jueves, 20 de octubre de 2011

PSICOFONÍA (Basado en un sueño)

Era el invierno del 89. Había salido a comprar una revista de
parapsicología con la que regalaban una cassette con varias
psicofonías grabadas en ella. Al regresar a casa leí la
publicación, pero no escuche la cinta; preferí hacerlo cuando
me acostase, con auriculares y la luz apagada, para darle un
mayor retorcimiento al asunto.
Ya en la cama la escuche en las condiciones que antes he
comentado. Contenía varias psicofonías. En una de ellas se
percibía la voz atemorizada de un niño diciendo “Tengo
miedo”, en otra, una mujer de dicción funestamente átona decía
“Adimensional. Es adimensional”, en otra más una voz lúgubre
y cavernosa en la que apenas se comprendían tres palabras,
inconexas entre si. Todas ellas presentadas por el doctor
Jiménez del Oso, que contribuía al ambiente tétrico. Pero a mí
una de las que mas me impresionó fue la primera. En ella se
escuchaba la conversación de dos personas de la cual era
imposible discernir algo; al poco tiempo, mientras continuaba
el dialogo inaccesible, comenzaba a sonar una especie de
soplido, como una fuga de aire y, súbitamente, una tercera voz
que decía, en un tono aterrado y con abrumadora urgencia,
“¡San José!”.
Cuando escuché la cassette hasta el final apagué el equipo de
música y me acurruque en la cama, completamente acojonado
como estaba hasta que, después de mucho rato, conseguí
dormir…
Me ví en una cripta situada a quinientos kilómetros bajo la
superficie terrestre -en la lógica absurda de un sueño tenía
conocimiento de esa profundidad, sin que nada me lo indicara- en
la que una luz mortecina procedente de ningún punto me
permitía ver lo que allí había: cientos o quizá miles de ataúdes,
formando un laberinto.
Caminé durante no sé cuanto tiempo, observando el monótono
lugar, hasta que, de improviso, comencé a advertir una
conversación de la cual no podía diferenciar un solo término y
que me era familiar; anduve hacia donde estimaba que
procedían las dos voces, sin ningún temor -otra vez la
incoherente lógica de los sueños-, hasta qué llegué a un
habitáculo colosal en el cual no había mas que una sobria y
añosa tumba emplazada en el centro. De allí provenía la
conversación que ya yo había reconocido.
Por un orificio del tamaño de una moneda en un flanco del
sepulcro comenzó a surgir una columna de un humo negruzco,
pesaroso, malsano, acompañada de un sonido siseante que
también reconocí.
Empecé a retroceder, sin perder de vista la lóbrega emanación
que a su vez tomó mi curso, aunque angustiosamente pausada.
Entonces corrí.
Cuando me encontraba ya muy lejos de ella me detuve, y me
gire a vigilarla recostado contra un herrumbroso paredón. De
repente la imposible nube acudió hacia mi con una prontitud
inconcebible, conformando mientras en su extremo algo
semejante a una cabeza. Cuando estuvo casi a mi altura el
rostro ya se hallaba completamente definido: era el semblante
famélico de un hombre de pelo y barba enmarañados que,
deteniéndose a apenas un palmo de mi cara , me grito demente:
¡SAN JOSÉ!.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

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