lunes, 24 de octubre de 2011

MARTÍNEZ, HOMBRE BOBO

“Es mejor parecer imbécil por guardar silencio que abrir la
boca y eliminar toda posible duda”
Groucho Marx
Martínez, hombre bobo, iba para casa el solito cuando, al dar
una patada a una lata, ocurrió el milagro:
-¿Me das fuego? Dijo una voz a su espalda.
-¿Qué? -dijo Martínez, asustado.
-¿Qué si me das fuego? -contesto. Era una chica.
-¡Si, sí. Toma, toma! -replico Martínez, nervioso. La muchacha
era un bombón. Rubia, pelo largo sobre la cara, gafas de sol a
pesar de que eran las cinco de la mañana.
-¡Gracias, guapo! -le soltó ella.
En ese momento oyó Martínez el claxon de un coche a su
espalda, se volvió a mirar y al darse otra vez la vuelta la
guayaba había desaparecido.
Era Martínez un zagal de veintiocho años, tonto del haba,
fantasmón y apanarrado, del que sus amigos solían reírse dado
que su cociente intelectual solo era calculable por sismólogos;
y lo de guapo era redundear en aquello de que la belleza es
efímera. En su caso, mas efímera imposible.
Aquella noche le costo dormir. No estaba acostumbrado a que
una chica le llamase guapo, ni tan solo a que le llamasen, así
que después de darlo vueltas se levanto de la cama, se encerró
en el servicio y se la meneo mirándose en el espejo; luego
volvió a la cama y se quedo dormidito.
Al día siguiente bajaba Martínez a tomar café mas contento que
de costumbre.
-¡Coño, Martínez, majete! ¡Que sonriente vienes tu hoy! -le
dijo Quique, un amigo suyo, al verlo entrar en el bar. -¿Qué te
pasa? ¿Has follado? -siguió de chufla.
-¡Casi! -dijo Martínez, que al ser un poco estúpido infinito era
incapaz de percibir la ironía- ¡Anoche, cuando iba pa’ casa,
una tía me pidió fuego y me dijo que estaba para comerme!
-¿Y no te la follaste? -le pregunto Quique, que no se lo creía,
pero estaba habituado a las bobadas de su colega.
-¡No, porque tenia prisa! ¡Pero a esa en cuanto la vuelva a ver
cae! -siempre le resultaba favorable su calculo de
follabilidades, otra cosa era que una sola vez hiciese diana.
-¡Pues nos podias invitar a una copa, para celebrar que a lo
mejor te desvirgan de una puta vez! -solto Manolo, otro de la
panda, que estaba a la conversación, sabiendo que Martínez,
además de mentiroso y fanfarrón, era incapaz de aflojar la
mosca.
-¡Y una mierda! -voceo Martínez- ¡Además, yo he follado mas
que todos vosotros juntos!
-Vale, tío… -dijeron Quique y Manolo, casi al unísono.
Esa noche fueron los tres a la discoteca; y mientras Quique y
Manolo se intentaban escaquear del amigo Martínez -si no no
había manera de ligar-, este no hacia mas que mirar a todos los
lados por si veía a la chica que le llamo guapo.
-Voy un momento a la pista -dijo Martínez.
-¡Ahora mismo vamos nosotros! -dijeron los otros, aliviados.
No encontró allí el jodedorcillo a la chavala, y apuraba el
cubata cuando, al dar una patada a un paquete de tabaco vacío
tirado en el suelo, oyó una voz a su espalda.
-¿Me das fuego, guapo?
Se dio la vuelta Martínez cual guapo y vio a una chica morena,
pelo largo sobre la cara, gafas de sol a pesar de que estaban en
una disco con apenas luz, que le resulto familiar. La estudio
mientras sacaba el mechero y… ¡Era ella!
-¡Ten, ten! -dijo el fuegador, nerviosito- ¡Oye! ¿Cómo te
llamas?
-Yo me llamo como tu quieras que me llame. ¿Cómo quieres
que me llame? -le contesto, exhalando el humo.
-¿Qué-que dices? -Martínez se había quedado aturdido por
aquella contestación.
-Que como te gustaría que me llamase.
-No-no se. -tartamudeaba cada vez mas confundido.
-Vamos a hacer una cosa. La próxima vez que nos encontremos
tienes que haber pensado que nombre te gustaría que tuviese,
¡Ah!, y me gustan esos pantalones que llevas; te marcan
paquete de una manera muy… excitante.
Al oír aquello Paquetinez se volvió todo miembro. Se dio la
vuelta para recoger el whisky cola agarrafonado que había
dejado encima de un altavoz y al volverse de nuevo hacia su
enamorada, esta había desaparecido.
-¿Será posible? -se sorprendió.
-¿Pero lo estas diciendo en serio? -pregunto Quique.
-¡Que si! ¡Coño! ¡Que si! -contesto Martínez- ¡Que la he vuelto
a ver, y me ha dicho que la ponga nombre y que vaya rabo
tengo! ¡Y ha vuelto a desaparecer como la otra vez!
-¡Y luego te despertaste! ¿Verdad, majo? -le soltó Manolo-
¡Venga! ¡Vete a tomar po’l culo!
Eran las doce de la noche y Martínez, Quique Y Manolo se
estaban tomando el ultimo chisme -el día siguiente era lunesen
un bar enfrente de la disco. Esa noche Quique y Manolo no
se habían comido nada, y el infantil, para no variar, tampoco.
-¿Y dices -continuo Manolo- que cada vez que das una patada
a algo aparece? ¡La patada te la teníamos que dar a ti en los
cojones, a ver si se te quitaba la bobada!
-Mira, Martínez -le dijo Quique armándose de paciencia- Tu
eres el clásico tío que se inventa malos recuerdos y luego bebe
para olvidarlos, así que vete a dormir la mona que mañana
tienes que madrugar.
Era viernes por la noche otra vez, momento de hacer el mal, y
Martínez volvía a estar tan maquillado de si mismo como
acostumbraba y continuaba haciendo sus declaraciones
habituales, que la poesía es cosa de maricas, que a los maricas
hay que darles de hostias porque no son como los demás, que a
los demás que les den po’l culo porque me importan una
mierda; todos los enlaces posibles por un microcéfalo
imposible, tantas cosas tan sin cosas. El tontorrón mas ilustre
de la comarca defendiendo el titulo. En esas entraron en el bar
una panda de chicas, varias de ellas con minifalda.
-¡Las tías que van así son unas guarras! -proclamo Martínez-
¡Van pidiendo guerra! ¿No las veis?
-¡Cada uno ira como le salga de los cojones! ¡No te jode! -dijo
Quique, ofendido- Además, si dices tu que van pidiendo
guerra, ¿por qué no las entras?
-¡Eso! -le secundo Manolo, que cada vez estaba mas harto de
los comentarios de Martínez.
-¡Iros a tomar po’l culo! ¡Me cago en Dios! ¡Me voy a mear! -
contesto a voz en grito Martínez, como la mayoría de las veces
que le llevaban la contraria.
Entro al servicio con una mala hostia de impresión, y al dar una
patada a la segunda puerta -los meaderos de pared estaban
ocupados- vio que dentro había una chica pelirroja, pelo largo
sobre la cara, gafas de sol a pesar de estar en el lavabo de un
bar ¡Ella otra vez! ¡Y esta vez con una minifalda que a duras
penas la ocultaba las bragas! -las otras dos veces que la había
visto llevaba pantalones.
-Dime, Martínez… ¿Te parezco una guarra? -le pregunto.
-No, no, claro que no -contesto-. Pero, ¿tu que haces aquí
adentro? Llevo mas de una hora en este garito y no te he visto
entrar. ¡Y en el váter de los tíos! ¿Y por que cada vez que te
veo llevas el pelo de un color diferente? ¿Y como sabes mi
nombre? ¿Y…
-¡Tranquilo, tranquilo! -le corto ella- Preguntas demasiado,
amor mío. Por cierto… ¿Ya me has puesto nombre? No. Por tu
cara veo que no. ¿Sabes que me gustaría? Que me follaras
como solo un hombre como tu sabe hacerlo… mmm… me
estoy mojando solo de pensarlo… Pero todo esto no debes
contárselo a tus amigos, que yo se que ya les has dicho lo
nuestro.
-¡Esta bien. Esta bien! ¡Vamos a follar ahora! -Martínez,
berraco.
-¡Por favor! ¡No tan deprisa! ¿Cómo vamos a ponernos a follar
aquí? Mañana a las once de la noche estarás en la puerta del
hotel Caracas, y no te preocupes, tacañín, que todo corre de mi
cuenta. Tu sabes como hacer que aparezca tu hada buena,
¿verdad? ¡Ah! Y no sabes como me ponen los hombres de
traje…
-¡Tóc! ¡Tóc! -golpes a la puerta- ¡¿Vais a salir o que?! -dijo
una voz masculina acuciante.
-¡Ahora mismo, joder! -contesto nuestro héroe dándose la
vuelta hacia el vocinglero. Cuando se giro de nuevo la dueña
de sus desvelos había desaparecido, ante su estupor.
-¿Qué hora es, Manolo? -pregunto Quique.
-Las tres y media. -contesto el susodicho.
-¡Que raro que no hayamos visto a Martínez en toda la noche!
-Me ha dicho Isidro que ha pasado por el Caracas hace un
ratinín y ha visto a Martínez en la puerta, vestido de traje y
dando patadas a una papelera. -apunto el camarero, que les
había escuchado.
-¡Este chico va a dar en gilipollas! -sentencio Manolo.
Félix García Fradejas.
Diciembre 2000.

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