco y regreso a su
boca, otra vez la beso con igual intensidad para después alzar
su cabeza y contemplarla: podía tratarse de la mujer mas
dolorosamente bella con la que jamás hubiese estado. Ella ya
se había despojado de la venda con que cubria sus ojos al
entrar en la estancia y permitía ver estos, del color del cielo que
sueña el que nunca tuvo cielo, simétricamente felinos, le
miraban con un ardor con el que pocos osan soñar ser mirados,
mientras sus labios anhelantes apresaban un mechón ondulado
de su cabello, largo y de inquietante color. Hay pecados por los
que merece la pena condenarse, es evidente. Inicio el con su
lengua a continuación un paseo por el cuerpo de ella, comenzó
en su cuello y descendió, demorándose en su ombligo para
luego proseguir hacia su pubis, sorbió el gusto salado de su
clítoris y libo su calida gruta, a su vez, ella apoyaba sus pies en
la espalda de el en tanto que dibujaba con sus uñas veredas en
sus costados.
Llego el turno de ella de recorrer con sus labios y su lengua el
cuerpo de su compañero. Siguió idéntica ruta que antes el. Se
deslizo sinuosa por su boca, su cuello, su pecho, su abdomen,
hasta culminar el trayecto en su miembro, pétreo, refulgente,
ígneo en su boca en la que ella lo acogió, inaugurando así un
compás febril en el cual ella sentía su glande, como si de una
prolongación del corazón del hombre se tratara, latiendo en su
garganta.
Introdujo luego el su órgano en ella, después de haber
acariciado con este su clítoris, propiciando una respuesta
electrizante de la venus. Comenzó así el acompasamiento,
progresando hacia una frenética cadencia en la que ella debajo
de el recibía sus embestidas al tiempo que sofocaba sus
gemidos mordiendo su propio dedo, después de un momento
apremiantemente largo o agotadoramente corto ella se
incorporo y, mostrándole sus nalgas, se separo los glúteos con
las manos y sumergió un dedo en su esfínter, al tiempo que le
dedicaba una mirada cargada de significados, invitándole.
Jadeos, sollozos, gritos, presión del ano de ella en el miembro
de el hasta que este, desprendiéndose de ella y sintiéndose en el
limite de su capacidad de resistencia, la pidió su boca, ella,
ávida, la ofreció, recibiendo en ella hasta la ultima gota de
aquel jugo en que el se derramo.
-Y ahora haz el favor de no roncar, que tengo sueño -la dijo,
dándose la vuelta.
-”Anda… Así te mueras… Hijoputa…” -pensó su esposa.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

A VIDA O MUERTE

“Este es el fin, hermoso amigo
Este es el fin, mi único amigo
El fin de nuestros elaborados planes
El fin de todo lo que se mantiene
El fin.”
Jim Morrison.
Eran cerca de las seis de la tarde cuando a Andrés comenzó a
dolerle el brazo izquierdo. Llevaba una temporada jodido de
los nervios, así que lo atribuyo a esto. No habían pasado cuatro
horas cuando le dio el primer infarto.
Lo trasladaron inmediatamente al quirófano. En las cuarenta y
ocho horas siguientes le dieron dos infartos mas, quedando el
ventrículo derecho muerto, por lo que hubo que proceder a un
trasplante de corazón. Realizado este, aun existía el riesgo de
rechazo.
“¡Parece mentira! Faltando dos semanas para el veinticinco!” le
dijo Julio José a Luisa, la mujer de Andrés. Esta no contesto.
Bastante tenia ella encima.
Cuando Andrés recobro la conciencia y le detallaron su
intervención le entraron ganas de reír. “Hay que joderse…”
dijo.
Julio José visito varias veces a Andrés en las dos semanas que
este estuvo ingresado. “¿Qué tal te encuentras?” le preguntaba,
obteniendo siempre la misma mueca burlona como única
respuesta.
El día veinticuatro dieron el alta a Andrés. Cuando lo visito el
cardiólogo esa mañana se le encontró fumando. “No deberías
fumar”, le dijo el doctor. “¿Es que es usted gilipollas?” fue la
contestación.
El día veinticinco lo paso Andrés con su mujer y su hijo.
Apenas hablaron. Luisa y Miguel, su hijo, no cesaron de llorar.
La mirada de Andrés estaba vacía.
Aproximadamente a las once de la noche llego Julio José
acompañado de dos funcionarios. “Es la hora, Andrés” le dijo.
Andrés se incorporo, se dejo esposar por los boquis, se
despidió de su mujer y su hijo y se dejo conducir por Julio
José, director de prisión, hacia la sala en la que le aguardaba la
silla eléctrica.
Sentaron a Andrés en la silla, y mientras uno de los boquis le
colocaba encima toda la puta parafernalia de esta, Julio José le
comunicaba que debían esperar hasta las doce, por si llegaba el
indulto del Presidente del Gobierno. “Tal vez… Dado lo
ocurrido estos últimos días…”
Andrés miraba a los asistentes que a su vez le observaban a el
tras el cristal. Fríos, imperturbables, con el ademán de
suficiencia del que considera que soluciona algo; tal vez alguna
mueca mas expectante, respetable publico purgando sus
frustraciones en sujeto ajeno. Así se tiraron un rato, jugando a
la mirada del lobo, solo que en esta ocasión nadie apartaba la
vista. Al cabo de un tiempo Julio José, el dire, levanto la vista
hacia el reloj. Las doce. Se dirigió al funcionario encargado de
activar la silla.
“¡Proceda!”
Nota de prensa:
SUCESOS
EJECUTADO EL “CRIMINAL DE LA CUCHILLA DE
AFEITAR”
La pasada noche Andrés Muñoz Ramos, el “criminal de la
cuchilla de afeitar”, fue ejecutado por el procedimiento de
electrocución (silla eléctrica) en el penal San Francisco Franco,
después de treinta y seis meses de reclusión en el corredor de la
muerte de dicha penitenciaria.
Como se recordara A.M.R., de treinta y ocho años, fue
condenado a muerte tras haber sido declarado culpable por un
jurado popular del horrendo y cobarde crimen de intento de
suicidio, todo esto pese a la tenaz resistencia de la defensa, que
alegaba como circunstancia atenuante una supuesta
enajenación mental transitoria producida por la también
supuesta depresión profunda en la que, a la sazón
supuestamente, cayo el acusado con motivo de la accidental
muerte de sus padres y sus dos hermanos menores ocurrida tres
meses antes de los hechos al producirse un incendio en el
domicilio de estos. / H. P.
Félix García Fradejas.
Marzo 2001.

LA PAJA EN EL OJO AJENO

Era el primer día de sol desde hacia mucho tiempo, de modo
que Víctor decidió salir a dar un paseo. La calle estaba llena de
gente que, como el, quería disfrutar del buen tiempo.
No llevaba mucho rato caminando cuando tuvo esa sensación
que a veces se tiene de ser observado. Miro hacia atrás y vio
que a unos metros de el se aproximaba una mujer
completamente desnuda que le miraba fijamente.
Se quedo quieto, atónito, pero domino su desconcierto y al ver
que ella no le quitaba la vista de encima se dijo que si
continuaba parado aquella tarada era muy posible que le
montase un numero, así que siguió su camino decidido a
dejarla atrás y convencido de que era una pirada y alguien
tendría que venir a detenerla. No fue así. De vez en cuando
Víctor volvía la cabeza y allí seguía ella a la misma distancia y
clavándole la vista. Era una mujer de aproximadamente treinta
años, alta, delgada, curvilínea, pelo castaño largo y liso y muy
atractiva, de una belleza serena. Víctor no comprendía como no
venia nadie a arrestarla “esta en su derecho de ir así, pero no
me jodas…” pensaba. No le molestaba su desnudez, para nada,
pero si que lo siguiera en esas condiciones, y además llevaba
un rato constatándose de que el gentío la miraba tanto a ella
por su estado como a el por perseguido.
Apretó el paso y se metió por la primera calle que le salio a su
derecha, se volvió y.. ahí seguía ella, acoplando su paso al de
el. La situación se le antojaba cada vez mas gilipollas: una tía
como un queso siguiéndole en pelotas y toda la gente con que
se cruzaban -parecía que ese dia todo el puto mundo había
bajado a la calle- mirándoles A EL TAMBIÉN como a dos
bichos raros. “¡Paso de estar haciendo el lerele toda la puta
mañana! -se dijo Víctor- ¡Me voy a parar y que sea lo que Dios
quiera!” y se paro. Al momento, todos los mirones que allí
había -muchos de ellos los habían seguido- se detuvieron
expectantes para ver lo que ocurría. Víctor espero a que la
lironda llegara a su altura, y cuando esta lo hizo se detuvo
frente a el y siguió mirándole sin decir palabra. Víctor
determino hacer lo mismo, pero la presencia de una mujer de
ese calibre completamente desnuda y que a su vez le
desnudaba a el con la mirada consiguió que le excitara, cosa
que a ella no paso desapercibida.
-Caballero -le dijo ella, mientras bajaba la vista hacia su
bragueta-, veo que tiene usted una erección… ¿Le importaría
que le lamiera la polla?
-¡Pero esta tía esta loca! -dijo Víctor, que no se lo acababa de
creer, y se dio la vuelta decidido a marcharse de allí.
“¡Maricón!” “¡Idiota!” “¡Payaso!” le voceo la multitud,
haciéndole corro e impidiéndole irse. “¡Habrase visto que tío
mas bobo!” “¿Será posible?” continuaban gritándole. Un
hombre que allí estaba se adelanto a el y le planto un puñetazo
en la cara, otro le dio una patada en los huevos, otro mas un
cabezazo en plena jeta. Al momento todo el gentío se echo
encima de el y le sacudían donde podían. Una vieja, después de
que le hubieran desnudado, le metía la cachaba en el culo,
“¡Degenerado! ¡Sinvergüenza!” le gritaba mientras. Un tipo
que por allí pasaba pregunto que ocurría; “¡Este pelele! -le
contesto una mujer histérica- ¡Que se la han querido chupar y
no se ha dejado!”. “¡Me cago en su puta madre!” exclamo el
curioso, y le ensarto a Víctor tres navajadas en el estomago.
A las dos horas yacía el cadáver de Víctor tirado en la acera.
Un niño que paseaba de la mano de su madre la pregunto:
-¿Qué le ha pasado a ese señor, mama?
-Que le han matado.
-¿Por qué le han matado, mama?
-Por gilipollas.
Y siguieron paseando.
Félix García Fradejas.
Marzo 2001.

EL HOMBRE QUE SALIO A LA CALLE CON LA PICHA AL AIRE

Hasta los cojones estaba Simon de la puta gente. Desde
siempre le había irritado la costumbre de los demás de
desdeñar los asuntos importantes y dar relieve a los temas
frívolos, sobre todo si de reprobar al prójimo se trataba, pero
últimamente ya no lo soportaba. La gota que colmo el vaso fue
cuando, al día siguiente de los atentados contra las torres
gemelas de Manhattan, y esperando encontrar al llegar a la
oficina a sus compañeros hablando del caso, descubrió que el
noventa por ciento de las conversaciones que allí había iban
destinadas a cierta presentadora de televisión a la que habían
cazado chupándosela a no se quien, y una de las pocas
personas que comentaba lo que a el le interesaba venia a decir
que estaba tranquila porque George Bush era un Cáncer con
ascendente Acuario, lo cual denotaba entereza de animo ante
las adversidades. Animo fue lo que le falto a Simon al escuchar
aquello. No abrió la boca en toda la mañana salvo lo
imprescindible para tomar un café a media jornada y, concluida
esta, al tornar a su casa ya había fraguado un plan.
“¡Hipócritas! ¡Soplapollas! ¡Siempre atentos a la mierda de los
demás! ¡Pues os voy a dar yo motivos para que os
escandalicéis! ¡Ahora mismo me bajo a la calle con la chorra al
aire!” pensaba Simon mientras comía y, en efecto, en cuanto
termino el postre se levanto de la mesa, paso de fregar y,
sacando toda la polla por la bragueta del pantalón y dejándola
ahí asomada salio de casa.
La primera persona que se encontró fue a la vecina de enfrente
suyo -una torda impresentable- con quien bajo en el ascensor,
“Ala, desmáyate, hijaputa” penso Simon, pero cual no fue su
sorpresa cuando la graja en cuestión, haciendo caso omiso de
su peculiaridad indumentaria, paso a relatarle durante el
trayecto todos los últimos chismes del vecindario: “Pues si,
hijo, si, drogadictos son ese matrimonio que se ha venido a
vivir al tercero. ¡Drogadictos! ¡Y a mi que nadie me diga lo
contrario, porque tienen una pinta…! ¿Y lo de Luisa, la del
octavo, que se va a separar de su marido porque en el ultimo
viaje que hizo el a Sevilla lo pillaron, sabe usted, en un bar de
esos, ya me entiende, de señoritas…, de señoritas putas? ¿Qué
no lo sabia? ¡Pero bueno! ¿Usted no se entera de nada?. Hijo
mío… ¡Que juventud! ¡Esta en el mundo porque tiene que
haber de todo!” fue el monologo de la cacatúa ante el estupor
de Simon, a quien continuo poniendo al día hasta la puerta de
la calle, y allí paso a darle el parte meteorológico: “Pues si,
hijo, si, parece que ya se acaba el verano, debería usted
abrigarse, que va con toda la picha al aire y se va a resfriar,
bueno, adiós” y se marcho, dejando a Simon con tres palmos
de narices. “Pero… ¿Es posible?” se decía, y se encamino calle
abajo.
Nada, ni caso, ni Dios se volvió a mirarle, no despertó la
minima expectación. Le seguia saludando la misma gente que
le saludaba siempre, con la cara que lo hacia invariablemente, y
continuaba sin saludarle la gente que nunca lo hacia, con
idéntico semblante al pasar a su lado. Cuando llevaba un rato
paseando por su barrio se encontró a su amigo Manolo, quien
al verle dijo “¡Coño, Simon! ¡Tenia ganas de verte!. Veras…,
que se ha jodido la cafetera donde Alberto y el sábado hemos
quedado en echar la partida en el Tu y yo, así que ya sabes.
Bueno, me voy, que tengo prisa, ¡Ah!, y tápate, que se va a
poner a llover y tu vas con toda la picha al aire… Bueno.
¡Hasta luego!. Y se fue.
Simon estaba cada vez mas desconcertado. ¿Cómo era posible
que el fuera por ahí enseñándolo todo y la gente se lo tomara
con esa pachorra?. No lo entendía, así que resolvió ir a tomar
un café al Paris, la cafetería mas fina de la zona. Ahí por
cojones le tenían que llamar la atención. Cuando después de
caminar un rato estaba a punto de llegar al Paris, al cruzar la
calzada de repente oyó un pitido, era un policia municipal y se
dirigía a el. “¡Por fin!”, pensó, y espero al agente con la sonrisa
mas gilipollas que fue capaz de componer. “¡Pero bueno!
¡¿Esta usted ciego?! ¡¿No ha visto que el semáforo esta en rojo
para usted?!”, vociferaba el municipal al cada vez mas
asombrado Simon. “¡Claro! ¡Luego pasan las cosas que pasan!
¡Van por ahí sin mirar, con toda la picha al aire y se creen que
los conductores les van a ceder el paso cuando no les
corresponde!. Ande, ande…, haga el favor de cruzar y fíjese
mas en el disco la próxima vez…”
A Simon ya no le entraba ni frío ni calor. Entro a la cafetería y
se acerco a la barra. “Un cortado”, pidió, y el camarero, un
orondo cincuentón con un bigotazo enorme, se lo sirvió,
comentándole “Mal tiempo tenemos hoy. Ha hecho mal en no
bajarse un paraguas o un impermeable. Además usted, que va
con toda la picha al aire. No creo que tarde mucho en caer
agua”.
Ya le daba lo mismo a Simon. En lo que se enfriaba un poco el
café que le había puesto hirviendo el camarero morsa se dirigió
al servicio, de camino allí se choco con una mujer llena de
visonazos que le dijo condescendiente “¡Vaya prisa que lleva
usted por ir al cuarto de baño!. Claro, ya va con toda la picha al
aire… Ande, pase, pase”, todo esto con una sonrisa libre de
toda malicia. Le daba igual. Entro al baño y echo una meada, y
una vez acabo, por acto reflejo y sin darse cuenta de ello se la
guardo. Salio y se sentó a tomar el cortado en una banqueta de
la barra, cuando escucho a su espalda una voz de mujer que le
era familiar diciendo “¿Pero has visto? ¿Dónde va este hombre
con una chaqueta de pana, que ya no se ven por ningún lado?”.
Miro por el espejo que tenia enfrente suyo y, efectivamente,
era la del visón que le criticaba sin ningun recato con el que
suponía era su marido. “¡Coño! -pensó Simon- Por esto si que
critica y por lo de la chorra no…”, e instintivamente se llevo la
mirada a la bragueta, sorprendiéndose de comprobar que se
había guardado el aparato sin percatarse. Y comprendió.
Pago el café y salio a la calle. Dio un corto paseo y se
encamino hacia el parque, donde paso el resto de la tarde
echándoles pan a los patos.
Félix García Fradejas.
Enero 2002.

UNA CARA VULGAR

-Disculpe, señorita, llevo prisa… ¿Podría atenderme?
-¡Huy! ¡Lo siento! Me había olvidado completamente de usted.
La puta historia de su vida. Ahora en el banco, ayer en el
medico, mas tarde en la farmacia, o en cualquier otro sitio…
Desde cuando podía recordar siempre le había pasado lo
mismo: La gente te olvidaba de el al momento de verle. ¿Por
qué?. Porque tenia la cara mas vulgar del mundo. No era
guapo, ni feo, ni tenia la mas insignificante peculiaridad en su
rostro que le hiciera mínimamente diferente. Era vulgar.
Cuantas veces le había ocurrido, en, por ejemplo, una librería,
esperar a que le atendieran y cuando le llegaba su turno ver
como despachaban a los que llegaban después que el porque el
dependiente no reparaba en su presencia; o al ir a ponerse una
inyección le tuviesen media hora a culo pajarero porque el
practicante saliera a tomar un café por el mismo motivo. A
todo se acostumbra uno, sobre todo si es gilipollas, pero Bruno
nunca había acabado de habituarse a esa situación tan estúpida.
Ni que decir tiene que no tenia pareja ni amigos. Nunca los
tuvo. Era imposible mantener ninguna relación con alguien de
quien te olvidabas en cuanto te dabas la vuelta. A sus treinta y
ocho años nunca había conseguido ningún trabajo, porque en
cuanto le solicitaban para uno instantáneamente que salía de la
oficina donde era entrevistado se les pasaba el tal Bruno, y eso
le condenaba a seguir comiendo la sopa boba en casa de sus
padres, sopa que mas de una vez no se daban cuenta de
servírsela por razones evidentes.
Al salir del banco advirtió que le habían robado el coche.
“¡Cagoendios!”, exclamo, y con todo el berrinche del mundo
intento preguntar a alguien por la comisaría mas cercana.
-Por favor, señora… ¿Una comisaría de policía por aquí? -
pregunto a una mujer que paseaba con un niño.
-¿Una comisaría? A ver como le indicaria… -le contesto esta.
-¿Por qué decías que habian matado al señor, mama? -la
interrumpió su hijo.
-¡Por gilipollas, hijo, por gilipollas! -le dijo al niño, y siguieron
paseando, ajenos completamente a Bruno.
“¡Y así to’ los días!” se dijo Bruno sin extrañarse demasiado y
opto por coger un taxi. Tomo uno y le indico al taxista que le
llevase a la comisaría mas cercana. “Vamos pa’ lla” contesto
este. Llevaban recorridas unas cuantas calles cuando un
hombre desde la acera derecha paro al taxi.
-A la estación del ferrocarril, por favor -dijo al montar el recién
llegado, acomodándose al lado de Bruno.
-¡Como no! -el conductor, en su papel.
-¡¿Y a mi que me del pol’ culo?! -prorrumpió Bruno.
-¡Huy! ¡Lo lamento, caballero! ¡Ni puta cuenta me he dado de
que seguia usted ahí atrás! -se excuso el taxista, con cara de
percatarse de que la había metido hasta el fondo.
-¡Ahora no querrá que le pague, tío bobo! -vocifero Bruno
bajándose del coche con una mala hostia que no hubiera tenido
si no le hubiesen levantado a el el suyo, porque esos incidentes
no le pillaban por sorpresa.
“Bueno, ¿y ahora que?” se pregunto, sin tener idea de cómo
solucionar la papeleta, pero se le ocurrió que lo mejor que
podía hacer era telefonear al 091, porque era la única forma de
que no le vieran el careto, y que desde allí le indicaran la
comisaría mas próxima al lugar donde se encontraba y el modo
de llegar a ella.
Así lo hizo, y una vez tuvo la dirección se dirigió hacia allí a
poner la denuncia. Resulto que no estaba tan cerca como
esperaba, y tuvo que atravesar una gigantesca urbanización en
construcción en la que, por ser sábado, no había ni grillos.
Cuando se encontraba en mitad de esta vio a lo lejos venir un
coche en su dirección igual al suyo. “No puede ser”. Pero a
medida que se aproximaba y pudo distinguir la matricula -“¡Ni
mas cojones, que es el mío!”- se coloco en medio de la futura
calzada con los brazos en alto e intento detener al vehiculo,
“¡Alto! ¡Alto! ¡Para, hijoputa!”, pero el caco, ya fuera por
verse descubierto, por falta de tiempo de reacción o,
simplemente, porque se había olvidado del tipo que le
ordenaba que se detuviese no lo hizo y, pasando por encima de
Bruno, dejo a este tendido sobre la pista y mas muerto que
vivo.
A la media hora acertó a pasar por allí un hombre haciendo
footing que, al ver a Bruno, se acerco a el con el corazón en un
puño. “¡Dios mío! ¿Esta usted vivo? ¿Qué le ha pasado?”, le
pregunto aterrorizado, “…ayúdeme… …por favor… -dijo
Bruno con un hilo de voz- …me muero…”, “¡Estése tranquilo!
¡Vuelvo en un instante con una ambulancia!”. El deportista
corrió a buscar ayuda, pero a los cincuenta metros ya se había
olvidado de el.
Félix García Fradejas.
Enero 2002.

LA INCERTIDUMBRE

Ahora que se acerca el momento de mi muerte quiero hacer
una confesión. Necesito descargar -inútilmente, ya lo se- mi
conciencia aunque solo sea por unos instantes. Se que lo que
voy a contar parecerá de todo punto ridículo a cualquier ateo y
a muchísimos creyentes, pero aun asi necesito hacerlo.
Tengo el ébola, y le contraje manipulando el virus por una
razón que es fundamental en toda esta historia. ¿Cuál es?. Paso
a relatarla.
Trabajo como químico -bueno, lo hacia- en un centro de
investigaciones medicas y siempre he sido una persona
profundamente religiosa. Creo no exagerar en lo mas mínimo
si presumo de haber llevado una existencia intachable en lo
concerniente a mis deberes morales y de tener garantizada la
salvación de mi alma por este mismo hecho, dado que nunca
hice daño a nadie y siempre procure hacer todo el bien que
estuviera a mi alcance, pero el transcurso de los
acontecimientos no puede sino hacer que me replantee todo
esto.
Tengo mujer y tuve una hija. Al poco de cumplir dieciocho
años, a Andrea -así se llamaba mi niña- la violo un
desgraciado, un hijo de puta que fue motivo de su ruina y de la
nuestra. Alfonso -así se llama el canalla, pero confío que ya por
poco tiempo- fue identificado por mi hija en el fichero policial
de la comisaría a la que había acudido a denunciar la agresión.
A los pocos días fue detenido y a los muchos meses juzgado.
Pero el mal ya estaba hecho. Consecuencia del trauma que la
causo haber sido brutalmente violada, Andrea cayo en una
profunda depresión y dos semanas antes de celebrarse el juicio
contra su agresor se abrió las venas en canal. Murió.
Juzgaron a este malnacido. El veredicto fue de culpabilidad y
cuando el juez dicto la sentencia no pude dar crédito a lo que
estaba escuchando: ¡Ocho años de cárcel! ¡Solo ocho años de
castigo valía la vida de mi niña!
El asesino de mi hija -porque lo fue- al oírlo se dio la vuelta y
me sonrió burlonamente. ¡Dios de mi vida!. ¿Saben como me
sentí?. ¿Se imaginan lo que se siente al ver que alguien se
recrea en tu dolor, sobre todo si es el causante de este?. No. No
pueden. No pueden saberlo a no ser que hayan pasado por la
misma situación.
Al dolor de mi mujer y mío por la perdida de nuestra niña se
había agregado ahora la rabia, la impotencia ante una sentencia
tan injusta. Por supuesto que apelamos. Recurrimos a todas las
instancias, pero no conseguimos nada. Y ahí no acabo la cosa:
Con las reducciones de condena por buen comportamiento los
ocho años de prisión quedaron reducidos a cuatro.
¿Cómo expresar lo que sentí cuando a los escasos cuatro años
de haber enterrado a mi criatura me encontré una tarde con
este…? Imposible. El hijo de la gran puta además me saludo,
con la misma sonrisa que ya mostrase en los juzgados. Fue en
ese momento cuando decidí lo que había de hacer.
Como ya he explicado anteriormente soy católico practicante y
muy entregado a mi Iglesia, y lo que había decidido cuando me
encontré con ese hombre no era otra cosa que vengar a mi hija
dándole muerte. Claro, estos dos conceptos -el de matar a un a
su vez asesino frente a la esperanza de salvar mi alma- eran
absolutamente incompatibles, por eso durante dos días me
devanee el cerebro intentando hallar una solución. Creo que la
encontré.
Mi enfermedad se debe a que, en mi lugar de trabajo, infecte
unas esporas con el maldito virus causante del ébola y las
introduje en un sobre debidamente adaptado para que este no
permitiera una filtración de dicho virus sino una vez abierto,
pero debido a un descuido resulte yo también afectado, aunque
esto quizá sea lo que menos importe. Es fácil de adivinar que el
sobre iría dirigido al también maldito Alfonso, pero no es todo
tan sencillo. ¿Cómo impedir la condenación eterna de mi alma
si al morir yo pesase una muerte sobre mi, aunque fuese este
mi único pecado?. Sencillo. Irme a la tumba sin haber matado a
nadie.
Este sobre esta en manos de un notario, y las instrucciones son
que le remita a Alfonso al cabo de un año de mi fallecimiento.
¡Nunca antes!.
¿Qué por que he obrado de este modo?. He dicho en un
principio que esta historia parecerá ridícula a muchísima gente,
lo reconozco, pero mis convicciones no me permiten actuar de
ninguna otra manera.
Torturado no por mis remordimientos, sino por mi destino, en
esos dos días de indecisión que antes señale acudí a mi párroco
y le confesé que deseaba la muerte del violador de mi hija. Este
me contesto que no era cristiano desear el mal a nadie, pero
que en mi situación pudiera llegar a ser hasta comprensible, y
que después de todo yo no estaba matando a nadie, solo
deseándolo, y esto en mis circunstancias no constituía un
pecado mortal. De ahí vino la idea.
En buena lógica, al año de mi muerte el destino de mi alma
debiera estar mas que decidido, y este no debiera ser otro al no
contar con faltas graves y si lo que yo considero muchos
meritos que la Salvación.
Aquí es donde a mi ya de por si desfallecido animo se le
presenta otra tortura, pues esa misma lógica que antes señale
me presenta dos posibilidades igualmente razonables, pero
contrarias entre si. Una, que en el momento en que Alfonso se
contagie de ébola mi alma ya este salvada y no se me pueda
imputar un crimen que cuando sucedió -el contagio- yo no
estaba en condiciones de evitar, aparte de que cualquier
teólogo coincidiría conmigo en que del Paraíso no se podría
expulsar a un alma que Allí no hubiese pecado. Y segunda
posibilidad, que al ser yo inequívocamente la causa de la
muerte de un hombre, Satanás reclamase mi alma y esta no
pudiera permanecer en la Eterna Salvación al pertenecerle. No
contemplo una tercera posibilidad, que seria la de mi
condenación en el instante de morir, ya que, en una relación
causa-efecto, y esta indudablemente lo es, en ese instante -pese
a que yo no pueda negar ser la causa- no se habría producido el
efecto, al menos no en esta dimensión que es en la que yo he
actuado, por lo tanto la descarto.
Como es lógico, ante una condena eterna segura como lo seria
sin duda si matase a Alfonso estando yo en vida, es natural que
opte por otro sistema, por muy improbable y traído de los pelos
que este. Ante la certidumbre de la perdición eterna me agarro
a un clavo ardiendo. Prefiero una incertidumbre, por ingenua y
torturante que esta sea.
Pero no todo acaba aquí, sino que soy consciente de estarme
intentando burlar de Dios y del Diablo, y quedándome como
me queda muy poco tiempo de vida, la sola idea de que Las
Dos Potencias decidan unir sus fuerzas para castigar mi
atrevimiento me aterroriza.
Félix García Fradejas.
Enero 2002.

HOMO ERECTUS

“¡Private en las Seychelles!” Andrés salía del videoclub mas
contento que unas pascuas. Sus padres estaban invitados a una
boda y eso le dejaba la casa para el solo durante todo el día, de
modo que decidió alquilar una peli porno y pasarse la tarde
meneándosela.
En cuanto termino de comer se puso a rebobinar la cinta -
”…putos berracos…”-. Era una película de la factoría Private -
le privaban- en la que toda la “acción” se desarrollaba en una
isla paradisíaca, y en la cual el hilo conductor no le llevaba una
actriz, como era habitual, sino el primer espada Joey Silvera,
veterano que repetía su eterno papel de idiota encantador
rodeado de exhuberantes hembras. Lo de la pornografía le
encandilaba a Andrés, quien, a sus veintisiete años, era mas
virgen que una flor, y cuya pertenencia a la Generación X la
interpretaba como a el le daba la real gana. Nunca había tenido
un contacto sexual con una chica -ni con un chico-,
reduciéndose su aprendizaje al día en que, con doce años, había
cogido de la mesilla de su padre un libro repleto de
ilustraciones titulado “El sexo al alcance de la mano”, libro
que, como su propio nombre indica, solo sirvió a Andrés para
matarse a pajas.
La tarde era preciosa, lucia un sol radiante y en cuanto pulso el
play ya la tenia Andrés mas tiesa que un ajo. Se la empezó a
sacudir en el momento en que salio el primer polvo, dos
hombres y una mujer en una playa, y antes de que hubiera
acabado este -el kiki- ya estaba el amanuense a punto de
correrse, pero decidió ponerse a prueba: “¡A ver si consigo
terminar de ver una porno de una puta vez!”, y su estrategia
consistió en no eyacular, puesto que en cuanto lo hacia perdía
el interés por la película, sino en retrasar el orgasmo hasta que
salieran los títulos de crédito -todo ello sin parar de cascársela,
por supuesto-.
Se entrego Andrés a esta tarea con muchísimo entusiasmo.
Otro polvo en la tele, Andrés pim-pam, dos tríos en un barco,
Andrés dale que te pego, otra vez a punto de irse en leche y
parando de pelársela cada vez que sentía que esto podía ocurrir
-correrse-, ahora cuatro garañones para una mulatita, Andrés
batiendo claras con renovadas fuerzas…, hasta que paso lo que
tenia que pasar…
Según estaba Andrés dedicado al pajote en cuerpo y alma noto
que le empezaban a doler un poco los huevos. No le dio
importancia. Pero a medida que avanzaba la película -y con
ella la gallola- el dolor se fue incrementando, cada vez un
poquito mas, un poquito mas…, Andrés empezando a
preocuparse, pero sin dejar la labor, hasta que se hizo
insoportable.
Nunca había tenido un “Blue balls”. No sabia que se trataba de
una vaso congestión producida por la alta presión sanguínea
mantenida localmente durante demasiado tiempo tanto en los
testículos como en la zona de la próstata y cuyos síntomas
consistían en dolor progresivo e hipersensibilidad de la parte
afectada. En cristiano: La causa era un calentón y los efectos
un dolor de huevos que no te puedes ni mover. Una dolencia
conocidísima -y extendidísima- sin necesariamente importancia
posterior… menos para el desinformado Andrés.
“¡¿Qué me pasa?! ¡Ay! ¡Mis cojones…! ¡Jodeeeeer…!” El
pobrecito Andrés estaba retorcido en el sofá con los cojones
como los leones, pequeños y pegados al culo, y el pizarrín
como un matasuegras, todo esto como consecuencia del puto
“Blue balls”. Pero a el, que como ya se ha dicho nunca habia
pasado por tan lamentable trance ni conocía de su existencia,
este estado le provoco una angustia terrible.
Al factor “Pelotas moradas” se le sumo el factor ansiedad. El
dolor de huevos propiamente dicho, y sobre todo la
incertidumbre de no saber de donde venia aquello ni que le
produciría -”¿Me habré provocado una enfermedad en los
cojones por bestia? ¿Y si es grave…? ¿Y si me quedo
impotente…? ¿Y si me pillan mis padres así…? ¡Ay Dios mío!
…y que la gente se entere que ha sido por pajero… ¡Y mis
padres!”- alimentaba sus nervios, y estos a su vez, aparte de
impedir que se relajase y pensase con serenidad, provocaban
un aumento del dolor, al menos la sensación; de modo que se
formo un circulo vicioso -”cuanto mas me duelen los cojones,
mas nervioso me pongo; cuanto mas nervioso me pongo, mas
me duelen los cojones…”- que se retroalimentaba a si mismo,
lo que le hizo vomitar hasta la primera papilla por la
combinación Blue balls-ansiedad.
Existía un tercer factor que Andrés desconocía. En su familia
se habían dado antecedentes de enfermedades coronarias, y en
el este problema era congénito, sin el saberlo. “Ya iré a
hacerme las pruebas. Soy muy joven”, había dicho siempre.
En el fondo sabia que el dolor podría aliviársele si eyaculaba,
pero en el estado en que se encontraba no había forma humana
de levantar aquello… “Si me corro seguro que se me pasa…
pero ¡Joder! ¡No se pone dura ni pa’ su puta madre! ¿Qué
hago?”. Lo intento, y a medida que lo hacia se sentía peor -a
las palpitaciones típicas de la ansiedad se añadió un dolor
opresivo y ardiente en el pecho que no había experimentado
nunca-, pero siguió intentándolo, siguió intentándolo, siguió
intentándolo…
A las once de la noche llegaron los padres de Andrés a casa. Al
entrar en el salón ella chillo fuerte, desesperadamente, y el se
tuvo que sujetar al marco de la puerta para no caerse. En el
suelo estaba Andrés con los pantalones y los calzoncillos
bajados hasta las rodillas, boca arriba, sin vida, con la mano
derecha aferrada como un cepo a la polla, y sobre el abdomen
esperma, mucho esperma.
Félix García Fradejas.
Febrero 2002.

-¿ME DAS UN CIGARRO? -NO, PORQUE ES MIO.

-¿Me das un cigarro?
-No, porque es mío.
Así era y así fue siempre Ezequiel, Zeque para los amigos que
creía tener. Huraño, avaro, usurero, husmia, egoísta, tragón,
agonías, pesetero, agarrado, cacoso, miserable, cabrón e
hijoputa. Esta vez era por un cigarro que le había pedido una
chavala, pero siempre hacia lo mismo.
-Oye, Zeque, ¿te vienes esta tarde a ver El Señor de los
Anillos?
-¡Al cine voy a ir yo, con las clavadas que meten!. Yo iba
antes, cuando costaba diez duros.
-¡Joder, valiente! ¿Al estreno de Ben-Hur?
Y así con todo.
Sábado por la tarde. Agosto. Un calor de la hostia. Toda la
panda atracándose de birras frescas y Zeque silbando por no
gastar.
-¿Vamos a otra iglesia? -pregunto Javi.
-¡Venga, vamos! -le contestaron, y salieron del bar.
De camino se les acercaron dos tíos a pedir tabaco, y fueron a
dar con el mas indicado…
-Oye, amigo… ¿Tienes un cigarro? -le pregunto uno de ellos a
Zeque.
-¡Que os le de vuestra puta madre! ¡Lo que tenéis que hacer es
trabajar! ¡No te jode! -contesto Zeque, que no tenia el día
bueno.
Como era lógico la reacción de los aludidos no se hizo esperar.
Le agarraron y le dieron todas las hostias del mundo mientras
el resto de la cuadrilla se limitaba a mirar como cobraba. Ya les
había preparado movidas de estas muchas veces y antaño si
que acudían a socorrerle, pero ya era mucha mili, y hacia
tiempo que pasaban de el como de comer mierda.
Después de darle una ultima y bien empalmada patada en todos
los cojones los dos tipos se largaron quedando Zeque tirado en
la acera con cuarenta mil hostias encima. Se le acerco Roberto,
otro de la panda, y se agacho para hablarle con un afectamiento
de lo mas cínico.
-¡Joder, Zeque! ¡Vaya hostias que te han pegado! ¿No?
-¡Hijos de puta! ¡Ya veo yo lo que habeís venido a ayudarme!
¡Ay…!
-¡To’ los dias, salao! ¡No te jode!
Un rato mas tarde estaba toda la banda en una cervecería
menos Zeque, que se había ido a casita después del repaso
porque no se tenia en pie. Javi, Roberto, Carlos “el ovejo”,
Selu y Cristóbal comentando la ultima del ausente.
-¡Este miserias un día nos mete en un embolao que nos
cagamos! -decía Selu- ¿Tu te crees que esa es manera de
contestar a nadie?
-¡Por mi ya le pueden dar pol’ culo! -le dijo Roberto.
-¡Ya! ¡Y por mi! ¡Nos ha jodido! ¡Pero es que como no
espabile tiene razón Selu. Un día vamos a pillar todos por su
puta culpa! -contesto Carlos.
-¡Y encima el célemeque ve que pasamos de el y no se da por
aludido y se va a tomar po’l culo! -siguió Selu.
-Lo que tenemos que hacer es darle un escarmiento -Javi.
-¿Cuál? -Roberto- ¿Te parece poco la mano de hostias que se
acaba de llevar?
-¡Yo me he reído…! -Cristóbal, que no había abierto la boca.
-No, joder. -prosiguió Javi- Veréis… El otro día se me ocurrió
una bobada…, pero que me parece que no va a ser tan bobada,
y encima nos podemos reír. A ver, Cristóbal, tu que trabajas en
los juzgados, ¿podrías sacar sobres oficiales y estampar sellos
y cosas así?
-Lo de los sobres creo que si, lo demás lo puedo intentar, ¿por
qué?
-¡Porque va a tener lugar la operación “Reírse del Celemeque”!
-contesto Javi, triunfante.
Cinco días mas tarde, Zeque se encontraba en su casa
comiendo con sus padres y su abuela paterna, que vivía con
ellos, cuando su padre recordó algo.
-¡Ah, Zeque! ¡Se me habia olvidado!. Esta mañana he cogido
del buzón una carta para ti.
-¡Ñamp! ¡Grompf! ¡Blurps! -había cerdos que comían con mas
corrección- ¿Si?
-¡Si, majete, si. De los juzgados! ¿No habrás preparado
ninguna…? ¡Y a ver si aprendes a comer, me cago en Dios!
-¿Yo? ¡Si soy un cachito pan! -contesto Zeque, que para lo que
quería era muy repipi, oighsss, y se levanto a coger la carta, la
llevo a su habitación y la abrió. Decía así:
Señor Ezequiel Adar:
Por la presente le comunico que su tio de usted, Don
Esteban Adar, recientemente fallecido, y con motivo
de la lectura de su testamento, redactado este en
plenas facultades mentales de su pariente, lega a
usted por el procedimiento “Stultorum a nativitate”
la cantidad de diez mil euros, diez mil, que esperamos
tenga a bien venir a recoger a la siguiente dirección:
c/ Pequeño José Grillo, *º 16, 3º Drcha, Madrid.
Preguntar por el Eminente Albacea.
Sin mas, se despide este que lo es.
Fdo. Jose Grillo
Eminente Albacea.
“¡Mon Dieu!” penso Zeque, y fue de un salto a decirselo a su
familia con su corazoncito henchido de gozo.
-¡Mama! ¡Papa! ¡Abuela! ¡Que se ha muerto el tito Esteban!
¡Viva! ¡Y me ha dejado de herencia diez mil euros, diez mil!
-¡¿Pero que dices?! -le dijo su madre- ¡Si tu no tienes ningun
tio que se llame así! ¡¿Cómo eres tan tonto los cojones?!
-¡Que si, que si! -la contesto Zeque- ¡Que lo dice el Eminente
Albacea Don Jose Grillo! ¡Mira la carta! ¡Mira! -y la mostro el
correo.
-¡Este hijo vuestro da en bobo! -dijo la abuela- ¡¿Qué tio
Esteban ni que mis cojones treinta y tres?!
Al oír esto Zeque parecio dudar.
-Vamos a ver, abuela, haga memoria… -la dijo- ¿Esta usted
segura de que no tiene ningun hijo que se llame Esteban…?
-¡Pero que bobo la verga mas grande eres! -le contesto esta.
-¡Pero si lo ha dicho este señor! -decia un cada vez mas
aturullado Zeque señalando la carta- ¡Y que me van a dar diez
mil euros, diez mil!
-¡…te van a dar…! ¡…te van a dar…! -por fin abrio la boca su
padre, que asistia pasmado a la exhibicion de su hijo, por muy
habituado que estuviera a estos alardes suyos.
-¡Si! ¡Por el procedimiento de Stulnosequehostias…! ¡Lo dice
aquí! -Zeque, que no quitaba el dedito de la puta carta.
-¡Diez mil hostias te daba yo a ti! -su padre- ¡Albardao! ¡Lo
que te van a dar es el carnet de tonto!
Viendo que no habia manera de entrar en razones con esa plebe
tan ignorante el talentoso Ezequiel se metio a cagar, y ya en el
baño y plenamente dedicado a la faena, tan solo de pensar en el
dinero, “su dinero”, se le puso como un canto, asi que abrio las
piernas, agarro un pizarrin pequeñajo y se le sacudió.
A la mañana siguiente, y con la mosca tras la oreja no fuera a
ser que tuvieran razon en su casa, Zeque se dirigio a los
juzgados a preguntar a su amigo Cristóbal, que trabajaba alli de
secretario, si la carta era autentica o si era una broma de algun
hijo de puta. Una vez a las puertas se encontro a un grupo de
gente manifestandose y distinguio entre estos a un afamado
torero con su señora madre, enfundada esta en un visonazo
pese al bochorno -cerca de 35º-, exigiendo tambien ambos la
pena de muerte por asesina para una enferma de sida que habia
abortado voluntariamente. En cuanto Zeque, en cuyo encéfalo
toda estupidez hallaba amparo y que no dejaba pasar ocasión
de cantarle a la mañana, vio aquello se unio a la romería.
“¡Asesina! ¡Puta! ¡Los niños son de Dios! ¡Si te sale enfermo
jodete! ¡No haber follado!” exclamaba el deudo entre otras
brillanteces, y cuando se canso se metio en el edificio a buscar
a su amigo.
-¡Coño, Cristóbal. Mira…! -le dijo en cuanto le vio- ¡Que me
han mandado esta carta de aquí y venia para preguntarte si es
autentica o si puede ser una broma de algun hijoputa.
-A ver…, a ver… -le contesto Cristobal intentando disimular
las ganas de reir que le entraban- …a ver… Pues parece
autentica… Espérame aquí sentadito que le voy a preguntar al
Encargado de Mandar Cartas si esta formalizada o no lo esta…
-Ah…, si…, el Encargado de Mandar Cartas…, ese lo tiene
que saber… -dijo Zeque, confundido.
Cristóbal se bajo de la primera planta en la que se encontraban,
salio del edificio a la cafetería de enfrente descojonándose de la
risa y, después de un café, volvio a por Zeque, que seguia
sentado donde le habia dejado.
-¡Que si! ¡Que es buena! -le dijo Cristobal a Zeque- ¡¿Quién
iba a ser tan hijoputa de querer hacerte una guarrada asi?!
-¡¿Yo que se?! ¡La gente es muy mala…,¿sabes?!
-Nada… Nada… Te vas a Madrid y cobras la herencia… Mira,
si quieres yo mañana temprano te acompaño a la estacion.
¿Vale?
-¡Hecho, tio! -dijo el pánfilo- ¡Tu eres un amigo!
-Para eso estamos, Ezequiel, para eso estamos…-le contesto
Cristobal, condescendiente.
Sábado. Ocho de la mañana. Estacion del ferrocarril. Cristobal
muerto de sueño y Zeque despejadísimo. Se habia presentado
este ultimo bien arregladito, peinao, cagao y meao, y con un
maletín de ejecutivo para recoger “sus euros”.
-Venga… Pagate un café… -Cristobal.
-¡Que no, tio! ¡Que tengo que ir a la ventanilla a coger el
billete!
-¡Pero que billete ni que pollas! ¡Si faltan cuatro horas para que
salga el puto tren!
-¿Y si se acaban los billetes? ¿Eh? ¿Y si se acaban los billetes?
-¡Por no pagar un puto café! -decia Cristobal, desesperado, que
había ido a acompañar a Zeque para reirse de el y ahora se
estaba cagando en la puta hora en que se le habia ocurrido-
¡Por no pagar un puto café! ¡Cabron! ¡No te estiras ni en la
cama!
-¡Bueno! ¡Voy a pillar el billete!
Se acerco a la ventanilla y alli le atendio un hombre de aspecto
adusto.
-Por favor… ¿El proximo tren a Madrid?
-A ver… A las doce y cuarto por la via tres.
-¡Si, si! ¡Eso ya lo se! Queria saber el precio del billete. -
Zeque, nervioso.
-¿Ida y vuelta?
-¡Nos ha jodido! ¡No me voy a quedar alli a vivir!
-¡Sesenta y tres euros! -le contesto de mala hostia el taquillero,
a quien ya le estaban calentando los cojones los modales de
aquel julai.
-¿Y eso cuanto es? -se asusto Zeque, que no dominaba la
conversion.
-¡Pues diez mil quinientas pesetas, majo…! -respondio el otro,
intentando tranquilizarse.
A Zeque, al oir el precio del billete se le cayeron los cojones al
suelo.
-¡Pero bueno! ¡¿Qué precios son esos?! ¡¡¡Pero que país de
hijos de puta!!! -Zeque siempre haciendo biografia.
-¡¡¡Mira, idiota -el taquillero, otra vez de los cojones-, no me
cago en tu padre porque a lo mejor soy yo!!!
-¡Tio asqueroso! -le contesto Zeque y se largo, dejando al
pobre hombre con tres palmos de narices.
No veia a Cristobal por ningun lado. Se fue a la cafeteria y alli
se lo encontró desayunando.
-¡¿Pero tu te has creido?! -entraba diciendo el elemento
litigante desde la puerta- ¡Diez mil quinientas por un puto
billete! ¡Que tarifas! ¡Me cago en Satán!
-¿Y que piensas hacer, salao? -le pregunto jocosamente
Cristobal.
-¡Coño! ¡Irme a dedo!
-¿Pero a donde vas, alma candida? ¿Tu sabes lo que estas
diciendo? ¡A dedo! ¡Por no pagar el billete!
-¡Que si, que si! ¡Ahora mismo enfilo la carretera y ya veras
que pronto me paran!
-Pero… ¿No te das cuenta, celemeque, de la que va a caer? -se
estaba preparando tormenta, y por la pinta de las gordas- ¿No
ves que si te ve cualquiera te puede llamar tonto la picha…?
-¡Nada. Nada! ¡Me voy pa’lla! ¡Adios!
Dicho y hecho. Se dio la vuelta y salio de la cafetería. La
carretera hacia Madrid -antes de entrar en la autovia- estaba a
escasos quinientos metros, pero cuando llego alli ya estaban
cayendo las primeras gotas…
“¡Bueno! ¡Ahora a esperar un ratinín…!” pensaba Zeque
reconfortado por el billete de tren que se iba a ahorrar, y puso
el dedo en funcion pese a que no se veia un vehiculo por
ningun lado.
Una hora mas tarde estaba cayendo una tromba de agua
cojonuda, y Zeque no habia cambiado de postura salvo para
ponerse el maletín encima de la cabeza, con la guisa que
aquello conllevaba. Habian pasado bastantes coches, eso si,
pero no le habian hecho ni puto caso ninguno.
Vio acercarse un camion disminuyendo la velocidad y
poniendo el intermitente. “¡Ya era hora!”. Se detuvo justo a su
lado. En la puerta podia leerse “Transportes Hnos Pinzon”;
Zeque la abrio y pudo ver a un conductor grandisimo en camisa
de interior de tirantes, cara ruda y barba de cinco dias.
-¿A dónde vas, -le pregunto el camionero con voz aflautada y
ojitos tiernos- pedazo de autoestopista?
-¡Anda por ahí! -se asusto el pobre Zeque- ¡Maricon!
¡Sinvergüenza!
-¡Jesus! ¡Qué humos! ¡Santamariabendita! -dijo el
transportista persignándose. Arranco y se largo.
“¿Sera posible?” se preguntaba Zeque. “¡Manda güevos!” Y
espero a que le parara otro coche.
A los veinte minutos y sin para de llover otro buga, este con
tres chavales jóvenes, se paro a unos quince metros mas
adelante de Zeque y el copiloto saco la mano por la ventanilla
y le hizo señas para que se aproximara.
“¡Por fin!” penso y se acerco corriendo al coche con cara de
gilipollas. “¡Gracias, compañeros! ¡Voy a Madrid!” voceaba
mientras trotaba, pero en cuanto estuvo a su altura el vehiculo
arranco y el copiloto y el del asiento de atrás se asomaron a la
ventanilla con pinta de guasa.
-¡Comprate un paraguas! ¡Tontorron! -le gritaron.
-¡¡¡Hijos de puta!!! -aullo Zeque.
“Lo den pol’ culo! ¡Me vuelvo a la estación!” resolvió. Y otra
vez pa’lla.
De nuevo en la estacion, calado hasta el tuetano, Zeque se
comia los huevos pensando en la manera de ahorrarse el billete.
“¿Y si me cuelo en el vagon de mercancias?” “¡Si es que a mi
me pillan!.” Estuvo un rato entregado a estas reflexiones hasta
que al ver a una señora con unas gafas horrorosas estilo
Sánchez Dragó que llevaba una maleta de un metro cuadrado
se le ocurrio una idea.
Se acerco a la cacatua en cuestion y la pregunto si sabia por
que via salía el tren que iba hacia Madrid. “Por la via tres,
joven, pero faltan casi dos horas para que salga. Yo tambien
voy a Madrid.”
“¡Bingo!” penso Zeque mientras se fijaba en las características
de la maleta de la torda, la dio las gracias y se alejo.
Después de espiar un rato a la señora y ver que entregaba la
maleta en la dependencia que la correspondia remoloneo unos
momentos de aquí para alla pensando en sus cosas de Zeque y,
cuando vio la oportunidad apropiada, se introdujo en el
departamento de facturacion de equipajes como quien pasa por
alli a ver que le cuentan.
A las cinco y media de la tarde en la estacion de Chamartin una
señora con unas gafas horrorosas estilo Sánchez Dragó estaba
preparando un trifostio impresionante a un mozo de estacion.
-¡Que te digo yo que esta no puede ser mi maleta! -le decia al
muchacho.
-¡Pero señora! ¿No me acaba de decir que el nombre de la
etiqueta es el suyo y que la maleta es igual?
-¡si, si! ¡Pero esta pesa como un demonio y la mia solo llevaba
ropa!
-¡Pues si que es raro! Se habran equivocado al facturarla en la
anterior estacion…
-¡Pero es que la maleta, LA-MA-LE-TA si que es la mia, que la
conozco por una marca que tiene en un lado!
-Mire señora, acompañeme usted a facturacion a ver si alli
arreglamos este lio…
Fueron al departamento de facturacion y ya alli los empleados
la dijeron que, llevando la maleta su nombre, podia abrirla y asi
salir de dudas.
La señora asi lo hizo y, una vez abierta, ninguno de los
presentes podia dar credito a lo que veía. En el interior habia
un joven desnudo ocupando absolutamente todo el pequeño
espacio y con una particularidad grotesca sin la cual le hubiera
sido imposible introducirse alli completamente: Tenia TODA
la cabeza metida en su propio culo.
Félix García Fradejas.
Marzo 2002.