jueves, 20 de octubre de 2011

UNA CARA VULGAR

-Disculpe, señorita, llevo prisa… ¿Podría atenderme?
-¡Huy! ¡Lo siento! Me había olvidado completamente de usted.
La puta historia de su vida. Ahora en el banco, ayer en el
medico, mas tarde en la farmacia, o en cualquier otro sitio…
Desde cuando podía recordar siempre le había pasado lo
mismo: La gente te olvidaba de el al momento de verle. ¿Por
qué?. Porque tenia la cara mas vulgar del mundo. No era
guapo, ni feo, ni tenia la mas insignificante peculiaridad en su
rostro que le hiciera mínimamente diferente. Era vulgar.
Cuantas veces le había ocurrido, en, por ejemplo, una librería,
esperar a que le atendieran y cuando le llegaba su turno ver
como despachaban a los que llegaban después que el porque el
dependiente no reparaba en su presencia; o al ir a ponerse una
inyección le tuviesen media hora a culo pajarero porque el
practicante saliera a tomar un café por el mismo motivo. A
todo se acostumbra uno, sobre todo si es gilipollas, pero Bruno
nunca había acabado de habituarse a esa situación tan estúpida.
Ni que decir tiene que no tenia pareja ni amigos. Nunca los
tuvo. Era imposible mantener ninguna relación con alguien de
quien te olvidabas en cuanto te dabas la vuelta. A sus treinta y
ocho años nunca había conseguido ningún trabajo, porque en
cuanto le solicitaban para uno instantáneamente que salía de la
oficina donde era entrevistado se les pasaba el tal Bruno, y eso
le condenaba a seguir comiendo la sopa boba en casa de sus
padres, sopa que mas de una vez no se daban cuenta de
servírsela por razones evidentes.
Al salir del banco advirtió que le habían robado el coche.
“¡Cagoendios!”, exclamo, y con todo el berrinche del mundo
intento preguntar a alguien por la comisaría mas cercana.
-Por favor, señora… ¿Una comisaría de policía por aquí? -
pregunto a una mujer que paseaba con un niño.
-¿Una comisaría? A ver como le indicaria… -le contesto esta.
-¿Por qué decías que habian matado al señor, mama? -la
interrumpió su hijo.
-¡Por gilipollas, hijo, por gilipollas! -le dijo al niño, y siguieron
paseando, ajenos completamente a Bruno.
“¡Y así to’ los días!” se dijo Bruno sin extrañarse demasiado y
opto por coger un taxi. Tomo uno y le indico al taxista que le
llevase a la comisaría mas cercana. “Vamos pa’ lla” contesto
este. Llevaban recorridas unas cuantas calles cuando un
hombre desde la acera derecha paro al taxi.
-A la estación del ferrocarril, por favor -dijo al montar el recién
llegado, acomodándose al lado de Bruno.
-¡Como no! -el conductor, en su papel.
-¡¿Y a mi que me del pol’ culo?! -prorrumpió Bruno.
-¡Huy! ¡Lo lamento, caballero! ¡Ni puta cuenta me he dado de
que seguia usted ahí atrás! -se excuso el taxista, con cara de
percatarse de que la había metido hasta el fondo.
-¡Ahora no querrá que le pague, tío bobo! -vocifero Bruno
bajándose del coche con una mala hostia que no hubiera tenido
si no le hubiesen levantado a el el suyo, porque esos incidentes
no le pillaban por sorpresa.
“Bueno, ¿y ahora que?” se pregunto, sin tener idea de cómo
solucionar la papeleta, pero se le ocurrió que lo mejor que
podía hacer era telefonear al 091, porque era la única forma de
que no le vieran el careto, y que desde allí le indicaran la
comisaría mas próxima al lugar donde se encontraba y el modo
de llegar a ella.
Así lo hizo, y una vez tuvo la dirección se dirigió hacia allí a
poner la denuncia. Resulto que no estaba tan cerca como
esperaba, y tuvo que atravesar una gigantesca urbanización en
construcción en la que, por ser sábado, no había ni grillos.
Cuando se encontraba en mitad de esta vio a lo lejos venir un
coche en su dirección igual al suyo. “No puede ser”. Pero a
medida que se aproximaba y pudo distinguir la matricula -“¡Ni
mas cojones, que es el mío!”- se coloco en medio de la futura
calzada con los brazos en alto e intento detener al vehiculo,
“¡Alto! ¡Alto! ¡Para, hijoputa!”, pero el caco, ya fuera por
verse descubierto, por falta de tiempo de reacción o,
simplemente, porque se había olvidado del tipo que le
ordenaba que se detuviese no lo hizo y, pasando por encima de
Bruno, dejo a este tendido sobre la pista y mas muerto que
vivo.
A la media hora acertó a pasar por allí un hombre haciendo
footing que, al ver a Bruno, se acerco a el con el corazón en un
puño. “¡Dios mío! ¿Esta usted vivo? ¿Qué le ha pasado?”, le
pregunto aterrorizado, “…ayúdeme… …por favor… -dijo
Bruno con un hilo de voz- …me muero…”, “¡Estése tranquilo!
¡Vuelvo en un instante con una ambulancia!”. El deportista
corrió a buscar ayuda, pero a los cincuenta metros ya se había
olvidado de el.
Félix García Fradejas.
Enero 2002.

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