martes, 13 de diciembre de 2016

DOS MUJERES

Es que mira que era guapa la jodía. Cuanto más la miraba, adormilada ahora como estaba y a su lado en la cama, más le gustaba. Que ojos, que boquita, que pelo, que tó. "Que descanses, cariño, me quedo dormida...", le dijo somnoliéntamente Anabel, le besó en los labios, apoyó la cabeza en la almohada y se durmió; él permaneció mirándola (admirándola) un rato más, hasta que por fin también a él le venció el sueño y cerró los ojos.
Creyó que era el sonido de un avión volando bajo lo que le había despertado, pero no era eso, que va... A su lado tenía a una tipa contrahecha y más fea que un demonio roncando como una mala bestia. El pelo fosco, grasiento y desgreñado la caía por una cara que parecía un culo; la boca entreabierta, de la que salía un hedor a cuco insoportable, dejaba ver unos dientes desproporcionadamente grandes, escasos y en su mayoría pochos. Tumbada boca abajo apoyaba su cabeza o lo que fuese aquello en un brazo informe y peludo. Sobrepuesto al sobresalto inicial la observó con más detenimiento, "¿Pero que cojones es esto? Joder, si tiene pelo hasta en los dientes..." se dijo, y recapacitó: "Esto va a ser el bocadillo sobrasada que he cenado, que me está haciendo mala digestión... si es que solo se me ocurre a mí..." Reconfortado con este razonamiento que le otorgaba la certeza de que se encontraba inmerso en un mal sueño confió en que pasara pronto éste, cerró de nuevo fuertemente los parpados, apretó las manos contra sus oídos y esperó.
No tenía forma de saber el tiempo que había pasado, ni tan siquiera podía calcularlo en base a la ya de por si insegura medición de la duración del pensamiento porque no recordaba haber pensado en nada, haberse distraído con ninguna idea, tan solo la sensación de bruma, de vacío, de limbo incomputable por extenso o breve; abrió los ojos y allí a su lado estaba ella, Anabel, con su olor a mujer dormida, su temperatura adorable, el susurro de su respiración tranquila y su dulce aliento. Después del susto del que venía le pareció que la quería todavía más. Reposó su mano en el costado de ella y así, mecido en la suave cadencia de esa respiración volvió a sentir que le abandonaba mansamente la consciencia.
"¡¿Quieres dejar de dar tantas vueltas, pedazo gilipollas?! ¡¡Que m'has dao un rodillazo en tol coño!!" bramaron a su lado. Espantado, giró la cabeza hacia donde provenía el rugido y la vio. "¡¡Hostiás!! ¡¡Otra vez el orco!! ¡¡Me cago en la sobrasada y en la madre que la parió!!" Reculó tímidamente hacia el borde de la cama, alejándose todo lo que le era posible de aquella mujer tan feroz, y comprobó que ni la conciencia de su naturaleza irreal, la de ella y la de la situación que estaba experimentando, contribuía a apaciguarle el pulso. Con los ojos como platos advirtió como la expresión de su acompañante evolucionaba sin apenas tránsito de la bestialidad a la golosonería "Oye, pichabrava -le musitó/semigraznó con un tono lento, quedo, en un patético intento de sensualidad-, ya que me has despertado ahora me tendrás que entretener, ¿no?, tendrás que hacerle jueguecitos a tu nena, ¿a que sí?, ¿a que sí?", y, dicho esto, montó súbitamente encima de él, a horcajadas, inmovilizando sus brazos en una presa de la que le resultó imposible zafarse y le forzó a entretenerla tres veces -las dos primeras sin sacarla-.
"¡Menuda puta pesadilla!" se decía resollando él, completamente deslechado y cubierto en su totalidad el cuerpo de sudor, mientras a su vera roncaba nuevamente la fiera, acompañando esta vez sus estertores con estruendosas ventosidades, formando así un macabro y ensordecedor sonsonete que conseguía que, en comparación, Paquirrín pareciese Caruso. "Joderjoderjoderjoderjoder... Quiero despertarme... ¿Dónde está mi Anabel?", se repetía a si mismo, perplejo ante la pasmosa capacidad de la propia psique de ponerle a uno la cosa chunga desatendiendo el más elemental instinto de supervivencia, el mínimo e imprescindible buen gusto y la Declaración Universal de los Derechos Humanos, "Solo falta que también aparezca ahora aquí el cabrón de mi encargado para acabarlo de bordar..."; se volvió hacía el lado contrario y vio en la mesilla de noche que allí se encontraba una foto enmarcada; en ella aparecía aquella mujer, vestida de novia, mirando al objetivo con una mueca que pretendía sin conseguirlo parecer una sonrisa humana y agarrando (apresando) el brazo de un hombre con cara de suicida. Fijó la vista en aquel hombre y se percató de que no era otro sino él mismo. "Quiero despertarme quiero despertarme quiero despertarme quiero despertarme..."
Otra vez el delicado ronroneo, la suavidad y la calidez de la piel de un muslo rozando el suyo bajo las sabanas, ese olor... Otra vez Anabel. Infinitamente aliviado se acercó a ella y cuidadosamente la besó en los parpados, apenas un roce, para no despertarla; esbozó una de las mayores sonrisas de sincera satisfacción que había compuesto nunca y se incorporó, dispuesto ya -vista la claridad que despuntaba en la ventana- a levantarse. Sentado al borde de la cama, acercando con un pie hacia si las zapatillas, miró la foto colgada en la pared: Anabel, irresistiblemente hermosa, con un vestidito de vuelo, sonriendo radiante al objetivo y tomada de la mano del cabrón de su encargado.
-¡¡¡Mierdaaaaaaaaaaaaaa...........!!!
-¡¿Otra vez me has despertado, pedazo gilipollas?! ¡¡Pues a cumplir!!

Félix García Fradejas
Diciembre 2016 

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