jueves, 20 de octubre de 2011

LA INCERTIDUMBRE

Ahora que se acerca el momento de mi muerte quiero hacer
una confesión. Necesito descargar -inútilmente, ya lo se- mi
conciencia aunque solo sea por unos instantes. Se que lo que
voy a contar parecerá de todo punto ridículo a cualquier ateo y
a muchísimos creyentes, pero aun asi necesito hacerlo.
Tengo el ébola, y le contraje manipulando el virus por una
razón que es fundamental en toda esta historia. ¿Cuál es?. Paso
a relatarla.
Trabajo como químico -bueno, lo hacia- en un centro de
investigaciones medicas y siempre he sido una persona
profundamente religiosa. Creo no exagerar en lo mas mínimo
si presumo de haber llevado una existencia intachable en lo
concerniente a mis deberes morales y de tener garantizada la
salvación de mi alma por este mismo hecho, dado que nunca
hice daño a nadie y siempre procure hacer todo el bien que
estuviera a mi alcance, pero el transcurso de los
acontecimientos no puede sino hacer que me replantee todo
esto.
Tengo mujer y tuve una hija. Al poco de cumplir dieciocho
años, a Andrea -así se llamaba mi niña- la violo un
desgraciado, un hijo de puta que fue motivo de su ruina y de la
nuestra. Alfonso -así se llama el canalla, pero confío que ya por
poco tiempo- fue identificado por mi hija en el fichero policial
de la comisaría a la que había acudido a denunciar la agresión.
A los pocos días fue detenido y a los muchos meses juzgado.
Pero el mal ya estaba hecho. Consecuencia del trauma que la
causo haber sido brutalmente violada, Andrea cayo en una
profunda depresión y dos semanas antes de celebrarse el juicio
contra su agresor se abrió las venas en canal. Murió.
Juzgaron a este malnacido. El veredicto fue de culpabilidad y
cuando el juez dicto la sentencia no pude dar crédito a lo que
estaba escuchando: ¡Ocho años de cárcel! ¡Solo ocho años de
castigo valía la vida de mi niña!
El asesino de mi hija -porque lo fue- al oírlo se dio la vuelta y
me sonrió burlonamente. ¡Dios de mi vida!. ¿Saben como me
sentí?. ¿Se imaginan lo que se siente al ver que alguien se
recrea en tu dolor, sobre todo si es el causante de este?. No. No
pueden. No pueden saberlo a no ser que hayan pasado por la
misma situación.
Al dolor de mi mujer y mío por la perdida de nuestra niña se
había agregado ahora la rabia, la impotencia ante una sentencia
tan injusta. Por supuesto que apelamos. Recurrimos a todas las
instancias, pero no conseguimos nada. Y ahí no acabo la cosa:
Con las reducciones de condena por buen comportamiento los
ocho años de prisión quedaron reducidos a cuatro.
¿Cómo expresar lo que sentí cuando a los escasos cuatro años
de haber enterrado a mi criatura me encontré una tarde con
este…? Imposible. El hijo de la gran puta además me saludo,
con la misma sonrisa que ya mostrase en los juzgados. Fue en
ese momento cuando decidí lo que había de hacer.
Como ya he explicado anteriormente soy católico practicante y
muy entregado a mi Iglesia, y lo que había decidido cuando me
encontré con ese hombre no era otra cosa que vengar a mi hija
dándole muerte. Claro, estos dos conceptos -el de matar a un a
su vez asesino frente a la esperanza de salvar mi alma- eran
absolutamente incompatibles, por eso durante dos días me
devanee el cerebro intentando hallar una solución. Creo que la
encontré.
Mi enfermedad se debe a que, en mi lugar de trabajo, infecte
unas esporas con el maldito virus causante del ébola y las
introduje en un sobre debidamente adaptado para que este no
permitiera una filtración de dicho virus sino una vez abierto,
pero debido a un descuido resulte yo también afectado, aunque
esto quizá sea lo que menos importe. Es fácil de adivinar que el
sobre iría dirigido al también maldito Alfonso, pero no es todo
tan sencillo. ¿Cómo impedir la condenación eterna de mi alma
si al morir yo pesase una muerte sobre mi, aunque fuese este
mi único pecado?. Sencillo. Irme a la tumba sin haber matado a
nadie.
Este sobre esta en manos de un notario, y las instrucciones son
que le remita a Alfonso al cabo de un año de mi fallecimiento.
¡Nunca antes!.
¿Qué por que he obrado de este modo?. He dicho en un
principio que esta historia parecerá ridícula a muchísima gente,
lo reconozco, pero mis convicciones no me permiten actuar de
ninguna otra manera.
Torturado no por mis remordimientos, sino por mi destino, en
esos dos días de indecisión que antes señale acudí a mi párroco
y le confesé que deseaba la muerte del violador de mi hija. Este
me contesto que no era cristiano desear el mal a nadie, pero
que en mi situación pudiera llegar a ser hasta comprensible, y
que después de todo yo no estaba matando a nadie, solo
deseándolo, y esto en mis circunstancias no constituía un
pecado mortal. De ahí vino la idea.
En buena lógica, al año de mi muerte el destino de mi alma
debiera estar mas que decidido, y este no debiera ser otro al no
contar con faltas graves y si lo que yo considero muchos
meritos que la Salvación.
Aquí es donde a mi ya de por si desfallecido animo se le
presenta otra tortura, pues esa misma lógica que antes señale
me presenta dos posibilidades igualmente razonables, pero
contrarias entre si. Una, que en el momento en que Alfonso se
contagie de ébola mi alma ya este salvada y no se me pueda
imputar un crimen que cuando sucedió -el contagio- yo no
estaba en condiciones de evitar, aparte de que cualquier
teólogo coincidiría conmigo en que del Paraíso no se podría
expulsar a un alma que Allí no hubiese pecado. Y segunda
posibilidad, que al ser yo inequívocamente la causa de la
muerte de un hombre, Satanás reclamase mi alma y esta no
pudiera permanecer en la Eterna Salvación al pertenecerle. No
contemplo una tercera posibilidad, que seria la de mi
condenación en el instante de morir, ya que, en una relación
causa-efecto, y esta indudablemente lo es, en ese instante -pese
a que yo no pueda negar ser la causa- no se habría producido el
efecto, al menos no en esta dimensión que es en la que yo he
actuado, por lo tanto la descarto.
Como es lógico, ante una condena eterna segura como lo seria
sin duda si matase a Alfonso estando yo en vida, es natural que
opte por otro sistema, por muy improbable y traído de los pelos
que este. Ante la certidumbre de la perdición eterna me agarro
a un clavo ardiendo. Prefiero una incertidumbre, por ingenua y
torturante que esta sea.
Pero no todo acaba aquí, sino que soy consciente de estarme
intentando burlar de Dios y del Diablo, y quedándome como
me queda muy poco tiempo de vida, la sola idea de que Las
Dos Potencias decidan unir sus fuerzas para castigar mi
atrevimiento me aterroriza.
Félix García Fradejas.
Enero 2002.

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