jueves, 20 de octubre de 2011

HOMO ERECTUS

“¡Private en las Seychelles!” Andrés salía del videoclub mas
contento que unas pascuas. Sus padres estaban invitados a una
boda y eso le dejaba la casa para el solo durante todo el día, de
modo que decidió alquilar una peli porno y pasarse la tarde
meneándosela.
En cuanto termino de comer se puso a rebobinar la cinta -
”…putos berracos…”-. Era una película de la factoría Private -
le privaban- en la que toda la “acción” se desarrollaba en una
isla paradisíaca, y en la cual el hilo conductor no le llevaba una
actriz, como era habitual, sino el primer espada Joey Silvera,
veterano que repetía su eterno papel de idiota encantador
rodeado de exhuberantes hembras. Lo de la pornografía le
encandilaba a Andrés, quien, a sus veintisiete años, era mas
virgen que una flor, y cuya pertenencia a la Generación X la
interpretaba como a el le daba la real gana. Nunca había tenido
un contacto sexual con una chica -ni con un chico-,
reduciéndose su aprendizaje al día en que, con doce años, había
cogido de la mesilla de su padre un libro repleto de
ilustraciones titulado “El sexo al alcance de la mano”, libro
que, como su propio nombre indica, solo sirvió a Andrés para
matarse a pajas.
La tarde era preciosa, lucia un sol radiante y en cuanto pulso el
play ya la tenia Andrés mas tiesa que un ajo. Se la empezó a
sacudir en el momento en que salio el primer polvo, dos
hombres y una mujer en una playa, y antes de que hubiera
acabado este -el kiki- ya estaba el amanuense a punto de
correrse, pero decidió ponerse a prueba: “¡A ver si consigo
terminar de ver una porno de una puta vez!”, y su estrategia
consistió en no eyacular, puesto que en cuanto lo hacia perdía
el interés por la película, sino en retrasar el orgasmo hasta que
salieran los títulos de crédito -todo ello sin parar de cascársela,
por supuesto-.
Se entrego Andrés a esta tarea con muchísimo entusiasmo.
Otro polvo en la tele, Andrés pim-pam, dos tríos en un barco,
Andrés dale que te pego, otra vez a punto de irse en leche y
parando de pelársela cada vez que sentía que esto podía ocurrir
-correrse-, ahora cuatro garañones para una mulatita, Andrés
batiendo claras con renovadas fuerzas…, hasta que paso lo que
tenia que pasar…
Según estaba Andrés dedicado al pajote en cuerpo y alma noto
que le empezaban a doler un poco los huevos. No le dio
importancia. Pero a medida que avanzaba la película -y con
ella la gallola- el dolor se fue incrementando, cada vez un
poquito mas, un poquito mas…, Andrés empezando a
preocuparse, pero sin dejar la labor, hasta que se hizo
insoportable.
Nunca había tenido un “Blue balls”. No sabia que se trataba de
una vaso congestión producida por la alta presión sanguínea
mantenida localmente durante demasiado tiempo tanto en los
testículos como en la zona de la próstata y cuyos síntomas
consistían en dolor progresivo e hipersensibilidad de la parte
afectada. En cristiano: La causa era un calentón y los efectos
un dolor de huevos que no te puedes ni mover. Una dolencia
conocidísima -y extendidísima- sin necesariamente importancia
posterior… menos para el desinformado Andrés.
“¡¿Qué me pasa?! ¡Ay! ¡Mis cojones…! ¡Jodeeeeer…!” El
pobrecito Andrés estaba retorcido en el sofá con los cojones
como los leones, pequeños y pegados al culo, y el pizarrín
como un matasuegras, todo esto como consecuencia del puto
“Blue balls”. Pero a el, que como ya se ha dicho nunca habia
pasado por tan lamentable trance ni conocía de su existencia,
este estado le provoco una angustia terrible.
Al factor “Pelotas moradas” se le sumo el factor ansiedad. El
dolor de huevos propiamente dicho, y sobre todo la
incertidumbre de no saber de donde venia aquello ni que le
produciría -”¿Me habré provocado una enfermedad en los
cojones por bestia? ¿Y si es grave…? ¿Y si me quedo
impotente…? ¿Y si me pillan mis padres así…? ¡Ay Dios mío!
…y que la gente se entere que ha sido por pajero… ¡Y mis
padres!”- alimentaba sus nervios, y estos a su vez, aparte de
impedir que se relajase y pensase con serenidad, provocaban
un aumento del dolor, al menos la sensación; de modo que se
formo un circulo vicioso -”cuanto mas me duelen los cojones,
mas nervioso me pongo; cuanto mas nervioso me pongo, mas
me duelen los cojones…”- que se retroalimentaba a si mismo,
lo que le hizo vomitar hasta la primera papilla por la
combinación Blue balls-ansiedad.
Existía un tercer factor que Andrés desconocía. En su familia
se habían dado antecedentes de enfermedades coronarias, y en
el este problema era congénito, sin el saberlo. “Ya iré a
hacerme las pruebas. Soy muy joven”, había dicho siempre.
En el fondo sabia que el dolor podría aliviársele si eyaculaba,
pero en el estado en que se encontraba no había forma humana
de levantar aquello… “Si me corro seguro que se me pasa…
pero ¡Joder! ¡No se pone dura ni pa’ su puta madre! ¿Qué
hago?”. Lo intento, y a medida que lo hacia se sentía peor -a
las palpitaciones típicas de la ansiedad se añadió un dolor
opresivo y ardiente en el pecho que no había experimentado
nunca-, pero siguió intentándolo, siguió intentándolo, siguió
intentándolo…
A las once de la noche llegaron los padres de Andrés a casa. Al
entrar en el salón ella chillo fuerte, desesperadamente, y el se
tuvo que sujetar al marco de la puerta para no caerse. En el
suelo estaba Andrés con los pantalones y los calzoncillos
bajados hasta las rodillas, boca arriba, sin vida, con la mano
derecha aferrada como un cepo a la polla, y sobre el abdomen
esperma, mucho esperma.
Félix García Fradejas.
Febrero 2002.

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