sábado, 3 de abril de 2021

La sombra en el muro de piedra

 El sumo sacerdote, erigido asimismo en cacique local e imbuido de poder absoluto autootorgado sobre vidas y muertes de los habitantes de la ciudadela, restauró los sacrificios rituales apenas tomó el mando de ésta. El pueblo, dócil, sumiso, cedió el control total a aquél desconocido que enardeció a su llegada sus espíritus y doblegó sus voluntades después. Eligió, con la arbitrariedad que le confería el cargo, para el primer sacrificio a un matrimonio de campesinos, los padres de Ellaèl, la andrógina criatura nacida muchas cosechas atrás que reunía en su bajo vientre ambos sexos, uno sobre otro, desterrada de la ciudadela cuando aún no había abandonado la niñez por una sociedad enferma que condenaba la singularidad. El por qué de la elección de un anciano matrimonio que nunca dejó de pagar el diezmo era ignorado por el pueblo y alertó al siervo, siempre cubierto su rostro con sus manos en ademán de oración, vosotros lo engendrasteis, escuchó que les decía el sumo sacerdote mientras deslizaba la hoja por sus gargantas, Ellaèl, el hermafrodita, es para ti especial, concretó el siervo mientras tragaba la hiel del momento.

Caminó esa noche el siervo por los lóbregos corredores, sintiendo en su piel la humedad de los muros de piedra, hacía la oscura estancia en la que tenía su aposento el sumo sacerdote, el ágape que le llevaba embriagaba su olfato, más no cometería la imprudencia de probar, aún en su necesidad, siquiera una mínima parte, Ellaèl, Ellaèl, ¿por qué, sacerdote?, incluso desde esta distancia escucho tu respiración abyecta, tu letanía malsana, ¿nunca cesa tu rezo?. A medida que se aproximaba a la sala advirtió que el rezo no era tal, más parecía lamento, tal vez se mortificase, ese jadeo, la mayor proximidad le aclaró que aquellos gemidos no correspondían al dolor, eran de otra naturaleza. Continuó avanzando, la nitidez del gimoteo, no tamizado por ningún obstáculo, le indicaba que la puerta del sumo sacerdote no se encontraba cerrada y que provenía de una única garganta, como no podía ser de otra forma en aquella galería a la que nadie más tenía acceso. Cercano ya al claustro distinguió entre el olor a humedad el de las ascuas de los carbones de aquel brasero permanentemente encendido que ocupaba el centro geométrico de la estancia ante el cual él constantemente oraba y que a su vez servía de única iluminación a ésta, ascendió los dos escalones que salvaban el desnivel entre el corredor y la sala y se detuvo ante la puerta entreabierta; a sus pies, en el zaguán, la túnica terrosa del sumo sacerdote, asemejando una amenaza inerte. Desvió la mirada un fugaz instante hacia el interior del habitáculo y allí estaba él, únicamente él, tendido en las baldosas frente al brasero encendido, se apartó violentamente y se recostó contra el muro, su respiración agitada, no estaba permitido ver el cuerpo del sumo sacerdote, pero no era ese el motivo de su angustia... en aquél fogonazo creyó ver algo más.
Miró fijamente el siervo el muro de piedra frente a él, allí donde las llamas del brasero proyectaban una sombra.
Aquella sombra dibujaba la contorsión imposible de una cópula blasfema.

 

Félix García Fradejas

Abril 2021 

domingo, 20 de diciembre de 2020

Caminatas otoñales bajo un suave sol bermejo

Ramón, el hijo de los Pérez, es pelirrojo, saca buenas notas y juega al pimpón. Adelita, hija del señor Gómez, padre soltero, escribe endecasílabos, merienda Nocilla y ya tiene tetas, también tiene estrabismo divergente y un chubasquero azul turquesa. Los dos vecinitos juegan a menudo en el descampao que hay detrás del caserón de la señá Blasa y a Fabián le gustan esas excursiones con Adelita porque, como es bizca, mientras se la chupa le vigila la bici. Un sábado que no había futbol y aprovechó el señor Gómez para hacer turismo intermunicipal, de guantes, sombrero y bastón, claro es, alargó mucho el paseo, se fue por los atrases, les pilló en plena refriega y molió a garrotazos a Ramón, treinta y siete garrotazos le arreó, criaturita. A la bici del tundido no volvieron a durarla dos semanas los manguitos.

La gente del pueblo tiene sus cosas, claro, y los hay muy brutos, auténticas bestias silvestres, cabrones con ojos y pintas en el lomo, pero también tenemos vecinos como don Simón, que es tierno y bueno, tan tierno y bueno es, fíjate, Marialuisa, que no me haces ni puto caso cuando te hablo, que no hay mañana de domingo que no le lleve los churros al concejal de urbanismo.
- ¡Hala, que tierno y bueno es!
- ¡Mucho!

En la línea de Cardones, casi llegando a la linde con Peralta, los martes y jueves impares de cada mes hay carrera de gilipollas; esto es, se reúnen los gilipollas rubios los martes, los gilipollas morenos los jueves (siempre impares, se ha dicho) y los gilipollas calvos según les de y corren en círculo hasta que se marean y echan el bofe. Es cosa bonita de ver cuando se les cruza un escopetero mortificado por las deudas o por la hemorroide recurrente y le dan un cabezazo o le pisan un juanete, con qué naturalidad replantean los corredores el circuito y como de alegres y de melodiosas suenan las postas cuando les encuentran el costillar.
- ¿De verdad lo encuentra usted gracioso?
- Bueno, mujer, de algo habrá que reírse, ¿no?
- Pues sí, visto así...

Siempre hay algún subalterno que intenta colarse de matute pero los organizadores no se lo permiten, buenos son ellos. Recordemos que al gilipollas se le conoce por su voz engolada, por su pose altanera, por su cinturón por encima del ombligo, por su mirar huidizo, siempre hacia el sombrero de con quien conversa -en el caso de que no hable solo-, o donde debería estar éste en caso de que el contertulio sea señora, pobre o pez, por el alardeo constante de su filiación política y sus filias y fobias en esta materia, por su verbo plomizo y su tostón constante y, sobre todo, por la total carencia de sentimientos hacia su interlocutor.
- ¿No tienen sentimientos hacia él?
- Muy pocos, casi ninguno.
- ¿Y los hay de derechas e izquierdas?
- Y hasta de centro, si me apuras. Nada más parecido a un gilipollas de derechas que un gilipollas de izquierdas, desengáñate.
- ¿Y apolíticos?
- También.

Doña Casilda, cuando aquella moda del vegetarianismo que a tantos carniceros baldó, pedía un pincho de verde en la terraza del casino para acompañar el vermú y en casa canturreaba consignas vegetales mientras se freía unos chorizos. Doña Casilda era de natural pánfilo, casi lela, aunque con buen corazón y buena pierna. Sus sobrinos, los dos hijos de Manuela, su hermana, que tenía nombre de vicio solitario pero que era casta y temerosa de Dios, iban a visitarla los viernes para que les hiciese un bocadillo de sobrasada y les diese quince duros, y cuando se duchaba doña Casilda la espiaban por un ventanuco mientras silbaban Only you y se la cascaban alegremente.
- ¿Se la cascaban con mucha alegría?
- Sí, Marialuisa, y con mucha devoción.
- ¿Y con dos dedos?
- Sí, con dos dedos y con guantes de fregar.

Don Sené tenía un gorrino y le daba por el culo, al gorrino, claro, lo contrario sería perversión. A don Sené le gustaba mucho hablar del tema de follar, hablaba de ello sin desmayo con sus amigos, con sus vecinos, con sus feligreses, con sus hijos, con sus nietos, y no había homilía, cumpleaños o asamblea vecinal en que no lo sacase.
- ¡Yo en este pueblo he follado más que nadie! ¡Preguntad, preguntad por cada casa, ya veréis...!
- Ay, don Sené, calle, por favor... demonio de hombre...

El campo es más apacible, más acogedor, más fragante y más conciliador en esta época del año, sin los calores de antes ni los fríos de después. Cae la fina lluvia y caminamos con la mirada gacha y los cojones colganderos, el tedio, el desgobierno y el hastío es lo que tienen, cae la fina lluvia entre tus muslos, morena, y yo me acuerdo mucho de aquella coplilla que cantaba Venancia, la de los Chenchos, cuando se iba tras una tapia a mear.
- ¿Y como era la coplilla?
- Bien bonita.

Venancia, la de los Chenchos, tuvo, tiempo ha, sus romances y sus amoríos y sus empotramientos con don Sené, y con el párroco anterior a don Sené, y con el párroco anterior al anterior, se conoce que le tiraba la curia a Venancia. Venancia, en vida de Cosme, su difunto, que murió de asco, también alternó la Iglesia con el profesorado, el alguacilado y el parque de bomberos, ahora está ya algo mayor y cocina pistos y reza novenas. Cosme, su difunto, se dio al anís aquejado de impericia conyugal, burlas parroquiales en forma de toques de clarín anunciando salida proferidos por don Sené en cuanto el astado esposo atravesaba el portón de la iglesia y cornamenta sui generis. Venancia excusaba su comportamiento mientras despachaba jureles diciendo a la clientela que ella la fidelidad se la pasaba por el higo porque su marido era un cabestro y un borracho y que le podía partir un rayo y ella una hembra de rompe y rasga y una pionera.
- ¿Más pionera que las gallinas?
- ¡Huy! ¡Mucho más! ¡Donde va a dar!
- ¿Y se excusaba ante propios y extraños?
- Y ante mancebos de botica, si era menester.

Tampoco le estuvo mal empleado a Cosme, no. Los jóvenes, más a menudo de lo que sería conveniente, desoyen los consejos de sus padres, se los pasan por ahí, por donde no les da el sol, Marialuisa, corazón, tú no te me pierdas, y a Cosme los suyos no dejaron de advertirle de que como iba a cargar con esa hiena, mismamente tal y como también pasó a su hermana Chelo, que era alta, rubia y con marido subnormal, Joaquín el Liendre, que cuando se sentaba a jugar las siete y media con los concejales del pecé se persignaba y al barajar las cartas silbaba por lo bajini el Cara al sol.
- ¿Lo silbaba con mucha entonación?
- Y con mucho sentimiento
- ¿Y lo hacía por joder?
- Of course.

A Chelo Joaquín el Liendres la engañó con cursiladas, Chelo era muy engañable, era como las mariposillas que revolotean por culpa de un mal querer, y así la fue. Joaquín en la alcoba la llamaba fresita, naranjita, meloncitos, mandarinita, así de seguido y durante mucho rato, hasta que la confundió y la pobre ya no sabía si era su novia o si era un fruitti. Los hay que en el lecho son poéticos, delicados, asépticos, sentimentales, los hay también que son cursis, viles, engañosos, tarascas y tarambanas, y los hay que somos unos guarros. Joaquín está bien donde está, en la cárcel, por estafador, por gaznápiro, por escuchapedos y por cantamañanas.

Andrés, el menor de los diecisiete hijos de Facundo el Fecundo, era dado a soñar. Soñaba que se empiernaba con doña Asunción, viuda de Fermosillo, maestra de escuela y milfa más que aparente. Andrés se la zurra al bies, con las manos o los pies, del derecho y del revés, menudo es, de soslayo, a la remanguillé, se la mueve con mano o pie firme, conocimiento y dedicación y en un visto y no visto se puede hacer una y dos y hasta tres. Andrés es de la creencia de que ciertos humores en salva sea la parte retenidos pueden cuajarse o coagularse y formar quesos, e incluso explosionar y reventar las gónadas, con todo lo aparatoso que la situación conlleva según donde se encuentre el interfecto.
- Semen retentum venenum est.
- Demanda natura, mon chéri, demanda natura.

Andrés, siempre según quienes le han visto en sus cueros, no nos vayamos a confundir, calza una herramienta como la manga de un abrigo, y cuando aquello se arma debe de ser algo digno de mención por sus calibres, longitudes y turgencias, cuando aquello se estira, tú me entiendes...
- ¿Cuando se estira como pata de perro envenenao?
- Sí, algo así.
- ¿Y le asoma por el cuello de la camisa?
- Bien pudiera ser.
- ¿Y usted cree que si Andrés llegase se la chuparía él solo?
- ¡Huy! ¡Sería un no parar!

Andrés no ha tenido el éxito con las mujeres que él hubiese deseado porque el pobre es muy bajito, casi minúsculo, además de que al jodío le afea un poco esa cara que tiene, pero tú ya sabes que donde un caballero español no llega con la mano llega con la punta de la espada. No mejor suerte tuvo Manolo, quien fuera vecino tuyo allá por tus mocedades. Manolo se volvió muy moderno y muy bienqueda cuando pasó la temporada aquella trabajando en la capital, y al regresar al pueblo pasaba las tardes paseando por las calles con los brazos levantados mostrando la sobaquera teñida de azul y vociferando "al varón castración" con voz tronante y bien templada. Una tarde le agarraron unos mozos que venían de entresacar y nos quedamos sin concejal de festejos, pero se pudo volver a dormir la siesta en concordia y suave paz.
- ¿Y le dolió mucho?
- Bueno, algo debió de escocerle, digo yo.

 A Manolo esos delirios y determinadas compañías le llevaron a la confusión. Aún hoy se hace chanza en el casino sobre cuando sus amigos de la capital venían a visitarle y celebraban conciertos de música mental, como hacía la china esa que se casó con el yeyé, el bítel. Se reunían en la nave del Nemesio, el hermano de su padre, Clemente Displicente, apodado así porque era asquerosito el hijoputa, disponían unas cuantas alpacas en círculo, tantas como número de asistentes, se sentaban en ellas en perfecta comunión con la naturaleza y comenzaba la función: engendraban unas músicas en sus cabecitas y en sepulcral silencio se movían y se balanceaban acorde a ellas, a las suyas propias y a las que imaginaban que imaginaban sus compañeros, y no pocas veces estallaban en llantos y suspiros de emoción al verse rodeados de tanta creatividad, belleza y sentimiento como sospechaban que allí se daban cita. A Manolo no le entusiasmaba mucho aquello, le contó en confianza una noche de coñases a Tereso (el que padecía almorrana persistente, también denominada incordio anal, y se la aliviaba con frascas de Jumilla, emplastos y frigodedo), porque decía que él no escuchaba nada, pero que seguía la corriente por el qué dirán.

A doña Asunción, viuda de Fermosillo, maestra de escuela y milfa más que aparente, de la que te hablé antes pero tú estabas escuchando la radio, a doña Asunción, viuda de Fermosillo etcétera etcétera etcétera, decía, la cortejó una temporada el conde Virilo, aquel ilustre mojabragas que heredó el caserón de los Pinto y que la decía ojos verdes tienes cada vez que la cedía el paso en el café de la calle Mayor. Doña Asunción, viuda de blablablá e indefensa ante el lujo, el porte y la lisonja se dejó impresionar por el tórtolo e, incluso por unos meses, hicieron vida marital, cohabitaban, yacían juntos, folgaban, y él, tan aficionado al regüeldo estertóreo y la siesta pedorra, disimulaba las incontinencias aerofágicas que padecía ocasionalmente doña Asunción de tál y tál diciéndola amorosamente al oído te ronca el culo, cordera, y cosas bonitas así, hasta el día en que la doña descubrió a su doño escribiendo una muy perfumada carta a Chelo, la de Joaquín el Liendre, y se dijo a si misma hasta aquí he llegao. He soportado tus modales en la mesa, tus decibelios en la alcoba, tu desconsideración y tu falta de gusto en el tálamo, cuando no te quitas los calcetines para el acto y eructas mientras bombeas, pero esto no. Esto es flagrante contubernio cabronil. Soy yo mucha mujer para pasar estas fatigas por un bígamo que traga como un pato, que ronca como un bucéfalo y que folla como un hortera.
- ¿Pero, salvando pormenores, al menos el noble se empiernaba con gracia y donaire?
- Con gracia y donaire no, antes bien era descuidado en los detalles, ya se ha dicho, pero sí con ahínco, y mucho. Cuando el conde Virilo rompía a follar era el aquí fue Troya de la folladuría, un autentico garañón. El conde Virilo se empiernaba como un condenado.
- ¿Como un condenado a galeras?
- Sí. Tal que así.
Aquella noche la pobre la pasó en el caserón, pero fue la última. A la mañana se despertó pronto, se vistió mientras él aún dormía, le miró tiernamente, le dejó un beso en la frente, una rosa en la mesilla y un chorongo en el azucarero y se despidió de tan novelesco mascachapas para siempre.
- ¿Para siempre del todo?
- Para siempre jamás.

Cae la fina lluvia, morena de mis entrañas, y quisiera entretener aún más las horas con este retablo de estampas y aconteceres que te detallo contándote la historia de Rosalía, la que quería cagar y no podía y un día cagó y todo el culo se la vio, mas se me hace tarde, el camino es largo y la obligación no espera, bizcochito, así que me temo que he de marchar.
- ¿Y no me va a decir antes de irse qué pasó con la bici de Ramón, señor obispo?
- A la bici del baldado, tetorroncilla mía, ya no la queda ni el dibujo de la rueda.

 

Félix García Fradejas

Diciembre 2020 

lunes, 26 de octubre de 2020

Dudas metafísicas

 - Vamos a ver... ¿por qué tenemos esa idea del más allá como de algo relacionado siempre con paraísos, infiernos, dioses, serafines y todos ahí dándolo todo, por qué? ¿quién te dice a ti que lo que haya después de la muerte no sea un viajar constante por nuestros propios recuerdos, por todo lo que tenemos almacenado en la memoria?, la memoria no es algo material, no es algo físico, ¿no?, es como la mente, es algo intangible, no se destruye... ¿quién nos dice que no pueda ser así, que no revivamos nuestra propia vida una y otra vez?
- Joder, pues no sé...
- Y es más... ¿quién nos dice que ahora mismo no estemos ya muertos, que esta realidad que percibimos no sea una ilusión, que estemos reviviéndola desde eso que llamamos más allá?
- Coño, pues porque si estuviésemos ya muertos no podrías hacer ese razonamiento...
- ¡Ah! ¡Caíste, planteamiento incorrecto! ¿Y si ese razonamiento le hicimos vivos hace quinientos años? ¿Eh? ¿No damos por sentado que ahora estamos vivos y estamos hablando de esto? ¿Por qué no puede ser que dentro de quinientos años no revivamos de nuevo este momento? ¿Por qué no puede ser que este momento en realidad se produjera hace quinientos años y ahora sea la octava o la novena vez que le revivamos, siempre con la misma capacidad de sorpresa porque lo que no pueda recordarse es que ya hemos pasado por aquí tantas y tantas veces, porque al comenzar cada ciclo, que siempre es el mismo, empezásemos desde cero? Joder, el déjà vu, la sensación de familiaridad, ya sabes, cuando te pasa algo y dices "esto ya lo he vivido yo", ¿quién nos dice que no es un fallo de sistema? ¿no podría ser todo esto que te digo eso a lo que llamamos la eternidad, eh, el eterno retorno a la existencia física que solo una vez tuvimos? Toma, pilla.
- ¿Y así infinitamente?
- Bueno, técnicamente tampoco podríamos hablar de infinito, porque el infinito no puede tener un punto de partida, si no sería finito, ¿no? Una línea infinita no tiene ni principio ni final, si arranca desde un punto concreto ya no es infinita, lógico, así que "infinitamente" no sería el término correcto...
- Ya...
- Y otra cosa, de igual modo que reviviríamos nuestra vida despiertos también volveríamos a revivir todos los sueños que hayamos tenido, todos, y esto me lleva a otro tema: ¿y si tenemos una percepción inversa de la realidad? ¿y si lo que creemos que es sueño es vigilia y lo que creemos que es vigilia es sueño? ¿me sigues? o voy más allá aún: ¿y si quienes también estamos siendo soñados somos nosotros?
- ¿Ein?
- Sí, mira, tú sueñas con gente que conoces y con gente que no conoces, que a lo mejor has creado tú en ese sueño, ¿no?, pues entonces quien te dice a ti que tú mismo, y yo, y todo lo que vemos, no este siendo creado por alguien que ahora mismo, en este momento, esté soñando, ¿eh?
-¿Tantos años se iba a pasar soñando? Venga venga...
- Pero es que esa es tú percepción del tiempo, ¿por qué tendría que ser objetiva? ¿y por qué tenemos que relacionar todos los hechos como cometidos por alguien situado en nuestro mismo plano existencial? ¿por qué tendríamos que ser soñados por un hombre o una mujer tal y como nosotros los conocemos? ¿o por qué, de ser así, no podríamos estar soñados a intervalos, en capítulos, como quien dice, y eso nos diera esta sensación de seguir una narrativa lineal con su pasado, presente y futuro? ¿y los sueños que tenemos nosotros serían soñados por nosotros o por quien nos sueña? ¿y esos sueños derivarían en alguien que está a su vez soñando? ¿soñando que sueña? ¿y nuestro soñador? ¿no podría ser a su vez soñado? Trae.
- Entonces me estás diciendo que la existencia la podríamos percibir de modo inverso a como realmente es, el sueño vigilia y la vigilia sueño, y que este momento podría no ser sino el producto del sueño de alguien o algo, de un ente no sabemos en que plano existencial, si físico o cual, quien podría tal vez haber muerto hace cientos, miles o millones de años, que ahora estaría revisitando por enésima vez su existencia material, ¿no?
- Pues sí, más o menos esa es la idea, sí. Ten, pilla.
- Ya... Oye, está bueno el costo éste, eh...
- Joder qué sí...
- ¿Nos hacemos otro?
- Enga...

 

Félix García Fradejas.

Octubre 2020. 

jueves, 1 de octubre de 2020

Lucia

 La mañana era clara, la luz atravesaba con fuerza el cristal de la ventana y aquel doctor joven siempre la dedicaba una sonrisa que la tranquilizaba.

- ¿Que tal se encuentra hoy, Lucia? Mejor, ¿verdad?
- Bien, hijo, mucho mejor.
- La vamos a dar el alta ya, ¿lo sabía?
- Ay, hijo, gracias a Dios. que largo se me ha hecho...
- Nada, nada, no se queje usted tanto, Lucia, que aquí la hemos tratado muy bien...

Se incorporó y le dio dos besos al medico que le hicieron volver a sonreír. Jacinto, su marido, que estaba en pie a su lado, le dio un apretón de manos acompañado de una sonrisa franca y paternal y se despidieron.
Cruzaron el vestíbulo del hospital, ella del brazo de él, que a su vez se apoyaba en su sempiterno bastón, despacio y felices. Fuera, ya en la calle, entrecerraron ambos los ojos por la luminosidad del día y volvieron a sonreír agradeciendo el aire fresco, la gente paseando, algún niño preguntando cosas de la mano de su madre...

Despertó. La maquina que tenía al lado de su cama de vez en cuando hacía un ruido que la sobresaltaba. Vio por la ventana que aún era de noche, pero el respirador la dañaba la garganta y no la era sencillo volver a coger el sueño. Tenía los pies fríos, se frotó el uno con el otro y notó las durezas en sus talones; en cuanto volviese a casa le diría a Jacinto que se las quitase y que se dejase de tanto periódico y de tanta tele, por Dios, y también que se decidiese ya de una vez a ir con ella a comprarse el traje, que se les metía encima la boda de su nieto y todavía veía que tendrían que ir como siempre a comprarlo a última hora, qué gandulazo este hombre, por Dios.

- Vamos, Jacin, échame una pieza...
- Pero mujer, que acabamos de comer...
- ¡Venga, levanta, no seas sosín!
- Ayyy...

La orquesta tocó aquel pasodoble que bailaban ellos en su juventud, cuando novios. Recostó la cabeza en el pecho de su marido, en el centro de la pista, que había que ver lo poco que le dolía la pierna cuando llevaba dos vasos de vino, y guiñó un ojo a su nieto, que bailaba a su lado con su novia, bueno, ya su mujer, que guapa era. Había sido una buena idea celebrar su boda en aquel lugar en el campo, al aire libre. Olía a tomillo, al riachuelo que por allí cerca pasaba, a romero, a alhucema, y además el tarugo de su yerno ya estaba chispa y cantando bobadas y se ponía muy gracioso siempre que le daba por ahí.   

Otra vez ese sueño. Despertaba más desasosegada cuando soñaba con la boda de su nieto que cuando lo hacía con que la daban el alta, qué cosas. Era ya mucho tiempo allí metida, cinco semanas, y sin poder recibir visitas, ni de su marido, ni de su hija ni de su nieto. ¿Es que no se podía hacer algo para verlos? ¿Tan contagioso era aquello? Las enfermeras que entraban la decían que todo iba a salir bien, que no se preocupase, pero ella quería ver a los suyos, coño. Por el pasillo se oían pasos aún a esas horas pero eso a ella no la molestaba. Y oye, lo guapo que estaba su Jacin tan peinado y con el traje nuevo... Miró otra vez hacia la ventana, parecía que comenzaba a clarear...

La mañana era clara, la luz atravesaba con fuerza el cristal de la ventana y aquel doctor joven volvió a sonreírla con ternura, como siempre, se acercó a ella, la cerró los ojos y la cubrió con la sabana como ocho días atrás había hecho con su marido, miró un momento al suelo, levantó la vista y le dio instrucciones al celador.

 

Félix García Fradejas.

Octubre 2020. 

jueves, 26 de septiembre de 2019

LA CRÈME DE LA CREMA

- ¿Entonces? ¿La crema depilatoria esa que me dijiste vale para cualquier parte, aunque no sea específica?
- Pues claro, tío. ¡Jaja! ¿Qué quieres? ¿Echártela en los huevos?
- Pues sí me gustaría, maja, pero me da cosa...
- ¿Por qué?
- ¿No quema?
- ¡Buah! Qué va a quemar... Yo me la echo en el coño y no pasa nada.
- Me parece muy bien, pero me sigue dando canguelo, a esa zona mía la tengo yo especial aprecio...
- A ver, te propongo una cosa... ¿quieres que te la de yo, en serio, y así estás más tranquilo? Somos amigos, ¿no?, y tampoco es un crimen. Es qué no sea que te falle el pulso y te la des donde no es, ¡Jajajajaja!
- Pues si eres tan amable...
- ¡Jaja! ¿Sí?
- Como que te lo agradecería, sí.
- Venga, va, voy a por ella.

Creyó que era un farol, pero cuando ella regresó al salón sonriéndole desafiantemente y con la crema depilatoria de la mano no supo qué pensar, aquello tenía más pinta de órdago que de otra cosa, "ésta quiere que yo me jiñe y reírse a mi cuenta una semana, ésta ya me la sé yo."

- Bueno, te tendrás que bajar la ropita, ¿no, bebé?, ¿o te doy la cremita por encima del pantalón?
- Ahora mismo, claro, pero con una condición...
- A ver... ¿Cual?
- Qué después te la doy yo a ti.
- ¿Y a ti quién te ha dicho que yo ahora lo necesite?
- ¿Y lo necesitas?
- Pues mira, mañana o pasado lo iba a hacer.
- ...
- Vale. Hecho.

Sin tener del todo claro lo que iba a suceder se despojó de las chanclas, de las bermudas, e hizo amago de bajarse el bóxer cuando percibió que estaba a media erección, azorado dudó un segundo, se dijo "¡qué hostias!" y siguió adelante, hasta quedar completamente desnudo de cintura para abajo ante ella, la cual, sin mirarle a la cara, le indicó que se sentase e, inclinándose hacia él, comenzó a agitar el bote de la crema.
Ahí ya no había media erección que valiese. En cuanto notó la mano de ella extender el unte por su escroto aquello se puso como el cuello un cantaor. Sofocado, intentó no establecer contacto visual con ella, por corte, por zozobra, solo observaba las pausadas evoluciones de aquella mano sobre la zona a tratar, escroto, pubis, pene, todo ello, la aplicación, con una demora, un regodeo y una dedicación minuciosa a cada una de las partes que consiguió, además, acompasar su agitada respiración a las indisimulables palpitaciones de su glande. Al ver aparecer por éste cada vez más flujo preseminal -chispeaba pero bien- casi agradeció el que ella le dijese que había terminado porque notaba que un momento más y lo ponía todo perdido.

- Ahora tú, ¿no?

Asintió ella, con una expresión ambigua en el rostro que él no fue capaz de descifrar, ¿timidez? ¿deseo? ¿qué?, y yo qué sé, se sentó, levantó el culo para quitarse el short y el tanga y, una vez hecho esto, apoyó también los pies en el asiento, flexionando para ello casi completamente las rodillas, y abrió las piernas.
Pues ahí estaba. Ahora era cuestión que no notase ella lo que le temblaba el pulso y que enviaba al garete toda sensación de seguridad, a lo cual no ayudó el que se le cayese al suelo la crema por dos veces al intentar echársela en la mano, conseguido esto la siguiente tarea consistía en aplicar.
En cuanto posó su mano ella respondió con una oleada de perfume. Él siempre intuyó que todo el asunto éste de la atracción tenía más que ver con el olfato que con cualquier otro sentido, y aquello se lo corroboraba, aunque ella siempre le había parecido muy guapa, con muy buen cuerpo y todas esas cosas, pero ese olor... joder...

Aplicó, y aplicadamente, además. Se le iba el dedo solito, pero se cuidó de que no se le fuera al lío. Seguía sin atreverse a mirarla a los ojos, toda su atención estaba fijada en aquel olor, en su vientre, en su vulva de chica buena y mala, en no acercar demasiado la mano, en acercar él la cara, pero no se decidía; el sonido y el ritmo de la respiración de ella parecía decirle que sí, pero ¿y si no?

- Ahora tenemos que esperar unos diez minutos antes de lavarnos para que esto trabaje -le dijo a él-
- ¿Sí? Bueno, pues vale.

Cada uno se apoyó en uno de los brazos del sofá y con las piernas abiertas para no pringarse la cara interna de los muslos, frente a frente, sin decir palabra, mirándose. Los ojos de él la recorrían de arriba a abajo. Los de ella le hacían lo mismo a él. Ninguna de las respiraciones era tranquila. Cuando se encontraban las miradas permanecían fijas más de lo debido.

- Joder, tía, esto quema un poco. ¿Eso es normal?
- Tranquilo... -le contestó, acercándose a él- ...a lo mejor, si soplo un poco... ...ffffffffffffffff... ...¿mejor?...
- ...ufff...
- ...espera... ...se me ha ocurrido que mejor será esto... -continuó diciendo ella, mientras su cabeza bajaba lentamente...-

BIP-BIP. BIP-BIP. BIP-BIP. BIP-BIP. No tenía otro puto momento la alarma del móvil para ponerse a sonar y despertarle, no. Podía haber sonado veinte minutos más tarde, o habérsele agotado la batería, o haberse escojonao, pero no, de eso nada, nanai, nasti de plasti. El cabrón de él había vuelto a ser certero. Su puta madre.

Aquella mañana todos cuantos se cruzaron con nuestro héroe pudieron contemplar a un hombre encabronado.

Félix García Fradejas
Septiembre 2019

martes, 25 de junio de 2019

EL MISMO RELATO ESCRITO TANTAS VECES

Hoy he visto en el otro bando a muchos de aquellos que fueron nuestros amigos, cariño, y a muchos de los que siempre nos reprobaron hoy los tengo aquí, al lado, jatetú. Aquello, su bando, hierve en odio, aunque en el nuestro tampoco te creas que andamos muy faltos de dementes, y ya tampoco descarto que esto último me incluya (¿y por qué habría de hacerlo, si he sido tan simple de dejarme liar para enrrolarme en un fregao que solo va a beneficiar a los que están en una posición en la que ni yo estoy ni se me espera ni quiero estar?) Sabes que ya no descarto casi nada.

No te imaginas como deseo que esto acabe y volver a quejarme de lo que me aburro cuando me llevas a ver escaparates, en el caso de que después de esto sigan existiendo escaparates, o volver a ver contigo esos programas tan raros de televisión con tu mano en la mía mientras ves que me distraigo y me rascas la nuca y me pones ese mohín que tú tienes que siempre consigue que se me caigan los palos del sombrajo, volver a canturrearte esa canción al oído mientras fregamos los dos platos y las dos copas y me das riéndote ese codazo en el estómago para que no entretenga, escuchar tus regañinas cuando me fumo el cigarro de emergencia o dejo levantada la tapa del baño, regañarte yo cuando te le fumas tú, intentar dormir cuando ya lo has hecho tú y me pones ese culo tuyo tan frío en la barriga, acariciar tu pelo, besarte el coño, respirar tu aliento tan dulce frente a mí, como la noche aquella en que terminamos llorando tú y yo...

Suena algo, sirena, corneta o mis tripas, no sé, así que voy a ir terminando, pero antes una última cosa; te vas a reír: por lo visto alguien de aquí ha contado que los malos han entrado en tu fábrica y que de allí no ha salido nadie vivo. A mí el chisme me ha llegado de refilón, pero no he conseguido dar con el hijoputa que lo ha difundido. ¿Tú te crees que me voy a tragar yo esa mierda? ¿Ves como es la puta gente?
Me despido ya, y perdona que sea tan pesado de volver a pedirte que me escribas cada cinco minutos, pero hace ya dos semanas que no lo haces, pedorra. Imagino la tarea que tienes que tener, así que no te quiero agobiar mucho, pero en cuanto puedas hazlo, por favor.

Y qué eso que ya sabes, amor mío, qué te quiero más que a nadie.

Félix García Fradejas
Junio 2019

jueves, 5 de octubre de 2017

EL SUEÑO

- Túmbese en el diván, por favor, Miguel.
- De acuerdo.
-¿Que tal ha pasado esta semana? ¿Ha vuelto a tener ese sueño recurrente?
- Cuatro veces. Una frecuencia de noche no, noche sí.
- ¿Y ha cambiado algo en él? ¿Alguna variación?
- Apenas. Yo hablo, mi amigo muerto me escucha, la conversación tampoco suele variar demasiado, son rodeos sobre el mismo tema, siempre sobre el mismo tema, luego me despierto agitadísimo y con el corazón que se me sale por la boca y alarmando a mi mujer, claro, y ya paso todo el día así, ansioso... yo así no vivo, joder...
- Tranquilícese, Miguel. Sé que le gusta leer, así que recuerde el verso de Calderón, "y los sueños, sueños son"
- Poco me ayuda ahora eso, doctor.
- Bueno, pero mejor Calderón que Coelho, ¿no?
- Hombre, visto así... jaja...
- Bien, vamos avanzando. Hoy se ha reído algo, poco, pero algo es algo...
- ¡¡¡AAAAAAHHHHHH!!!
- ¡¿Cariño?! Tranquilízate, ya pasó... Venga, tranquilo, es el sueño de siempre, ¿no?
- ...ufff... ...sí... ...lo siento. Estoy hasta los güevos, de verdad te lo digo...
- ¿No te digo todos los días que no te disculpes, tonto? Ni que fuese culpa tuya...
- ...ya, bueno...
- ¿Y sigues sin atreverte a pedir ayuda a un especialista, no? ¿Te parece normal? Llevas años soñando con aquél psiquiatra amigo tuyo que murió, y cada vez con más frecuencia, y además siempre lo mismo, hasta el chiste ese que me dices que hacíais de jovencitos sobre Calderón y Paulo Coelho... No es normal, cariño, no es normal. Tienes que hacer algo...

Félix García Fradejas
Noviembre 2016