jueves, 20 de octubre de 2011

APARIENCIAS

Lucio Fugger era, casi con completa seguridad, el individuo
mas malévolo, perverso y depravado que existía bajo las
estrellas. Robo, violación, tortura, asesinato, simpatía hacia
Sánchez Dragó eran algunas de sus credenciales. Sentimientos
como el amor, el cariño, ni mencionar actitudes como la
comprensión o el respeto, estaban totalmente fuera de su
alcance. Un hijoputa como un castillo. Solo una vez, tan solo
en una ocasión, experimento algo ligeramente parecido al
enternecimiento.
Cierta mañana de domingo en que, como semanalmente
acostumbraba, daba un paseo altanero después de participar en
el sacramento de la Eucaristía, topó con un chavalín de unos
cinco o seis años que, jugando con una pelota, le había dado
con esta involuntariamente, manchándole de barro el bajo del
pantalón de su traje de parca. La primera reacción de don Lucio
fue la de abofetear al insolente, pero, al levantar la mano para
hacerlo, vio como le miraban unos ojos lastimeros en un rostro
de querubín, y algo que desconocía, algo levemente semejante
al arrepentimiento, le detuvo.
Benedicto Constante era, con toda probabilidad y a buen
seguro, la persona mas benévola, afable y bienintencionada -
aparte de los Santos Padres de la Iglesia y todos esos- que
había tenido el ser. Generoso, desinteresado, sencillo, humilde,
nunca dado a la envidia malsana o al caciconeo vil y miserere,
tan siquiera podía soportar los informativos de Antena 3
Televisión. Podría decirse que jamás se consintió una merma
en su razonable existencia ni se dejo llevar por un impulso
destructivo, por disculpable que esto fuera en un, al fin, ser
humano. Pero toda regla tiene su excepción, aunque la
desconfírme.
Había bajado esa mañana Benedicto a comprar el pan. No sabia
muy bien que le ocurría, se encontraba angustiado, irritable,
fruto tal vez del estrés al que se había visto sometido durante
las ultimas semanas a causa de un padre tiránico a cada
momento mas injustificable, de un capataz capullesco mas
imbécil por instantes y de una nueva reposición de Medico de
familia; y para no variar había agachado las orejas durante todo
ese tiempo de tensión y no había dicho ni mú, comiéndose los
cojones por dentro. El caso es que se intentaba relajar de
camino a la panadería después de haber soportado
estoicamente una severa retahíla de idioteces por parte de su
padre con motivo del ligero pedo que el, Bene, había agarrado
en una cena con los amigos la noche anterior y que,
transportándolo a su casa, había sido flagrantemente
descubierto en su posesión por su sagaz tutor, que no consentía
estos desmanes a su hijo de treinta y cinco años, cuando un
niñín de apenas seis que pateaba una pelota le sacudió con ella
en plena cara.
-¡Niño! ¡Joder! -le gruño Benedicto, dejando escapar su ira por
primera vez en su vida.
Un hombre con un traje de parca con un poquito de mierda en
el bajo del pantalón que se encontraba allí y en quien no había
reparado Benedicto, miro a este con estupor y se dirigió a el
hecho una furia.
-¡Pero bueno! ¡Será posible…? ¡¿Qué clase de ralea hay por
la calle…?! -le reprendió dignamente indignado, a modo de
guerrero del antifaz desfacedor de entuertos contemporáneo y
desenmascarado- ¡Reñir asi a un niño! ¡Debería caérsele la
cara de vergüenza! -”¡Gentuza…!”, pensó el paladín de la
justicia después de la perorata, muy pagado de si mismo y
sintiéndose solemne ante aquel tipejo.
-…lo siento… -se disculpo tímidamente Benedicto, bajando la
mirada al suelo y completamente abochornado por su acción.
“…menos mal que todavía queda gente buena…” pensó acerca
de su amonestador, a quien en el fondo agradecía el gesto.
Félix García Fradejas.
Mayo 2002.

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