lunes, 24 de octubre de 2011

EL CERDO

A don Federico le gustaba tocarles el culo a los niños. Don
Federico era un profesor de 3º de E.G.B. de sesenta años de un
colegio masculino, casado no se sabe por que extraño
encantamiento con una mujer veinte años mas joven que el, y
además de muy buen ver, a la que no ponía un dedo -ni nada
parecido- encima desde cierto día que entro al servicio del
colegio a lavarse las manos -los alumnos y los profesores
compartían los mismos baños- y vio por la rendija de un retrete
mal cerrado a un niño de unos diez años meneándosela. Parece
ser que la visión le toco el alma, pues no entro a reprenderle
por una acción tan indigna de un niño temeroso de Dios -
también daba clase de religión- sino que se quedo espiándole
hasta que acabo la faena. Desde entonces, cada vez que sacaba
a un alumno a su mesa a leer la lección, mientras el crío leía el
se entretenía dándole palmadas y palpándole el culete, y los
niños, como niños que eran, lo tomaban por un gesto cariñoso,
como una palmada en la espalda. También, cada vez que los
chavales estaban en el vestuario después de la clase de
educación física, acudía allí como cochino al maíz con
cualquier excusa gilipollas para ver si podía pillar a alguno en
pelotas, y si pillaba a alguno y este te tapaba al verlo entrar le
decía que no debía de tener vergüenza, que allí eran todos
chicos y todos tenían lo mismo, que debía verle a el como un
padre, etcétera…
Don Federico también daba clases particulares en su casa a
varios alumnos suyos que el consideraba necesitaban una
atención suplementaria -con el consiguiente desembolso
monetario de los sufridos padres-, y con esto y su sueldo de
maestro le permitía vivir a el y a su mujer -no tenían hijos- muy
holgadamente.
Un día que Inocencia -la mujer de don Federico- estaba
haciendo limpieza general descubrió encima de un armario una
caja que no recordaba haber puesto allí, la bajó y vio que
contenía cuatro vídeos porno de menores que su marido
pretendía ocultar de esa forma tan barata.
-¡Federico! ¡¿Qué es esto?! -gritó ella desde el dormitorio.
-¿Qué es que? -pregunto asustado don Federico.
Fue Inocencia hasta el salón con las películas y se las enseño.
-¡Esto!
-¡Que cojones tienes tu que mirar en mis cosas, mala puta!
-¡Eres un puto pervertido! -dijo ella al borde del llanto- ¡Te
tenia que denunciar! ¡Así que es por esto por lo que ya no se te
levanta conmigo, y yo como una pobrecilla pensando que te
estabas quedando impotente y sin atreverme a decírtelo para
que no te sintieras mal! ¡La enfermedad la tienes en la cabeza!
¡Canalla! ¡Hijoputa!
¡ZAS! La dio una hostia en la cara que la tiro al suelo. No era
la primera vez que la pegaba -eran las únicas veces que la
ponía la mano encima- pues el consideraba, y no tenia ningún
reparo en admitir, que cuando la parienta de uno se ponía tonta
lo mejor era darla dos hostias para que se la quitase la bobada.
-¡Hijo de puta! -dijo Inocencia, histérica, en el suelo- ¡Esto no
te lo consiento mas veces! ¡Ahora mismo me voy donde mi
hermana y no me vas a volver a ver mas el pelo en tu puta
vida! ¡Cabrón!
-¡Pues vete a tomar po´l culo! ¡Tres cojones que me importa! -
estaba bien jodido con que ella hubiera descubierto “su
secreto”-
-¡Y como se te ocurra hablar de las películas… Te mato!
De modo que ella cogió una maleta, metió cuatro vestidos y
cuatro cosas mas y se fue, con una crisis de histeria y un ojo a
la funerala.
Esa noche don Federico la paso atacado de los nervios, mas
porque su mujer hubiera descubierto sus películas y se fuese
del mirlo que porque se hubiese marchado. Estaba acojonado
pensando en lo que ocurriría si sus amigotes, el profesorado y
sobre todo los padres de los alumnos se enterasen de su afición
a los culitos tiernos aunque todavía no se hubiese comido
ninguno, cosa que también le jodía lo suyo, de modo que se fue
al mueble-bar, agarro la botella de coñac para calmar la
ansiedad y se echo un pelotazo al coleto, luego se dispuso a dar
un repaso general y completo a su filmoteca y asi se paso la
noche, viendo como violaban a críos pequeños, soplando la
berza y matándose a pajas.
Cuando despertó tenia una resaca de mil pares de cojones.
Estaba en el sofá y todavía tenia la chorra de la mano. Eran las
nueve de la mañana del sábado y a las once y media tenia que
dar clases particulares a cuatro alumnos suyos y las putas ganas
que tenia de hacerlo con lo de su mujer en la cabeza y el
resacón que le venia grande, de modo que les llamo por
teléfono para decirles que esa mañana no había clase, que se
encontraba indispuesto y que al sábado próximo ya
recuperarían.
Se dio una ducha y fue al salón a recoger los videos -no sabia
para que- para volverlos a esconder, y cuando llego allí vio que
algo no le cuadraba, había tres videos encima de la mesa y el
cuarto dentro del magnetoscopio, como a el le gustaba
llamarlo, un par de pañuelos de papel al lado del sillón
conteniendo los resultados del calentón nocturno y ¡Faltaba la
puta botella de coñac!
-¡Cagüendios! -bramo.
No estaba en la mesa, ni en el mueble-bar, ni debajo del sofá ni
de los sillones ni en ningún puto sitio donde se le ocurriese
mirar.
-¡Donde cojones estas! -decía, cada vez mas mosqueado.
Fue hasta la cocina y allí se la encontró rota en el suelo en mil
pedazos que también se encontraban en la mesa -donde
posiblemente la había estampanado- y en las sillas, sin
acordarse de haberlo hecho -aunque suponía por que lo había
hecho, se conocía bien- y después de un par de reniegos y un
par de dioses fue a por el cepillo y el recogedor -la fregona no
hacia falta, no había dejado una gota- y limpio aquel destrozo,
cagándose en su puta madre.
-¡Ding Dong! -llamaban a la puerta.
-”¡¿Y ahora quien hostias es?!” - pensó don Federico.
Fue hasta la mirilla creyendo que podría ser su mujer,
arrepentida de haberle levantado la voz, y cuando miro vio a
Luisito. “Me cago en la puta. Se me había olvidado este”
pensó, dándose cuenta de que solo había avisado por teléfono
para que no vinieran a tres alumnos de los cuatro, así que abrió
la puerta contrariado porque este mocoso venia en autobús de
un pueblo a diez kilómetros y no era plan de mandarle por ahí a
cascarla.
-Buenos días, don Federico -dijo el niño.
-Hola Luisito, majo -contesto Don Federico- Veras, he llamado
a tus compañeros para decirles que no vinieran porque estoy un
poco malito y no me he dado cuenta de avisarte a ti, pero como
ya me encuentro un poco mejor y tu no vives aquí te voy a dar
clase, anda, majo, pasa, no te quedes ahí.
Fue Don Federico por el pasillo hasta la cocina, que es donde
daba las clases, detrás de Luisito -rubio, pelo largo y rizado,
ojos azules, muy guapo. Uno de sus preferidos, y no
precisamente por sus notas ni por su rendimiento en la escuela,
y una vez allí le puso unas cuantas operaciones de matemáticas
para que las fuera haciendo mientras que el iba un momento al
baño porque se le había olvidado afeitarse.
-A ver si me tienes estas cuentas acabadas para cuando termine
de acicalarme, Luisito, majo.
“Que guapo es este niño. Y que culo mas redondito tiene, el
jodio” pensaba don Federico mientras se desbarbaba con un
acarajotamiento enorme -dos cortes se había hecho ya-.
-¡AYYY! -chillo Luisito desde la cocina.
-¿¡Qué pasa!? -pregunto don Federico alarmado desde el
lavabo.
-¡Me he clavado un cristal en el culito! -dijo Luisito. Era muy
cursi, cosa que ponía a cien a su maestro. -¡Me sale mucha
sangre! ¡Venga a vérmelo, por favor, don Federico!
Al oír aquello a don Federico le dio un vuelco al corazón. Echo
a correr por el pasillo bamboleando sus ciento quince kilos de
peso como un globo lleno de agua clamando para sus adentros
“Santiago y cierra España”.
-¿Qué te ha pasado, hijo mío? -pregunto don Federico
resoplando, apoyado en el marco de la puerta. La carrera le
había matado.
-He ido a sentarme en esta otra silla que estaba mas cerca de la
ventana y al sentarme me he clavado un cristal en el culito.
Míreme a ver lo que me he hecho, por favor… -gimió Luisito,
al tiempo que volviéndose de espaldas se bajaba el pantalón y
el calzoncillo y le ensañaba el culo a su preceptor.
A don Federico al ver aquello unos sudores le iban y otros le
venían. Se agacho a ver la herida -no era gran cosa- y empezó a
palpar las nalgas a Luisito.
-No es mucho, Luisito, pre-precioso.¿Te duele cuando te
aprieto? -pregunto baboseando el examinador, que notaba
como se le llenaba el gallumbo de carne.
-Si. -sollozaba Luisito- Pero solo es en el carrillo derecho. No
se por que me aprieta también el otro.
Don Federico ya estaba fuera de si, y empezó a morder el culo
del niño. Siguió así un rato, sujetando a Luisito que se resistía
y chillaba hasta que, preso de entusiasmo garañón, le
sodomizo.
Esa misma tarde don Federico cogió el coche y se fue a un
pinar a intentar relajarse y ordenar sus pensamientos. Paseo
entre los arboles intentando convencerse de que el niño no
hablaría -le había dicho que si lo contaba le expulsarían del
colegio, que pensara en su pobre madre, y que además perdería
a sus amiguitos y seria el hazmerreír de todos los niños, que le
pegarían por mariquita- y después se puso a recordar como
penetro al crío, lo que le había costado meterla en un orificio
tan pequeño, los gritos del niño -¡Mama! ¡Auxilio! ¡Mama!
¡Auxilio! chillaba- y la sangre del culo del chiquillo
empapándole la polla hasta que se empalmo otra vez y se fue
detrás de un árbol a sacudírsela.
Héctor “Bolángano” era un hijo de puta en toda la extensión de
la palabra. Acababa de cumplir cuatro meses de prisión merced
a una mano de hostias que había pegado a un bakaladero bajito
y payasón que se había atrevido a vacilarle en un bar. No era la
primera vez que Héctor “Bolángano” -le llamaban así los
demás presos por el rabo que gastaba, el animal- daba con su
ciruelo entre rejas; ya antes había estado seis años preso por
asesinato. Cierta ocasión en que había llegado a casa dos días
antes de lo previsto de un viaje, fue camionero, sin avisar para
dar una sorpresa a su mujer y a su hijo que acababa de cumplir
un año la sorpresa se la llevo el cuando entro en su domicilio y
oyó gemidos, fue hasta su dormitorio que era de donde
provenían y se encontró con un compañero de oficina de su
costilla poniéndola a esta una vara por todo lo alto. Lo que
ocurrió a continuación era lo mas probable que sucediese
tratándose de un individuo de carácter sanguíneo como Héctor
que acababa de descubrir su cabronez. Fue a la cocina, cogió
un cuchillo enorme, el mas grande que había alli, regreso a la
alcoba y allí mismo despacho al fulano, y habría proseguido
con su esposa de no haber escuchado el llanto de su hijo en la
habitación de al lado, que Héctor, fuese un hijo de puta o
dejase de serlo, sentía devoción por su vástago, ese niño que
había visto poquísimas veces en los últimos años, que era lo
único que tenía y que quería en el mundo y al que, esa tarde se
lo había contado llorando, le acababan de partir el culo.
Espero toda la puta tarde Héctor en una cafetería enfrente de la
vivienda de don Federico a que este llegase a casa, después de
haber subido y comprobado que no estaba allí, y cuando iba
por la séptima copa de ginebra a palo seco, ante la
incomodidad de los parroquianos que se preguntaban unos a
otros en murmullos que quien era ese tío con pinta de
patibulario, pelaje que no podía negar, que se estaba poniendo
ciego a Larios solo, vio entrar en el portal de enfrente al cabrón
que había violado a su hijo -lo reconoció porque esa misma
tarde Luisito le había enseñado una foto en la que estaba el con
todos sus compañeros de clase y don Federico de fondo-, de
modo que espero a acabarse la copa para dar tiempo al profesor
a entrar en su domicilio y no preparar el folklore en el portal -
cuando se le encendía la sangre perdía el control de sus actos,
pero también sabia conservar la entereza como nadie. Era mas
duro que el pan de ayer- y una vez se la hubo bebido subió a
hacerle una visita.
Estaba don Federico quitándose los zapatos cuando llamaron al
timbre, se asomo por la mirilla para ver quien era, no fuera a
ser su mujer o la policia por el asunto de Luisito, ya que el
padre de este no podía ser por estar encarcelado, pensó, y
viendo a un hombre al que no conocía de nada, con mal
aspecto, eso si, decidió abrirle para ver que pasaba.
-Buenas tardes. ¿Qué quería? -dijo don Federico.
-Buenas tardes. Soy el padre de un alumno suyo -contesto
Héctor apartando al maestro y entrando en la casa- y he venido
a hablar de mi hijo.
-¿Pero que se ha creído? -dijo don Federico, asombrado- ¿Qué
porque sea el padre de un alumno mío eso le da derecho a
entrar en mi casa de esa manera? ¡Es usted un sinvergüenza!
¡Y haga el favor de salir ahora mismo de aquí!
-¡Pero es que mi hijo se llama Luis! -dijo Héctor agarrando del
cuello al cada vez mas acojonado preceptor mientras que con la
otra mano le ponía una navaja en la barriga- ¡Y por mi puta
madre que te vas a acordar de lo que has hecho!
-¡Po-por favor! -balbuceaba don Federico- ¡Yo no le he hecho
nada a su hijo! ¡Esto es una equivocación!
¡ZAS! Una hostia a puño cerrado en toda la cara tiro al maestro
al suelo, mientras Héctor metía ahora una mano en la que ponía
tatuado “Amor de madre” en el pantalón y sacaba una pistola.
-¿Te gustan los niños tiernos? ¿Eh, hijo de la gran puta? ¡Pues
ahora vas a probar a un hombre! -decía Héctor, bajándose la
bragueta del pantalón y sacando una tranca de palmo y medio.
-¡Ahora me la vas a chupar! -seguía diciendo poniéndole la
pistola en la sien- ¡Y cuidadito con morder o te pego los sesos
en la pared!
-¡Pe-pero usted esta loco! -decía el maestro notando el cañón
de la pistola al lado de su ojo y con la verga del padre de
Luisito a diez centímetros de su boca- ¡Que esta hacien…
¡GLUPS!
El vergajazo le llego hasta el gaznate. Don Federico sentía que
se ahogaba al tiempo que rompía a llorar de rabia, de miedo, de
vergüenza y de impotencia.
-¿Te gusta esto, pervertido de mierda? -decía Héctor- ¡Y no
llores, que me estas mojando los güevos!
Luego le dio otra hostia con el cañón de la pistola en la cabeza
y volvió a ir al suelo el profesor.
-Ahora -decía Héctor, guardándose la fusca y sacando de
nuevo la navaja- te vas a bajar los pantalones y te vas a poner a
cuatro patas. ¿Has entendido, corazón?
-Si-si -contesto el maestro. Su voluntad ya estaba
completamente anulada por el terror y la vergüenza y le
obedeció en el acto.
-Así me gusta. Buen chico -le dijo Héctor- Supongo que ya
sabrás que te esperan trescientos gramos de carne magra en
todo el burel… ¿No?
¡¡¡RASSSHHH!!!
El domingo de madrugada la policía encontró el cuerpo sin
vida de don Federico en el piso de este gracias a la denuncia de
un niño que había ingresado en el hospital el sábado por la
noche con una fuerte hemorragia en el ano por desgarramiento
del esfínter. El niño había estado sangrando todo el día y lo
oculto a su madre -que no a su padre- hasta que por la noche
cayo en el salón desmayado. Su madre, aterrada, llamo a una
ambulancia que les llevo al centro de urgencias y allí se
descubrió todo el pastel. A su hijo le han violado, señora, dijo
el medico que le atendió a la madre. Luego, con un policía que
el facultativo había llamado de oficio, y viendo a su madre
descompuesta suplicarle que por favor dijera quien le había
hecho esa monstruosidad, Luisito lo contó todo. Lo de don
Federico y lo de que también se lo había contado a su padre
porque sabia que este le mataría. De este modo fue la policía a
casa de don Federico, a proceder a su detención suponiendo
que el padre del niño no hubiese llegado antes que ellos, cosa
que temían porque Luisito les habia dicho que en cuanto se lo
contó a su padre y le enseño la foto del profesor, a media tarde,
Héctor había salido de casa diciendo “¡Lo mato! ¡Por mi puta
madre que lo mato!”. Además, la policía conocía sus
antecedentes, de modo que no les pillo mucho por sorpresa la
carnicería que se encontraron en el domicilio de don Federico.
El profesor estaba en el suelo, degollado por una navajada que
le iba de oreja a oreja. Tenía además numerosas puñaladas en
el vientre -dieciséis revelo la autopsia- y los pantalones y los
calzoncillos bajados hasta las rodillas. Y lo más curioso fue que,
además de toda la escabechina que le habían preparado,
también le habían amputado el pene, pero este no aparecía por
ninguna parte. Fue en la autopsia cuando se descubrió que,
además de haberle sodomizado brutalmente con un aparato de
dimensiones escandalosas, el miembro del profesor se hallaba
introducido en su propio recto.
A los once meses de los hechos Inocencia se había vuelto a
casar. Esta vez con un hombre de su edad, tambíen amigo de
tocar culos, pero solo el de ella, y que nunca la había levantado
la voz. Ni mucho menos la mano. El día del aniversario de la
muerte de don Federico Inocencia pensó por un momento en
llevarle un ramo de flores a la sepultura, pero al final decidió
que se lo llevase su puta madre.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

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